martes, 10 de mayo de 2016

"Hermanas" por Marcelo Adrian Lillo

Marcelo Adrían Lillo es escritor argentino. Nació en Río Cuarto, Córdoba, el 1 de noviembre de 1968. Ha publicado sus trabajos en la revista literaria de la Universidad Nacional de Río Cuarto y en la sección literaria de Diario Puntal de la misma ciudad.
En noviembre de 2005 editó el libro de cuentos “Cuatro para la medianoche”, primer trabajo publicado con historias de su exclusiva creación, a través de la editorial CARTOGRAFÍAS de la ciudad de Río Cuarto, Argentina.
En Junio de 2006 publicó su primera novela titulada “El instigador” bajo el sello de Alción Editora de la ciudad de Córdoba, Argentina.
En junio de 2007 ganó el primer premio en el concurso de cuentos Amadis de Gaula, España, con su trabajo titulado “El matador de Gonzalo Fischer”.
En marzo de 2011 publicó su cuento titulado “Un secuestro” en la revista de ficción fantástica ON SPEC de la ciudad de Edmonton, Canadá.
En octubre 2013, publicó su libro de relatos titulado “Mésalliances” en edición conjunta de Editorial CARTOGRAFÍAS y UniRío (Editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto).
Desde agosto de 2009 publica regularmente y bajo contrato sus relatos en el diario PUNTAL de la ciudad de Río Cuarto, Argentina. 

—Mejor dormite —dijo Lili, arropándose en su cama—. Es tarde y mañana hay colegio.
—No tengo sueño —protestó Brenda—. ¿Por qué no charlamos un poco más?
—Es que ahora estoy cansada —contestó Lili, y exageró un bostezo tapándose la boca con el dorso de su mano.
—Dale, no seas así. Cuando la otra vez tenías miedo vos me despertaste y yo no me quejé. Aparte no te terminé de contar lo de anoche.
Lili se frotó los ojos. Un conejito de plástico colgado de su pulsera produjo un tintineo mudo al balancearse.
—Pero ahora estoy cansada.
—Entonces yo hablo y vos escuchás, ¿querés?
—Bueno.
—A ver, a ver… ¿dónde había quedado? —canturreó Brenda. Sus piernas se balanceaban sobre el borde de la cama en un vaivén acompasado, como dos péndulos chocándose uno al otro—. Ah, sí. El perrito. Me acuerdo. Era flaco y marrón y tenía manchas blancas en las patas. Era muy juguetón. Se paseaba entre los árboles y se enredaba entre los pies de la gente y al final siempre venía al banquito donde yo me sentaba. Me olfateaba y me ladraba. Yo lo quería acariciar, pero se escapaba y después volvía. Seguro que tenía hambre y creía que le iba a dar de comer porque ninguno de los que pasaba por ahí lo quería.
—¿Por qué? —preguntó Lili. Las palabras se le apelmazaban en el preludio del sueño, pero los ojos estaban abiertos, fijos y atentos.
—No sé. A lo mejor porque era muy feo. Tenía un solo ojito y el hocico sucio, como si lo hubiera estado metiendo en la basura. Pero yo no le tenía asco. Al contrario, me daba pena.
—Pobrecito.
—Sí. Había mucha gente, iban y venían, pero a ninguno le importaba. Parecían estar en otro lado, como si no vieran nada. Era un jardín muy lindo, lleno de pájaros y de flores, pero todos estaban muy quietos y callados y yo no entendía cómo podían estar tristes en un lugar así.
—¿Mamá sabía que ibas? —preguntó Lili. Sus ojos bien abiertos, en contraste con la pesadez de su voz, parecían los de una sonámbula.
—¿Adónde?
—A ese lugar tan lindo que decís.
—Claro que sí. Ahí fue donde lo conocí a Álvaro. Era rubio y bajito y yo lo quería mucho. Tenía nueve años.
—¿Era tu novio? —preguntó Lili.
—No seas tonta —la reprendió Brenda—. Era muy bueno. Hablábamos mucho y a veces pasábamos las horas sentados allí mirando los árboles y el perrito venía, nos miraba como curioseando y cuando se cansaba se nos tiraba a los pies. Hasta que una vez la vi llegar a mamá. Viste cómo es, siempre enojándose por nada. Se paró y poniendo las manos así —Brenda cerró los puños con fuerza—, me gritó llorando que volviera a casa porque no quería que estuviera más ahí. Álvaro se asustó cuando la vio y se fue. Y yo para que no se pusiera mal le hice caso.
—¿No lo viste más?
Brenda negó con la cabeza.
Lili arrugó la frente y murmuró después de un largo silencio.
—Sí, a veces mamá se pone muy nerviosa y a mí me da miedo. Como el otro día cuando me preguntó por el collar que le escondiste en el baúl. Se enojó cuando se lo dije y me mandó a jugar al patio y a mí me dio lástima porque se puso muy triste. Yo la vi por la ventana.
Brenda le asestó una expresión rígida. Los ojos se le achicaron. Parecía enojada.
—¿Ves que sos tonta? No podés guardar ningún secreto.
—Perdón, se me escapó.
—Ahora sí que no te voy a contar más nada.
—Sí, por favor.
—No. No quiero. Sos muy boca suelta.
—Dale. Contame de nuevo esa vez que te perdiste en el camino oscuro. Te prometo que no voy a…
Alguien golpeó la puerta de la habitación y sin esperar respuesta una mujer delgada y de mirada acuosa bajó el picaporte y asomó la cabeza.
—¿Todavía con la luz prendida? Vamos, a dormir que ya es tarde.
—Sí, mamá.
La mujer entró y acomodó en una silla una camperita de hilo, una muñeca, una revista de historietas y una pequeña mochila que estaban desparramadas sobre las camas.
Se dirigió a la puerta y antes de salir dio media vuelta y abrió la boca como si fuera a decir algo.
—Hasta mañana —fue todo lo que dijo, y salió de la habitación.
Su marido estaba mirando un partido de fútbol en el living. Ella se sentó a su lado y permanecieron los dos en silencio durante varios segundos.
—Voy a llevarla esta semana —dijo ella al fin.
—No puede ser. ¿Lo estuvo haciendo de nuevo?
La mujer asintió.
—No es normal. Por más imaginación que tengan a esa edad, todo llega a un límite. Voy a pedir un turno con el doctor Varela para el viernes.
—¿Todavía atiende? Ya era viejo cuando Brenda… bueno, ya sabés.
—Es el mejor para mí. Acordate de cómo nos ayudó, a nosotros y a los padres de ese otro chico que también falleció en el accidente.
—Álvaro —recordó el marido.
—Sí.
—Decime una cosa, ¿y el collar que encontraste en el baúl?
—No quiero hablar de eso.
—Está bien, pero no levantes la voz. La vas a despertar.
Pero Lili ya no la escuchaba. Sumergida en la calma de la media penumbra del cuarto, ovillada bajo las sábanas, cerraba y abría los ojos con intervalos más largos entre parpadeo y parpadeo. Antes de quedarse dormida, estiró una lenta sonrisa y susurró:
—Buenas noches, Brenda.
La muñeca giró la cabeza desde su silla en el rincón y le sonrió también.
—Buenas noches, Lili.

(Ya hemos publicado de mismo autor “Toma de rehenes” en las apariciones de abril de 2016)
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3 comentarios:

  1. Muy bueno! Cuento de los que provocan escalofríos.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Muy buen cuento. Pensé que el final giraba para otro lado. Me sorprendió. Y me encantan los cuentos de muñecos poseídos. En cierta época estuvieron de moda y después decayó. Aunque este roza con el tema de la locura y eso lo torna más escalofriante. La verdad, este sábado voy a terminar de leer los otros cuentos de esta revista. Los que leí hasta ahora son muy buenos.

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