martes, 19 de abril de 2016

"Toma de rehenes" por Marcelo Adrian Lillo

Marcelo Adrian Lillo es escritor argentino. Nació en Río Cuarto, Córdoba, el 1 de noviembre de 1968. Ha publicado sus trabajos en la revista literaria de la Universidad Nacional de Río Cuarto y en la sección literaria de Diario Puntal de la misma ciudad.
En noviembre de 2005 editó el libro de cuentos “Cuatro para la medianoche”, primer trabajo publicado con historias de su exclusiva creación, a través de la editorial CARTOGRAFÍAS de la ciudad de Río Cuarto, Argentina.
En Junio de 2006 publicó su primera novela titulada “El instigador” bajo el sello de Alción Editora de la ciudad de Córdoba, Argentina.
En junio de 2007 ganó el primer premio en el concurso de cuentos Amadis de Gaula, España, con su trabajo titulado “El matador de Gonzalo Fischer”.
En marzo de 2011 publicó su cuento titulado “Un secuestro” en la revista de ficción fantástica ON SPEC de la ciudad de Edmonton, Canadá.
En octubre 2013, publicó su libro de relatos titulado “Mésalliances” en edición conjunta de Editorial CARTOGRAFÍAS y UniRío (Editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto).
Desde agosto de 2009 publica regularmente y bajo contrato sus relatos en el diario PUNTAL de la ciudad de Río Cuarto, Argentina.

Podés leer y bajar "Toma de rehenes" también desde el siguiente enlace: https://drive.google.com/file/d/0B68bhg9qd0HpOFhWbnZncXIwZjA/view?usp=sharing

—¡No te des vuelta, hijo de puta, y mandate para adentro sin hacer quilombo!
Él comprendió, al sentir el cilindro de metal en la nuca, que estaba a punto de ocurrir otra vez la misma historia. Dada la situación, no necesitaba ser un profeta para vaticinar en qué iba a terminar el asunto, pero eso no impedía que tomara las cosas con una mezcla de asombro, temor y rabia. Si por algo había decidido vender su chalet de San Miguel, si por algo había renunciado a los amigos de toda una vida y a su puesto de subgerente en el Banco Provincia por esta ciudad mediana y apaisanada del sur cordobés donde las tragedias se computaban por excepciones y no por reglas, había sido precisamente para que esto no volviera a suceder. Y ahora, como si el destino hubiera encontrado un atajo para localizarlo, todo volvía a repetirse.
—¡Dale, boludo! ¡Caminá y no mirés para atrás!
Distinguió por el reflejo en la ventanilla del auto a otro tipo cerca del que lo apuntaba y a un tercero que cerraba la puerta del garaje. Tres. Igual que la última vez, pocos días antes de que tomaran la determinación de mudarse. Repetición de factores y de circunstancias.
Manos brutales y anónimas lo empujaron en dirección a la puerta que daba al resto de la casa. Él quiso gritarles, suplicarles que se detuvieran. ¿Para qué? No había funcionado las otras veces y tampoco funcionaría ahora.
Lo hicieron entrar a empellones en el living. Al otro lado, detrás de una tabla desayunadora clavada sobre una pequeña pared de ladrillos rasados, su mujer empezaba a preparar la cena. Pensó, al verlo irrumpir tan precipitadamente, que había tropezado contra el escalón de la puerta del garaje o que venía impulsado por alguna urgencia intestinal. La fugaz ilusión se desvaneció apenas vio a los tres tipos que ingresaron detrás de él. Sus facciones se hicieron de arcilla y dedos inmateriales la esculpieron hasta formar una pasmosa mueca de incredulidad.
—No…
Él bajó la cabeza, rendido, y en su gesto ella pudo leer el mensaje indiscutible. Volvió a pasar.
—¡Dale, movete! ¡Rápido! ¡Rápido!
Agarrándolo de la camisa, el tipo que le apuntaba lo arrastró hasta donde estaba su esposa. Al entrar en la cocina, los tres hombres descubrieron lo que hasta entonces había estado oculto detrás de la baja pared de ladrillos rasados. Dos niños, un varón y una nena, estaban sentados frente a una mesita decorada con personajes de dibujos animados. Tenían seis o siete años. Con sus miradas impávidas y sus bracitos extendidos a lo largo de los cubiertos y los platos vacíos, parecían dos marionetas a las que les habían cortado los hilos.
—Hola —les dijo el tipo, estirándoles una sonrisa amarilla. Empujó al hombre a un costado y les hizo una seña con el revólver—. Arriba, vamos. Vayan con papi y mami.
Los niños obedecieron y se quedaron de pie junto a sus padres, agarrados de la mano, mientras contemplaban al desconocido con ojos claros, fláccidos  y ajenos al momento.
—¿Hay alguien más?
El hombre y la mujer negaron con la cabeza. Con un ademán, el tipo les ordenó a sus compañeros que revisaran el resto de la casa.
—Si se portan bien no les va a pasar nada, así que se me quedan todos bien quietitos, ¿fui claro?
Ninguno se movió. El hombre y la mujer se sostenían en un abrazo estrecho y los niños, sin soltarse de las manos, miraban fijamente a aquel extraño que les daba órdenes como jamás sus padres lo habían hecho.
Del otro lado de la casa se veían destellos de luces que se encendían, se escuchaban ruidos de muebles movidos y de cajones abiertos y vueltos a cerrar. El tipo consultó la hora y su mirada se cruzó accidentalmente con la de los niños. Giró la cabeza hacia un costado y de nuevo hacia ellos.
—¿Qué miran?
—Están asustados —intercedió la mujer. Dos lagrimones se escurrieron por sus mejillas como gusanos transparentes—. No los moleste, por favor.
El tipo la examinó brevemente y centró de nuevo su atención en los niños.
—¿No les enseñaron que es mala educación mirar a la gente así?
Ellos no dijeron nada. Sus expresiones acusaban menos temor que curiosidad, la misma que sentían a veces cuando encontraban en el patio algún bicho raro o una planta trepadora o un pájaro de muchos colores.
—¿Qué carajo me miran? ¿Tengo cara de payaso, como esos dibujitos de mierda que ven?
Ellos no le respondieron. Aquella intrepidez que sólo la inocencia puede generar empezaba a ponerlo nervioso. Le daba la impresión de que lo evaluaban, de que estaban explorándolo, de que atisbaban en él emociones que nadie más podía ver.
—¡Contesten!
—Déjelos, por favor. Tienen siete años —le pidió el padre. Su tono era menos de ruego que de cansancio.
El tipo, a punto de perder la paciencia, dio un paso hacia ellos. Pero entonces sus compañeros entraron en la cocina y se reunieron con él.
—¿Nada más que esto? —les preguntó al ver lo que traían.
—Hay una caja fuerte en la pieza —le dijo uno de ellos.
—Ya me parecía. —Agitó el revólver como si fuera un dedo—. Vamos a abrirla —le dijo al hombre.
—Ya estaba cuando vinimos a vivir acá. Nunca la hemos usado.
El tipo emitió una risa entre dientes.
—Claro, y yo como soy un pelotudo te lo creo. Dale, no me jodas.
—En serio. No guardamos nada adentro porque no sé cómo abrirla. Agarren lo que encontraron, llévense el auto si quieren, pero por favor váyanse pronto.
El tipo arqueó su sonrisa amarilla y blandió el arma sobre la frente del niño.
—Así que me querés agarrar de boludo. Bueno, vamos a ver si así se te pasan las ganas de mentirme.
Amartilló el revólver y la mujer profirió un alarido asfixiado.
—¿La vas a abrir o no?
—Está pasando —le susurró el hombre a su esposa.
El tipo miró hacia donde ellos miraban.
Todo sucedió muy rápido. Los chicos alzaron la vista y la fijaron en el hombre que les apuntaba. Tenían los ojos en blanco. El tipo permaneció estático y absorto frente a ellos igual que un gorrión delante de una cobra. Luego retrocedió y, sin achicar en ningún momento su sonrisa amarilla, empezó a estrellarse la cabeza contra la pared; rebotaba y volvía a golpearse como un coyote de caricatura queriendo atravesar un túnel pintado en una roca, dejando a cada crujido una nueva marca rojiza y aceitosa que caía hacia el piso, hasta que pronto cayó él también. Sus compañeros, más acostumbrados a provocar sorpresas que a recibirlas, se quedaron acalambrados, paralíticos y exangües como los ojos que se posaban sobre ellos. Pero en seguida supieron lo que debían hacer. Se arrimaron a la mesita, tomaron los cubiertos alineados junto a los platos vacíos y empezaron a darse estocadas como dos luchadores en un violento juego de video. La mujer abrazó a su esposo para no ver cómo los pequeños tenedores y cuchillos se atareaban en labores menos inocuas, menos domésticas.
Ninguno se movió incluso mucho después de que todo hubo terminado. La mujer fue despegándose lentamente de su marido, entrenando su emoción para lo que estaba a punto de ver apenas abriera los ojos. A pesar de haber presenciado la misma escena otras veces, todavía no se acostumbraba. Nunca se acostumbraría.
Los chicos habían vuelto a sentarse a la mesa. Extendieron sus brazos a lo largo de los platos vacíos y esperaron a que sus padres ordenaran todo para empezar a cenar. No necesitaban pedírselo con palabras.
Después de todo, ¿quién puede resistirse a la mirada de un niño?

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domingo, 17 de abril de 2016

Cuento "La carnada" de Oscar Edur Barakaldo

 Oscar Edur Barakaldo es un escritor argentino de origen vasco. Aficionado al folclore y la antropología dedicó gran parte de su vida al estudio de los mitos rurales y urbanos de Sudamérica. Actualmente reside en la localidad bonaerense de General Rodriguez. Entres sus relatos se destacan los de ciencia ficción y terror.  En su relato "La carnada" nos convence de que no todos los atajos son buenos. Evitar algunos puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. 


Podés leer y descargar el cuento "La carnada" también desde el siguiente enlace: https://drive.google.com/file/d/0B68bhg9qd0HpNFlpbzZOcTNkTm8/view?usp=sharing

–Negro, me parece que nos mandamos una cagada al desviarnos por esta ruta.
–¿Qué cagada, Flaco? Acá no tenemos ni un solo peaje. Nos ahorramos un montón de guita –el negro manejaba con los ojos pegados en la reducida esfera de tenue luminosidad que el Volkswagen dibujaba sobre el asfalto. El flaco iba aferrado en el asiento del acompañante. Hacia largos kilómetros que había retirado el brazo derecho de la ventanilla para aferrarse al asiento.
–Pero no se ve una mierda, negro. Ni siquiera sabemos dónde viene una curva –el flaco miró de reojo el velocímetro del Volkswagen, la aguja marcaba 120km / h.
–Tengo que regular las luces eso es todo –aclaró el negro tratando de llevar calma a la situación.
–Che ¿a nadie le llama la atención que desde que agarramos este camino no nos cruzamos con un solo auto? Hace media hora que no vemos a nadie. Cincuenta kilómetros sin cruzar un auto, un pueblo, un puesto, nada. ¿No es raro eso? –preguntó Lucas desde el asiento trasero.
–No pasa nada. Son las dos de la mañana, es jueves ¿quién querés que ande por acá? –dijo el negro–. Además esta no es una ruta comercial, sino deberíamos haber pasado algún camión –agregó.
–Yo creo que este camino no lleva a ningún lado –replicó Lucas.
–¿Cómo no va a llevar a ningún lado? ¿Adónde viste un camino que no lleva a ningún lado?
–Mi viejo una vez agarró uno en Santa Fe –intervino el flaco– se lo veía en muy buen estado. Nos mandamos y a los quince minutos aparecimos transitando por el pasto. Mi viejo pensó que se había salido en una curva, pero no. El camino se esfumó, así, de la nada. Era un viejo camino que nunca llegaron a terminar.
–¿Nadie vio en el cruce el cartel que decía “Laguna Güemes”? –Lucas y el flaco se miraron. Al parecer no lo habían visto.
–Igual esta ruta no la conoce nadie, negro. Está la 41, la 6, la 200, pero esta no existe –opinó el flaco.
–¿Cómo no va a existir? ¿Por dónde vamos nosotros? –el negro río–, no hablen boludeces, che.
–¿Y eso? –preguntó Lucas.
–Un banco de niebla –dijo el negro mientras bajaba la velocidad y se agazapaba contra el volante para ver mejor– debe haber un río por acá o alguna laguna. –La cerrada oscuridad de la noche fue invadida por fantasmagóricos velos de una blancura impenetrable.
–¡Cuidado!
–“PUMM!!!” –El Volkswagen brincó sobre el asfalto como si se hubiese topado con una loma de burro. El negro perdió el control del vehículo que  se atravesó en la ruta y derrapó sobre la banquina.
–¿Qué fue eso? –preguntó angustiado Lucas.
–Atropellamos algo –dijo el flaco.
–¿Que atropellamos? –se angustió aún más Lucas. Su mente especulaba con el desenlace de una tragedia, pero ¿Qué iba a estar haciendo una persona en medio de la nada?
–No sé, creo que había algo tirado en la ruta, un tronco me parece – contestó el flaco.
–No sé que fue, pero hicimos mierda el tren delantero –se quejó el negro. El flaco se bajó del auto y regresó por la ruta a ver con que se toparon.
–¡Vengan, che! –llamó el flaco, parado a unos treinta metros del auto. Algo se encontraba bloqueando la ruta. Parecía un poste que atravesaba el asfalto. Pero acá no había postes, no había electricidad, no había teléfonos, aquí no había nada. Se acercaron hasta donde estaba Lucas y avanzaron los tres lentamente. Cuando estuvieron en frente de aquella cosa se dieron cuenta de que se trataba de un animal.
–Es una víbora –dijo el negro– no se acerquen –agregó.
–¿Una víbora? ¿Qué decís? –Preguntó Lucas con descreimiento– acá no hay víboras de este tamaño. En ningún lugar del país hay tan grandes.
–En Chaco sí. Mi abuela es de Chaco y me contó sobre las víboras que hay en el monte chaqueño –dijo el flaco.
–Sí, son más grandes que las culebras, pero no pasa de ser un poco más grande. Esto es un monstruo, parece la de la película “Anaconda”.
–Si –dijo el negro embelesado mientras se agachaba sobre el animal– parece una boa ¿o se dice Pitón?
–Es lo mismo, creo –dijo el flaco.
–Acá no hay ni boas ni pitones –intervino Lucas mientras lo miraba al flaco buscando su complicidad, pero el flaco no aceptó el convite.
–Es una boa –sentenció el flaco. El embelesamiento del negro aumentó como dos luces que amentaban su voltaje en el brillo de sus ojos.
–Esto debe valer cualquier guita –dijo el negro.
–No vale nada si está muerto –refutó Lucas.
–Es lo mismo, hay tipos que los embalsaman. A esos tipos les puede interesar ¿no dijiste vos que no existen en todo el país? Entonces el precio sube –el negro se puso de pie y pateó al animal, pero este permaneció inmutable.
–¡Tené cuidado! –gritó el Lucas temeroso –. En la tele vi un documental donde había un tipo que tenía uno de estos de mascotas. Un día se le enrolló en el cuello y se lo comió.
–Acá termina –dijo el flaco mientras caminaba hacia una de las banquinas– acá esta la cola.
–¿Cómo sabés que es la cola? – preguntó Lucas.
–Porque no tiene cabeza, boludo.
–Lucas, fijate del otro lado. Fijate hasta donde llega, así sabemos cuánto mide –ordenó el negro.
–Esto no es normal, loco. A mí no me gusta nada esto. Acá no hay nadie que pueda tener mascotas y en Argentina estos bichos no existen. Yo me vuelvo al auto, loco.  
–Vos sos un cagón, Lucas –contestó el negro– ¿no ves que lo matamos? –el negro caminó hasta la otra banquina y siguió el cuerpo que se perdía en los pastizales. Caminó unos veinte pasos y el cuerpo continuaba– ¡flaco! ¡Vení a ver esto! – mientras el flaco avanzaba trotando sus ojos se agrandaban, inmensos, desencajados. El cuerpo del animal se extendía entre los matorrales hasta perderse en las aguas de una laguna.
–¿Cuánto mide esto, che? –preguntó el flaco.
–No sé, treinta metros o más. Tenemos que sacarlo de la laguna para saber. Llamalo a Lucas. –El flaco apareció en la ruta rápidamente.
–¡Lucas hay una laguna! ¡Vení un toque! –Lucas estaba fumando, nervioso, pero se sentía a resguardo en el asiento trasero del Volkswagen. Lo miró por la ventanilla, pero no salió del auto.
No supo si permaneció sentado en el auto cinco, diez o quince minutos; o si fue media hora el tiempo transcurrido hasta que su mirada se posó en el espejo retrovisor de la puerta del acompañante. En la posición en que había quedado el auto, Lucas podía ver la ruta desierta en el espejo del acompañante. Pero no fue la ruta ni la lúgubre soledad que lo envolvía lo que lo aterró. La ruta estaba literalmente desierta. La niebla se había disipado y la luz de la luna se derramaba sobre la capa de asfalto resaltado la soledad de la misma. El extraño animal ya no estaba sobre el asfalto. La ausencia del animal le imprimía un terror impronunciable. Pero había un detalle que lo aterraba aun más. Ni el negro, ni el flaco, ni siquiera los dos juntos podían haber retirado aquella monstruosidad de la ruta.
Lucas bajó lentamente del vehículo, dejó la puerta abierta para que el ruido al trabarse no profanase el silencio sepulcral que envolvía aquella extraña región. Mientras atravesaba la ruta un sudor frío comenzó a correrle por la espalda. Cualquier zona del pastizal acariciada por la mano del viento absorbía toda su atención. Caminó por la banquina hasta siete u ocho metros del asfalto, justo en donde la tierra y el pedregullo se vencían ante los pastizales que se erigían imponentes. –¡Negro! ¡Flaco! –los gritos de Lucas fueron rápidamente fagocitados por el silencio que lo envolvía todo. –¡Negro! ¡Flaco! ¡Vuelvan! –Lucas sentía espetar las palabras pero no lograba oír nada en medio de aquel silencio cósmico. Alguna vez había leído que así sucede en el espacio. De repente notó los destellos de luz en la laguna. Pensó que el flaco y el negro estaban nadando perturbando la quietud de las aguas– Negro, Flaco ¿Son ustedes? –los destellos comenzaron a multiplicarse por doquier tapizando la superficie del agua con un manto de lucecitas blancas intermitentes. Sin duda la película de la superficie lacustre estaba siendo perturbada por algo o por alguien. Pensó en el Negro y el Flaco tirando piedras en el agua para jugarle una broma. O al menos su alma requería desenfrenadamente que fuese así. Los pastizales comenzaron a sacudirse a pocos metros de él. El temor comenzó a apoderarse de los reflejos de Lucas. Su piel comenzó a erizarse lentamente– Negro, Falco ¿Son ustedes? –la falta de respuestas bastó para activar el reflejo de huida. Lucas corrió velozmente hasta al automóvil y tras abordarlo cerró las ventanillas delanteras. En ese momento tuvo un recuerdo siniestro. Volteó, extendió su mano y cerró la puerta trasera tirando de la manija del levantavidrios.
Los pastizales volvieron a agitarse muy cerca de la banquina. Lucas encendió el Volkswagen y avanzó por la ruta mientras la trompa del auto oscilaba de un lado a otro. Evidentemente el daño provocado por el impacto había sido grave. Repentinamente un cuerpo negro, similar al que habían atropellado, cayó sobre la ruta a unos veinte metros delante del vehículo. La poca velocidad y los reflejos de Lucas lograron que el auto frenase sin impactarlo. Lucas permaneció dentro del auto observando, temerosamente, aquel extraño cuerpo inmóvil sobre la ruta. “¿Qué es eso?”. Le pareció divisar pequeños cambios en la superficie oscura de aquella cosa. En ese instante se dio cuenta que, montado en la urgencia de la huida, no había prendido las luces del automóvil. Accionó la palanca de las luces bajas y lo que vio petrificó sus sentidos. Una decena de pequeño ojos parpadearon en el momento en que las luces se encendieron. “No es una víbora”. Dos o tres de los ojos parpadearon nuevamente y luego se cerraron. Notó que los pastizales comenzaron a sacudirse en medio de la quietud imperante. Uno de los ojos, más grande que el resto, se abrió y lo observó fijamente– no sos una víbora. Sos la carnada –Lucas puso reversa y aceleró a fondo. Dos cuerpos oscuros, similares al que yacía sobre la ruta, se envolvieron rápidamente alrededor del auto. Los brazos constrictores abrazaron al Volkswagen con una fuerza sobrenatural.  Los vidrios de las ventanillas laterales estallaron. Luego estallo la luneta. El vehículo comenzaba a compactarse desde la cola. Lucas escuchó el chillido de la chapa retorciéndose mientras observaba el techo y los parantes hundiéndose sobre él.  Tocó la bocina repetidamente con la falsa esperanza de ahuyentar a aquel animal. Rápidamente aquella cosa comenzó a arrastrar el auto hacia los pastizales. Lucas sintió venírsele el auto encima. Sintió el volante incrustándose debajo de las costillas. Sintió el asiento comprimiéndolo hacia adelante. Sintió el vidrio del parabrisas aplastándole la nariz antes de que estallen en pedazos el vidrio y su propia nariz triturada. En cierto momento sintió la base del volante incrustándose en el asiento a través de su cuerpo. Lo último que sintió fue el ambiente sordo y burbujeante del agua turbia de la laguna envolviéndolo todo.
Una masa compacta de un puré de carne sanguinolento envuelto en fluidos corporales y chapas retorcidas es arrastrada hacía el fondo de la laguna.

**************

La laguna permaneció durante todo el día en calma. Solo un par de teros pasajeros se animaron a interrumpir su paz gritando en una de las orillas. Pero pronto se percataron de la estupidez que acababan de cometer y emprendieron rápidamente el vuelo. El viento se rindió al imperio de la laguna y sopló obligando a los indómitos pastizales a inclinarse para reverenciar a la criatura que duerme en las aguas. El horizonte hambriento devoró rápidamente al sol devolviendo la laguna al imperio de las tinieblas.

**************
           
Un grillo canta tímidamente a orillas de la ruta. Un zumbido in crescendo se aproxima a lo lejos. El pequeño insecto bate sus alas, quizás al sentirlas impregnadas por la humedad de la niebla que se apresura a cubrir la ruta. El zumbido se acrecienta, sonoro, uniforme. De repente, el chillido del caucho sobre el asfalto ahuyenta al insecto que vuela a buscar refugio entre los pastizales. Un estruendo arroja de lado a un vehículo que se arrastra por la banquina hasta perderse entre los pastizales. Al rato asoma una chica mareada con sangre en el rostro. Después irrumpe otra mujer llorando, presa de los nervios. La primera se acerca a la ruta.

–¡Vengan! ¡Atropellamos algo!

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sábado, 16 de abril de 2016

"El coleccionista de ojos" de Marcia Morales Montesinos (Perú)

Marcia Morales Montesinos

Marcia Morales Montesinos es escritora peruana, Zoóloga y Literata. Tiene poemas y relatos publicados en diversos medios. Finalista en el «I Concurso de microrrelatossteampunk y otros retrofuturismos» (2015). Ha publicado el libro Noctemaeternus, Inconclusiones vertidas en noches de insomnio (2015). Tiene relatos publicados en antologías como: Inspiraciones nocturnas II, Eridiano peruano 2, Microfantasías, Antología en Homenaje a Poe, Microterrores, No voy a poder dormir esta noche, Cuentos oscuros. En “El Coleccionista de Ojos” Marcía Morales Montesinos nos sumerge en el mundo de las obsesiones compulsivas de los acumuladores, algunas caminan de la mano con la muerte.
Podés acceder al cuento y bajarlo en formato PDF también desde el siguiente enlace: https://drive.google.com/file/d/0B68bhg9qd0Hpa0MyMEpzM2p3THc/view?usp=sharing

Mira mi colección de ojos—¿No son lindos?—los tengo grandes y pequeños; verdes, azules, marrones, pardos y negros; y provenientes de todas las partes del mundo.
Todo empezó cuando la abuela me dijo:
—Aunque muera, mis ojos siempre estarán viéndote, recuérdalo.
Y nunca lo olvidé. El día de su entierro, por la noche, volví al cementerio y cogí sus ojos, los introduje en un frasco con formol, los llevé a casa y los coloqué en una repisa frente a mi cama, así la abuela siempre estaría viéndome.
A diario me pasaba horas y horas contemplando el frasco. Fue entonces que descubrí que era un coleccionista de ojos. Un par no eran suficientes, necesitaba muchos más que me observaran.
Fue cuando me decidí a salir en su búsqueda. Agarré el diario para enterarme de los fallecimientos. Por la noche iba al cementerio, después de los funerales, desenterraba los cadáveres y arrancaba sus ojos como tesoro más preciado que el oro. Así di inicio a la colección más grande de ojos que haya existido.
Sin embargo, con el pasar del tiempo me percate, que los ojos que conseguía se notaban opacos, deslucidos y sin brillo, algunos ya casi estaban al punto de la putrefacción. Los necesitaba más frescos, eso solo lo conseguiría extrayéndolos apenas la persona falleciera.
En un principio no fue nada sencillo conseguir personas recién muertas. Vivía rondando las morgues para ver si se me presentaba la oportunidad de acercarme a un cadáver recién fallecido y poder arrancarle sus preciados tesoros de las cavidades orbitarias, pero nunca se dio la ocasión.
Desesperado por conseguir material fresco, regresaba a casa, conduciendo muy distraído, pensando en la mejor solución al problema, cuando de pronto, una anciana indigente cruzó la pista y sin percatarme de ello, la atropellé aparatosamente. La anciana yacía inerte en la pista. Mi primera reacción fue tratar de pedir ayuda, pero no había nadie cerca; trate de llamar una ambulancia, pero mi celular se había quedado sin batería, ya que había estado rondando morgues desde la mañana y ya eran casi las ocho de la noche. Fue entonces cuando un haz de luz pasó por mi mente y una sonrisa se dibujó en mi rostro, corrí hasta el cuerpo de la anciana, lo metí rápidamente a la cajuela de mi auto y conduje sin aliento hasta casa.
Saqué el cuerpo de la cajuela y lo llevé a mi habitación, no pasaba otra cosa por mi mente más que arrancar los ocelos de ese cuerpo viejo. Fui a la cocina y seleccione un par de cuchillos, los más afilados y puntiagudos, volví a la habitación, realicé el procedimiento debido y al final, por fin, obtuve un par de ojos frescos, los cuales coloque cuidadosamente en un frasco especial que ya tenía desde hace varios días, esperando ser llenado. Este era el inicio de una nueva etapa en mi afición coleccionística.
A partir de ese día, acostumbraba deambular, con el auto —de preferencia por las madrugadas y por lugares poco concurridos— buscando indigentes o locos que atropellar o en el peor de los casos perseguir y golpear con un bate de beisbol que llevaba en el asiento trasero, y así obtener el preciado tesoro ocular.
Una madrugada, se cruzó en mi camino un extraño hombre, alto, delgado, pálido y de aspecto ido —Los próximos ojos de mi colección —pensé, y traté de atropellarlo pero este esquivó el auto, no hubo otro remedio que bajarme con el bate, pero mientras me acercaba a él, sacó un revolver del bolsillo derecho y me disparó, después de aquello, todo se volvió oscuro.
Al despertar me descubrí en una habitación llena de estanterías con frascos que contenían cerebros humanos, al comienzo me sentí muy confundido pero luego empecé a entenderlo todo, este sujeto era un coleccionista de cerebros, y el mío era la próxima pieza de su colección, era por eso que no me había disparado en la cabeza, para conservar la integridad de mi materia gris.
De pronto sentí ruidos que provenían de la habitación contigua, sin duda, el sujeto que me disparó, volvía para arrebatarme mi preciado encéfalo. Debía hacer algo y rápido, porque sino me convertiría en la próxima pieza de su colección. Agarré la única silla que había, me coloqué al costado de la entrada y cuando ingresaba lo golpeé en la cabeza con todas mis fuerzas, quedó tirado en el suelo inconsciente, aproveché para sacar la pistola de su chaqueta y le disparé varias veces. Cuando estuve seguro de que estaba muerto, decidí observar más detalladamente la colección de cerebros, eran realmente hermosos, quedé un buen rato extasiado viéndolos, luego fui a dar un pequeño recorrido por el resto de la casa. Lo que vi, me dejó estupefacto, cada habitación de la residencia estaba destinada a albergar una colección específica; pulmones, orejas, riñones, corazones, narices, manos, páncreas y, cómo no, tenía una colección de ojos y era mucho más grande y variada que la mía.
Al hurgar entre sus documentos, me enteré de que vivía solo y que no tenía familia en el país, ya que había llegado a Lima, desde Rumania, diez años atrás, y al parecer se había establecido acá permanentemente. Una vez enterado de todo esto, fui a buscar mi auto y durante la semana siguiente trasladé mi colección a la casona de Emmeran Moldovan, así es como se llamaba, no me gusta mucho su nombre pero ya me iré acostumbrando.



Marcia Morales Montesinos (Lima, 1984).

miércoles, 13 de abril de 2016

"Vortex" de Natalia Cáceres

“Vortex”
Natalia Cáceres

 Natalia Andrea Cáceres (nacida en Buenos Aires en 1977) escribe desde que tiene memoria. Esta afición se manifestó en su vida casi con tanta intensidad como su amor por la lectura. En 1992 recibió una Mención Honorífica en el Concurso de Ciencia Ficción y Fantasía para alumnos de la Escuela Secundaria del CACYF. La revista Axxón, Ciencia Ficción en Bits ha publicado varios de sus relatos. Escribió una novela corta (“Sed”) que ha publicado de manera independiente.

Podés leer y descargar el cuento en formato PDF desde el siguiente enlace https://drive.google.com/file/d/0B68bhg9qd0HpT0QyR3M5TVZ5c0E/view?usp=sharing

El niño tironeó con fuerza  de la manga de su madre para intentar atraer su atención. En mitad de la ancha avenida una especie de carroza como las del carnaval avanzaba con lenta ceremonia, al principio en silencio, luego soltando notas metálicas de vez en cuando. La madre se hallaba enfrascada en una conversación por su celular, los tirones de manga no eran suficiente estímulo para mirar lo que su hijo señalaba.
El joven había salido apurado del trabajo  para evitar el tráfico de la hora pico y una gigantesca lancha con ruedas avanzaba delante de él con la velocidad de una tortuga. Él no oía el tintineo metálico que semejaba una caja musical debido a que no dejaba de hacer sonar la bocina ni un segundo para demostrarle al mundo lo apurado que estaba.
El viejo despertó sobresaltado, desde que había alquilado el departamento en el centro de la ciudad esos despertares eran muy corrientes. Las persianas estaban bajas para mantener alejados tanto la luz del sol como los sonidos urbanos característicos, pero esta vez no había sido suficiente precaución. Una música alegre sonaba en las calles, en medio del centenar de bocinas exasperadas que luchaban por silenciarla. El viejo subió la persiana con gran esfuerzo, la curiosidad había vencido al sueño.
-¡Mami, mami! ¡Mirá! ¡Mami mirá!- el niño ya zarandeaba el brazo de su madre que tuvo que interrumpir la conversación para poder meterle un sopapo como Dios manda a ese pendejo insoportable.                                                                                                                    -¡Pará un poco, Luciano! ¿No ves que estaba hablando por teléfono? ¿Qué carajo querés ahora?
La cabeza de Luciano estaba acostumbrada a los sopapos y la ansiedad porque la carroza multicolor se alejaba lo sumía en un silencioso frenesí que logró arrastrar a su madre hacia el origen del bullicio. Justo cuando llegaron cerca del vehículo unas compuertas se abrieron en la parte superior del mismo dejando escapar centenares de globos que poblaron el cielo.
El joven, que se había hartado de tocar bocina, ahora insultaba a los gritos con las ventanillas bajas, señalando los globos que rebotaban y se enganchaban en todas partes, culpando de todas sus desgracias a “esa manga de putos que se cree que puede improvisar un desfile de putos donde quiera y cuando quiera, cagándose en el resto de las personas normales”.
En ese momento, de entre los globos asomaron cuatro figuras de absurdo colorido y gigantesca sonrisa. Una de ellas clavó su mirada en el joven dejándolo mudo e inmóvil, amplió su sonrisa y le arrojó una flor de papel de color rojo que aterrizó en el parabrisas. El volumen de la musiquita comenzaba a elevarse.
En cuanto el viejo asomado a la ventana vio surgir a los payasos de esa especie de acorazado multicolor, una sensación extraña se apoderó de su mente. Era como si estuviese reviviendo una de sus antiguas alucinaciones, y estaba seguro de que el cansancio no tenía influencia en esa percepción, sentía como si se hubiera disparado una alarma silenciosa dentro de él, todo su ser se hallaba en estado de alerta.
Los payasos habían comenzado a arrojar cosas a su alrededor sobre los autos y las personas, si bien no alcanzaba a distinguir qué, podía notar que eran livianas y de color rojo. La inquietud en su interior no decrecía sino todo lo contrario, sentía las manos crispadas y las sienes comenzaron a  latirle a medida que aquel tintineo metálico se aceleraba. Sus manos buscaron algo en la penumbra, lo hallaron y se aferraron a eso con fuerza como si fuese un talismán. Intentó controlar su respiración nuevamente.
El fastidio de la madre de Luciano era más que evidente, la alegría del niño sumido en el ambiente festivo que emanaba de aquel armatoste la ponía de pésimo humor. Quería llegar a casa, enchufarle el nene a su madre y empezar los preparativos para la fiesta del sábado en la que planeaba drogarse hasta olvidar su propio nombre.
Una flor de papel aterrizó sobre su pecho, el golpe no llegó a dolerle pero fue lo bastante brusco como para molestarla aún más. Alzó la vista mientras le daba la flor al mocoso emocionado que saltaba a su lado y se sobresaltó al descubrir la mirada que se clavaba en ella, detrás del exceso de maquillaje que comenzaba a borronearse por el sudor, un par de ojos fríos y calculadores la miraban fijamente.
Oyó a Luciano chillar y se disponía a calmarle la histeria con un nuevo sopapo cuando descubrió el temor en los ojos del niño y sintió su propio temor reflejado.
El joven apretó el volante hasta que sus dedos se volvieron pálidos. La sonrisa sádica y colorida que relucía frente a él parecía surgida de sus peores pesadillas, esas en las que irremediablemente el monstruo se devoraba a su madre ante sus propios aterrorizados gritos. Sentía el sudor correr por sus mejillas, los ojos le pesaban, le costaba respirar, su percepción de los alrededores comenzaba a distorsionarse conforme el miedo trepaba por su pecho con unas garras afiladísimas. El auto se convirtió en una trampa, tuvo la impostergable necesidad de salir de allí, sin embargo el aire fresco en el rostro fue sólo un alivio momentáneo, antes de que pudiese respirar hondo el horror ya se había desencadenado. Su mente frágil se quiso aferrar a algún recuerdo de la infancia, a un lugar confortable, cálido, lejano, pero apenas cerró los ojos para escapar de las imágenes que lo rodeaban la bestia sonriente volvía a devorar a su madre. Los abrió para volver a escapar; los colores, el frenesí musical y las escenas que se superponían ante él formaron un torbellino que arrasó con los restos de su cordura.
El viejo observaba desde la ventana con la mandíbula fuertemente apretada, sus ojos se mantenían alertas e iban siguiendo los acontecimientos con premeditación. Después de arrojar los papeles rojos, sonreír a diestra y siniestra con sus bocas dibujadas y hacer reverencias a quienes quisieran mirar, los payasos se habían quedado quietos unos segundos. En ese momento el viejo pensó “Están eligiendo cada uno su presa… están midiéndolas”, la música se estiró en una sola nota estridente y para cuando retomó el loco tintineo desenfrenado, los bufones se pusieron en acción. Cada uno sustrajo del hueco del que había emergido un arma a elección y dio comienzo la brutal carnicería.
Luciano aferraba con toda su fuerza la pierna de su madre, le clavaba dedos y uñas, no dejaba de chillar y escondía el rostro hinchado y mocoso entre los pliegues de la pollera para dejar de ver los rostros demoníacos que se habían puesto los payasos. Su madre intentaba correr y tironeaba de los pelos de su hijo para que dejara de actuar como lastre y le permitiera aumentar la velocidad. Entre la música demencial que perforaba sus oídos comenzaron a escucharse explosiones aisladas. Habiendo visto lo que enarbolaba cada uno de aquellos monstruos sonrientes no tenía ninguna duda del origen de los estallidos. La gente a su alrededor gritaba y corría presa del pánico más primitivo, nadie quería morir de esa manera tan ridícula. En la mente de la mujer que corría con su hijo aferrado a una pierna, el único pensamiento que rebotaba idiota sin cesar era que no podría asistir a la fiesta del sábado si no salía de allí cuanto antes.
Sintió un golpe en la espalda, una especie de quemazón repentina y un dolor insoportable, sus piernas no respondieron y el suelo de pronto comenzó a elevarse al encuentro de su rostro. Los gritos de Luciano se hicieron aún más estridentes. El pensamiento cambió. “Por qué no te callás de una vez, pendejo de mierda.”
El joven había resbalado lentamente hasta quedar sentado en la calle con la espalda apoyada en la rueda delantera de su auto último modelo. En su cabeza sólo sentía un grito sin voz, constante, ensordecedor. Sus ojos no sabían hacia dónde mirar, había gente tropezándose con otra gente o con vehículos abandonados, gente cayendo con la cabeza destrozada, pisoteada por quienes huían del mismo destino. Una mujer que arrastraba a su hijo pasó por delante del joven, los gritos del niño restauraron su vínculo con los sonidos del mundo exterior y pronto deseó que eso no hubiera sucedido. Un disparo en la espalda hizo caer a la madre de bruces en el asfalto, el niño comenzó a sacudirla gritando con más intensidad. Uno de los monstruos coloridos se abrió paso entre la multitud con su demencial sonrisa brillando bajo el sol, se acercó a la mujer derrumbada y la tocó con la punta de su gran zapato para comprobar si aún respiraba. El joven cerró los ojos con fuerza. “Por favor no, otra vez no, mamá, no, por favor, basta. No, no, mamá, por favor…”
El viejo sopesaba la posibilidad de que todo aquello no fuera más que una nueva alucinación. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que irrumpieran en su mente, no había vuelto a suceder desde que le dieran el alta. No recordaba cuánto tiempo había transcurrido desde entonces, su cabeza funcionaba diferente después del encierro. ¿Cómo saber si con su nueva manera de pensar las visiones podían ser así de vívidas, así de realistas?
Los payasos habían comenzado a disparar y las víctimas caían como moscas, pero no mataban a quienes estaban cerca, no parecía una cuestión de azar. ¿Con qué criterio los elegían?
Sin darse cuenta, el viejo había sacado de entre las sombras aquello que sus manos aferraban y lo apoyaba ahora en el marco de la ventana. Sus ojos se posaron en el arma, su mente no formuló preguntas, simplemente aceptó las circunstancias y no fue necesario tomar la decisión. Acercó el ojo a la mira y comenzó a disparar con precisión, haciendo caer uno a uno a los engendros malignos que desataran una masacre absurda. Los payasos no huyeron, fueron menguando su número de a poco, tampoco detuvieron su actuación, parecían movidos por una voluntad que estuviera más allá de ellos, como si no llevasen las riendas de sus propios actos.
El viejo sobrevoló con la mira el desastroso escenario en que se había transformado la ancha avenida, buscaba colores chillones, bocas despiadadas. Ubicó al último que quedaba en pie, estaba parado junto a un niño de ojos horriblemente hinchados, el engendro parecía estudiar con avidez a un joven que ocultaba su cabeza entre los brazos, como si de esa manera pudiese huir de allí. Algo en la escena lo obligó a observar y esperar.
Luciano estaba sentado en la calle junto al cadáver de su madre, el monstruo que se la había arrebatado continuaba parado a su lado pero fijaba su atención en un hombre que temblaba pegado a la rueda de un auto. El niño ya no lloraba, un vacío inmenso se había apoderado de su pecho y le impedía moverse de allí, su mirada alternaba entre el ser grotesco disfrazado de payaso y el hombre aterrado que no quería escapar de una muerte segura. Lo comprendía sin necesidad de palabras, él tampoco quería moverse pero su situación era diferente, no se sentía en peligro ya, el momento de su riesgo de muerte había pasado, algo más horrible aún estaba a punto de sucederle a ese hombre, algo que debía pasar irremediablemente. Los pensamientos se ordenaron así en su cabeza y Luciano los aceptó como la única verdad. Un reflejo lo hizo parpadear y buscó con la vista su proveniencia. En la ventana de un edificio pudo ver a un hombre con un arma que apuntaba en aquella dirección. Ya había matado a todos los demás payasos pero no se decidía por apretar el gatillo por última vez. Era lógico, aún no era el momento. Por las dudas que aquel hombre no lo supiera, Luciano miró con intensidad el origen del reflejo y negó lenta pero pronunciadamente con la cabeza.
El joven no podía dejar de temblar, nada le importaba en el mundo en ese momento más que mantener los ojos cerrados. A su alrededor había cesado casi todo el bullicio de la masacre, sin embargo podía oír la pesada respiración del demonio que se rehusaba a alejarse. Era igual que en su pesadilla, luego de devorar a su madre el monstruo se quedaba allí impasible, observando… ¿qué? No podía recordarlo. Ella no había sido una buena mamá, él era consciente de ello, pero era la única que tenía ¿por qué tenían que quitársela entonces…? Y ahora de nuevo… abrió la boca y gritó con todas sus fuerzas:                        -¿POR QUÉ NO ME MATÁS DE UNA PUTA VEZ?
El monstruo se acercó más, lo tomó por las muñecas y lo obligó a descubrirse el rostro, que se contrajo de asco y desesperación al sentir el fétido aliento que le era respirado rítmicamente. El joven sintió una sensación de urgencia en su mente y no pudo mantener los ojos cerrados, la criatura que lo observaba parecía trasmitir un mensaje silencioso “VIVE”, “SUFRE”, “RECUERDA”. Abrió los ojos muy grandes y su mente comenzó a gritar sin control y sin freno. 
-¿POR QUÉ NO ME MATÁS DE UNA PUTA VEZ?
Las palabras golpearon al viejo en el pecho, se le nubló la vista y las lágrimas desbordaron sus ojos, perdiendo el objetivo en que había centrado la mira. Un miedo infantil atenazó sus miembros que se paralizaron, enjugó las lágrimas, buscó al niño con la mira, pero éste había desaparecido. Volvió a centrar su atención en el payaso que parecía estar hipnotizando al joven en mitad de la avenida y durante ese interminable intercambio de miradas su mente susurró las palabras “vive”, “sufre”, “recuerda” y las lágrimas volvieron a aflorar. Por un instante su cerebro amenazó con colapsar, como si un gigantesco resplandor pretendiera cegarlo, borrar todo su mundo. Luchó contra ello, era su deber, si aquello lo vencía todo habría sido en vano. Respiró hondo, parpadeó repetidas veces enfocando la vista y volvió a observar a través de la mira. El joven también había desaparecido, sólo quedaba en pie el último bufón despreciable escrutando a su alrededor, buscando nuevas víctimas. No podía permitirlo, una certeza determinante le devolvió a sus manos la firmeza necesaria. Los hechos anteriores habían sido de alguna manera orquestados para suceder, pero el límite era ahora, el límite era él, ese era su destino.
Apuntó a la cabeza de la que sobresalían mechones de color fucsia y sin vacilar apretó el gatillo. Disfrutó el momento, vio caer despatarrada a la grotesca figura y sintió los labios curvándosele en una sonrisa. No recordaba la última vez que había sonreído. Soltó el arma y caminó con lentitud hasta su cama, sus músculos se relajaron y casi cayó sobre el colchón. Las lágrimas afloraron al instante, amargas, liberadoras. Lloró por todo y por todos. Por sus recuerdos perdidos, por sus padres olvidados, por todos aquellos que tuvo que ser para llegar a estar ahí en ese momento, porque fuera necesaria esa especie de castigo superior para extraer los elementos nocivos que estaban destruyendo la sociedad. Se sintió un poco asqueado de ser un mero instrumento quirúrgico.
Oyó golpes autoritarios llamando a su puerta, los conocía de memoria, torpes, apresurados, tardíos, ignorantes. Lo inculparían de todo, la masacre de principio a fin, si los payasos continuaban tirados en las calles serían sus cómplices, si habían desaparecido sería el único autor intelectual y material.
Suspiró y con una sonrisa permitió que la oscuridad lo devorara sin ofrecer resistencia alguna. Tiraron la puerta abajo, lo arrastraron fuera de su vivienda junto con el rifle apostado aún en la ventana, volvieron a encerrarlo en un rincón oscuro, sin embargo el anciano no dejaba de sonreír. Su confinamiento sería pacífico y silencioso como no lo había sido ningún otro momento de su vida. Había llegado al final de un tortuoso camino trazado a fuego en su alma como un mapa, su ineludible misión le había costado mucho dolor y desesperación, pero la nueva página estaba en blanco… y tenía la intención de que permaneciera así.
Se sentó en el suelo en mitad de su celda, con las piernas cruzadas, cerró los ojos e inspiró profundamente por última vez.

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"Diario de Nattramm" de Ariel S. Tenorio

“Diario de Nattramm”
Ariel S. Tenorio

Ariel S. Tenorio, argentino, nació el 2 de agosto de 1975. Se ha dedicado a la creación de relatos cortos de ficción y poesía. Actualmente vive en Gral. Pacheco, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es miembro fundador del grupo literario pro-horror The Wax. Ha recibido una Mención de Honor en el 160 certamen de poesía y narrativa 2007 de la Editorial Zona. Es lector desde hace años de la revista Axxón y como tanto ingreso de datos al final debe generar alguna salida, aquí tenemos el interesante trabajo que nos ha presentado.

Podes leer y bajar el archivo desde el siguiente enlace: https://drive.google.com/file/d/0B68bhg9qd0HpdHlhX1BNNFQwWkE/view?usp=sharing

El hombre cerdo enamorado

Jueves 03-07 (Por la mañana, pero no demasiado temprano)
Me levanté de un humor melancólico hoy. Con esa melodía titilante que deben escuchar los suicidas y los ángeles de la muerte antes de besar la eternidad. Para remediarlo, me robé el gato de la vecina y lo aplasté con una maza. Pienso que a veces, con un poco de imaginación, se puede mejorar el día. Kerstin no me llamó anoche, y eso me provocó una ira descomunal, rompí muchas cosas, entre ellas mi propio brazo derecho. Luego recordé que no me llamó porque está enterrada debajo de un roble, en el bosque, con un tenedor clavado en el ojo. ¡Si! ¡Jajaja! Que cabeza la mía. Las cosas no me duran mucho tiempo. En fin. Tal vez me cruce a la carnicería y compre algunas patitas de cerdo. Es lo único que me consuela últimamente. Y además el carnicero me tiene miedo, cosa que me divierte y emociona al mismo tiempo.
Hasta luego diario. Prometo no abandonarte como hice con aquella mujer paralítica en Skansen durante la tormenta de hielo.

Viernes 04-07 (Por la noche, cuando el cuervo de locura se estrella en mi ventana)
Hoy por la mañana decidí que no había suficientes emociones en mi vida, de modo que fui al sótano y me tomé el veneno para ratas, luego subí a la cocina, me hice un té de manzanilla, y me senté a esperar. Al cabo de cinco minutos comencé a aburrirme así que me corté la tetilla izquierda con una hojita de afeitar. ¡Me encantan las gillettes! ¿A quién no? Estaba en eso de embadurnarme con mi propia sangre cuando llegó mi madre. Tocó la puerta varias veces y me llamó, pero el veneno para ratas surtió efecto y quedé repentinamente paralizado. No podía mover ni un músculo y mi garganta comenzó a cerrarse como si estuviera llena de arena. Fue un momento sublime. Bueno, en el hospital me dieron una purga con sabor a cerezas. Por el momento he recuperado parte de mi movilidad, pero solo hasta el cuello, lo que me hace pensar en esa extraordinaria película llamada “Y Johnny tomó su fusil”.
Mientras espero que me surta efecto la purga y comience a vomitar a chorros, le estoy dictando estas palabras a una enfermera, quien amablemente aceptó poner su caligrafía en mi diario. Es bastante bonita para ser sueca y tiene unos ojos verdes muy grandes que me recuerdan a los de Kerstin. Cuando pueda moverme de nuevo intentaré estrangularla con la sonda.
¡Jajaja!. Es broma Anne…
(No. No lo es)

¿Lumes o Juevedes? 07-15 (Algum momonete de la tarrrde)
AMado Dairo: Anohce vino Aarseth, viejo amigo y jeringa suya compartymos, eso y combo de galleta de arroz/nitrocitina pero su vena implotó por toda la habitación. Yo reía parar nunca y defequé alfombra persa mamá. Arseth luego confunde Orlok ( mia Pitón ) con Oboe y muestrrrra me obertura nueva de banda Impalator, perrrrro OrloK pica boca de Arseth hasta saltar suyas lágrimole sanguinum. Otra vez mi caca en algombra mi mame ensuciándolo. Il pobre Arseth drogose com mia pipa de experominto de hormiga cavadorrra africanum y llora seco en sofá hassssta quedó muuuuy muerto y se desprendiÖ su cabiza rodando por la aldombra persa mamá, otrrra vez Yo defeco de riza y pasamOTh buen rato jumtOS, mis feces y Yom. Horra temo relojo de Gato Filix ocn su horriblo ojo tic-tac-tic-tac…

Viernes 11-07 (Cuando cae dulcemente la tarde)
Querido Diario; Hoy pasé a buscar a mi pequeña sobrina Aslög y paseamos juntos por la ciudad. Fue una estupenda tarde de sol y caminamos tomados de la mano. Cuando Aslög se cansó de caminar (solo tiene cuatro años y sus regordetas piernitas se fatigan pronto) la subí en mis hombros y paseamos un rato más por el parque. Más tarde fuimos al centro comercial y tomamos helado. ¡Helado de frutilla y melón! Los gustos favoritos de Aslög desde siempre.
En un momento, mientras me contaba acerca de sus amadas muñecas, Astrid y Berta, se interrumpió y me dijo: —Tío Nattramn, te quiero. Me gusta pasar el rato contigo. —Y sin miramientos me dio un beso en la mejilla. Mi corazón casi estalla de ternura.
Para finalizar la tarde fuimos al zoológico y vimos un sinfín de animales, pero donde más tiempo nos quedamos fue frente a la jaula de los reptiles, ya que a Aslög le repelen y le fascinan por igual.
Luego, con la niña dormida en brazos, tomé un taxi y la dejé en casa de mi hermana. Ebba, quien siempre se preocupa por mí, quiso que me quedara a cenar, pero me excusé diciéndole que me dolía la cabeza.
Mientras volvía a casa, pensaba en todo lo que me había dicho el psiquiatra luego de mi sobredosis. Eso de buscar las zonas de luz. Hacer cosas que me hagan bien. Que me llenen el alma. Y me dije que tal vez tenga razón.
Antes de que cortase el semáforo, con gran regocijo, puse en práctica sus consejos y empujé a un viejo ciego debajo de las ruedas del tranvía.

Martes 15-07 (Calculando las horas por el movimiento de las sombras)
Estúpido Diario donde escribo mis miserias: Estoy otra vez preso.
Aunque esta vez las razones han sido injustas.
Es muy difícil explicar algunos divertimentos personales a la policía local. Y desde luego que no escuchan una palabra de lo que les digo. Me juzgan por mi aspecto; cuando deberían hacerlo por mis crímenes.
El problema comenzó la semana pasada, cuando el idiota de Umbra Luxury me envió en una caja su dedo meñique y adosado a ella, una breve nota que decía “Ya lo ves, Nattramn, soy el Dios de la automutilación”. La ocurrencia me provocó risa, pero también (no lo niego) un sentimiento de sana competitividad que me empujo a la acción. Así que bajé al sótano, tomé un serrucho, y le corté un pie a la pelirroja muerta. “Umbra Luxury está tan ansioso por ganarme que no notará la diferencia” pensé, y en realidad no me equivocaba.
Al día siguiente recibí el correo y allí estaba su brazo, amputado a la altura del codo. La nota solo decía un lacónico “¡Ja! Todavía puedo hacerlo”
No tardé en enviarle un par de orejas, manos y otras partes del cuerpo que elegí cuidadosamente, quería mantener la magia de la pulseada y además, descubrir hasta donde era capaz de llegar Umbra Luxury. Mi nota era provocativa y al mismo tiempo desdeñosa…el anzuelo perfecto para esta clase de chiflados.
Bueno, hace tres días recibí la cabeza de Umbra Luxury en una caja. La nota explicaba su postura frente a mis palabras y se jactaba por haber ganado la competencia. También dejaba instrucciones para que alimentara a su mascota, la tarántula albina Ubdur.
Pero el idiota avisó también a su casero, así que cuando la policía descubrió mis notas y las partes del cuerpo que Umbra había conservado, sin duda, por pura envidia, no tardaron en venir a buscarme.
En la soledad de mi reclusión, recuerdo que las píldoras suministradas por el Estado me impiden lastimarme. En mi fuero íntimo, envidio a Umbra Luxury por vivir su vida hasta el límite (y por tener herramientas más afiladas que las mías).

Miércoles 23-07 (Que mi creatividad no lastime a nadie, pero si lo hace, que sea divertido)
Excelente semana. De la cárcel al hospital psiquiátrico y del hospital psiquiátrico a mi casa. Ayer sin ir más lejos, al verme de nuevo con tiempo libre, desarrollé una de mis actividades favoritas. Yo la llamo “jugando al muñeco de cera” y consiste básicamente en reemplazar a un muñeco de cera y quedarme muy quieto durante todas las horas que pueda.
Esta ocupación, que parece fácil, requiere una gran preparación. Primero está el tema del vestuario y el maquillaje, luego, infiltrarme en el recinto y hacer el reemplazo sin que nadie lo note. Para esto tuve que levantarme muy temprano y viajar tres horas hasta el museo del horror en Valberg, una vez allí, dormir al guardia con mi suero especial (nunca diré la receta, aunque amenacen con no torturarme) y escabullirme adentro justo antes de la hora de apertura.
¡Y lo conseguí! Rompí mi propio récord de inmovilidad perfecta, trece horas en la piel del demonio de Rottemburg. Ah… qué placer indescriptible.
Delante de mi nariz desfilaron contingentes de todo el mundo, niños y adultos con sus cámaras de fotos, estudiantes y eruditos, y hasta las Hermanas del Remedio de la Catedral de Estocolmo santiguándose y pegando grititos ante mi espantosa imagen.
La cereza de la torta fue luego de la hora de cierre, cuando el guardia de seguridad al fin despertó y se puso a inspeccionar todos los rincones del museo, tenía un aire de confusión y parecía aturdido, pero de todos modos estaba dispuesto a descubrir el misterio. Lo dejé acercarse, despacio, despacio, y cuando estuvo a pocos centímetros de mi cara le dije suavemente: ¡Búh!
Dios bendiga a los enfermos cardíacos. Ahora está conmigo en mi sótano, y su silueta rígida me ha dado la mejor idea de mi vida. ¿Porque no tener mi propio museo de cera?

Un Martes cualquiera de Julio de cualquier año (En un inframundo sin tiempo ni esperanzas)
Incondicional Diario: Con la idea del museo de cera en mente me puse a reformar el sótano y decidí tirar abajo algunas columnas. El problema con eso es que carezco de noción en estructuras basales y gran parte de la casa se ha derrumbado sobre mi cabeza. Ahora estoy atrapado bajo varias toneladas de piedra y madera, no siento las piernas y tengo una gruesa viga de roble que me oprime el pecho cada vez que respiro. Es decir, es una situación divertida, pero muy incómoda, incluso para escribir. Algunos metros por encima de mi cabeza escucho a los bomberos trabajando y llamándome, pero por ahora he decidido guardar silencio. Me gusta pensar en esas pequeñas alimañas que se sienten amenazadas ante la presencia del hombre y por ahora estoy imitando su comportamiento. Con un poco de suerte, tal vez, los bomberos se cansen y dejen de molestarme. Hace un rato escupí un espumarajo de sangre con la forma del Ratón Mikkelsen y después de mucho mirarlo; entablé el siguiente diálogo con él:
—¿Ratón Mikkelsen?
—¿Mmmmh?
—¿Es cierto que la luna está hecha de queso y que el cerebro de los niños pequeños tiene una enzima capaz de darte la fuerza destructiva de tres Golems sedientos de sangre?
—No a la primera y si a la segunda.
—¿Ratón Mikkelsen?
—Si, Nattramn, estoy aquí.
—Te quiero Ratoncito.
—Y yo a ti, Nattramn.

En un segmento de tiempo humano, en la órbita celeste (Registro mental Nº457895)
En total estuve cinco días bajo tierra y fui descubierto por milagro, cuando un grupo de niños voluntarios se obsesionaron en desenterrar un supuesto tesoro que yo guardaba en el sótano (los mitos urbanos una vez más me han favorecido, aunque dudo que hayan encontrado doblones de oro) mi agradecimiento es en realidad, para el ratón Mikkelsen que me acompañó en todo momento durante mi estadía subterránea.
En el hospital me llenaron de sedantes, así que he ido y regresado del sueño a una vigilia ponzoñosa mientras me arreglaban huesos rotos y demás falencias ocurridas en mi cuerpo.
Lo más destacable por el momento, es que anoche, cuando me creían dormido, robé algunas ampollas de adrenalina y me di un subidón mágico que todavía cosquillea en la punta de mis cabellos.
Anotaré en orden lo que creo haber hecho bajo esta ola de poder, algo más o menos así:
3-2-1: ¡Despegue! /camino/ corro/ pasillo/ reboto/ escalera/ doctor/ empujo/ ventana/ cuatro pisos/ doctor/ alfombra Aladino/ suelo/ papilla/ levanto/ corro desnudo/ mujer grita/ puñetazo/ silencio/ robo ambulancia/ recorro ciudad/ sirena aullando/ gato del infierno/ semáforo rojo/ arrancado/ choco plazoleta/ corro corro corro/ entro club/ rectum demonae/ banda en vivo/ Malevolent Urdo/ nada buenos/ coro de niñas/ invitan escenario/ grito y grito/ gente vocifera/ Nattramn-Nattramn/ botella frente/ sangre/ alguien empuja/ camarín/ fotógrafo/ flash/ parto silla/ gorila sale atrás/ asusta/ yo corro/ gorila rápido/ callejón/ pared/tenacidad de la materia/
(luego se apagaron las luces y aparentemente fui traído de nuevo al hospital )
Ahora estoy igual que antes pero sujetado a la cama con correas. Y en la tele están pasando a un idiota demente que arrasó con media ciudad disfrazado de Godzilla.

Miercoles 13-08 (Expedientes clínicos, recortes periodísticos, archivos policiales)
El paciente N sufre un grave trastorno psicopático que lo lleva a agredirse y agredir a los demás como acto reflejo para reconocerse en un contexto determinado. En otras palabras, necesita cruzar el umbral del dolor o hacer que otros lo crucen para sentirse vivo. Esto ha quedado demostrado desde tempranos diagnósticos, pero también se manifiesta cada vez que se le concede cierto margen de libertad para desempeñarse. Se recomienda mantenerlo sedado y atado mientras haya personal del hospital no profesional trabajando en el mismo piso. Doctores y enfermeras deberán extremar precauciones para tratar con él, ya que es muy hábil para socializar y generar un clima común de confianza. Los doctores Mikael Eriksen y Thorrik Nilsson han pagado muy caro este engaño, sobre todo Nilsson que debió ser intervenido de urgencia en el Hospital Höggard de quemados y murió pocos días después con un injerto de piel fallido que el mismo N contaminó en el laboratorio. También están los episodios de robo y sustitución de psicofármacos por veneno para ratas, reemplazo de prótesis por miembros reales y la auto-operación de páncreas que el mismo N se realizó en el quirófano y requirió luego de un trasplante para salvar su vida. Por estos motivos, y otros incidentes menores que no cabe mencionar en este reporte, recomiendo practicar lobotomía frontal en el Paciente N. Circunscripto al reglamento interno del Hospital y certificado por las autoridades del mismo.
Dr J.K Rowling

HOMBRE CERDO IRRUMPE EN HOGAR DE ANCIANOS Y CAUSA CUATRO MUERTES POR PARO CARDIACO.
Hacia las ocho de la noche del día de ayer, la tranquila cena en el hogar de ancianos estatal Fergusson se convirtió en una pesadilla. Esto sucedió cuando una especie de hombre cerdo, cubierto de sangre y costras amarillas destrozó una ventana y cayó directamente sobre una de las mesas. “Emitía unos chillidos insoportables y en lugar de manos tenía unas patitas de cerdo”. Dijo luego, a nuestro enviado especial, una anciana con voz temblorosa y agregó “No pude verle el rostro porque lo tenía embadurnado de sopa de arvejas, pero fue horrible”. Frente al susto y la sorpresa, cuatro de los miembros más viejos del Hogar Fergusson,se llevaron las manos al pecho y cayeron fulminados. Sus pobres corazones no lograron aguantar el sobresalto. Otros testigos afirman que luego de revolcarse en la mesa, el misterioso hombre cerdo se incorporó y preguntó adonde quedaba la puerta, luego, simplemente salió caminando y silbando como si no hubiera ocurrida nada. Todo Estocolmo está impactado por la noticia y recomendamos a la población no entrar en…
Nickolson Natty Ölson (ALIAS NATTRAMN) expediente policial 23.454
El sujeto ha sido detenido en innumerables ocasiones, por las más diversas causas. Está procesado y su ficha consta en el registro Penal. Espera sentencia por el asesinato del Payaso Kiki en septiembre de 2007, pero goza de libertad condicional in horroris causa dada su rara psicopatía considerada única por el consejo de Psiquiatría de Suecia. Se enumeran a continuación algunos de los últimos sumarios en el lapso Julio-Agosto.
12 de Julio. Desorden en la vía pública con agresión leve y exhibicionismo agravado con muñeco de cera de Brendan Perry.
13 de Julio. Vandalismo y retrovandalismo. Robo de propiedad privada con arma de guerra. Resistencia a la autoridad. Imitación ilegal de Rambo. Consumo de drogas y posterior metamorfosis dentro de patrulla con destrucción total de la misma.
14 de Julio. Desorden en la vía pública. Destrucción de propiedad del estado. Intento de violación a un oficial de la ley. Lenguaje obsceno y portación de cabeza de muñeco de cera de Brendan Perry.
14 de Julio. Asesinato de dos reos en los calabozos de la comisaría local con dedo índice de muñeco de cera.
15 de Julio. Destrucción total de parque y jardines aledaños al Parlamento. Arrojar patos muertos a los manifestantes. Portación irónica de símbolo de la paz.
16 de Julio. Lenguaje obsceno y exhibicionismo en TV. Colocación de bomba de talco en el estudio de canal 24. Sustitución de agua por kerosene en los bebederos de canal 24. Suelta de gas nervioso en los conductos de ventilación de canal 24.
17 de Julio. Generar tumulto público, exaltación y promoción de violencia hacia sí mismo al demostrar crueldad con un muñeco de peluche del payaso Kiki. Apología del linchamiento. Lenguaje soez e imitación de sonidos de animales.
(Hospitalizado desde el 18 de Julio hasta el 14 de Agosto en la clínica Höggard de quemados)
14 de Agosto. Asalto con disfraz de Godzilla. Destrucción de estatuas públicas. Robo de alcantarillas. Arrojar alcantarillas sobre transeúntes desde el décimo octavo piso del edificio Sony Ericsson. Ulular como pájaro prehistórico y arrojarse al vacío.
La lista sigue hasta completar cuatro folios.


Miércoles sin número (Con sentimientos encontrados, tan encontrados que han colisionado)
Aborrecible diario: Déjame decirte algo acerca de las mujeres ¡No las entiendo! Pero empezaré por el principio para darle orden a todo esto.
Conocí a Ommm en el Club Nocturno Ano Pro Nobis, allí tocaban bandas amigas tales como Bloodbath, Vomitory y Dissection. Debo decir que estas tres bandas me gustan pero me aburren al mismo tiempo, quizás porque los conozco desde siempre y han perdido la capacidad de sorprenderme. La que si me sorprendió, y gratamente, fue la banda invitada Mass Murderer, integrada por cuatro chicas de aspecto deslumbrante. Y además, la descarga brutal de Black Metal nos revolcó por el suelo a todos. Luego de un set de dos horas (75 minutos más de lo que habitualmente se les permite a las bandas amateurs) la bajista dejó muy en claro su opinión al prender fuego el polvoriento telón del escenario. Bueno, todos saben cómo funciona esto. Las llamas corrieron más rápido que los guardias de seguridad y sus matafuegos. En cuestión de minutos, todo Ano Pro Nobis se convirtió en una antorcha naranja. Hubo caos y dolor, y en ese maravilloso instante, me sentí feliz y pleno de vida. Quise acercarme a Ommm para agradecérselo. De hecho, se lo agradecí salvándole la vida, porque Ommm había quedado atrapada bajo un esqueleto de luces y estaba inconsciente.
Para llegar hasta ella tuve que quemarme un poco, nada del otro mundo, solo el noventa por ciento del cuerpo, más que nada el rostro, los brazos, el tronco, etc.
Pero logré sacarla con vida, y lo más increíble: logré salir con vida yo también.
Afuera estaba nevando y los copos de nieve brillaban de manera inusitada reflejados en las luces de los camiones de bomberos.
Miré a Ommm con ternura, sus rasgos perfectos, su expresión de inocente tranquilidad. Al cabo de unos minutos, ella abrió los ojos, tosió, se convulsionó y luego vomitó largo y tendido.
Se me quedó mirando.
—Estás en llamas —me dijo.
—Lo sé.
—No imbécil, estás literalmente en llamas.
—Oh, no es nada. Me pasa todo el tiempo. Me encantó tu show —dije, un poco nervioso.
—No me interesa hablar con fans —contestó ella con un gesto de disgusto. Y al hacerlo me clavó un puñal en el corazón, más doloroso que cualquier tortura física o mental a la que me hubiera sometido por propia voluntad en toda mi vida.
Me quedé parado en medio de la nieve, viendo cómo se alejaba en la noche, con el exquisito marco de un incendio gigantesco, cuatro dotaciones de bomberos, cadáveres y heridos por todas partes y la nieve golpeteando y siseando sobre mi cuerpo prendido fuego.
Creo, querido diario, que estoy enamorado.

Lunes 25-08 (Cartas y poemas a Ommm)
[La hoja fue misteriosamente arrancada (N. Editor) Falta la correspondencia de Nattramn a Ommm donde le cuenta cómo y porque mató a sus padres, el secuestro del perro, etc.]

Miércoles 27-08 (Regresando lentamente a la anormalidad)
Aquí estoy de vuelta maltratado Diario, te tengo abandonado últimamente, pero es que han sucedido demasiadas cosas y no estoy seguro de querer contarlas todas. Haré un ejercicio de honestidad a pesar de todo, más que nada para poder recordar con justicia ésta época de mi vida, pero a modo de resumen. Los hechos vergonzosos los dejaré al margen para que mi mala memoria los diluya como granos de sal en una sopa bien caliente.
Y lo que tengo que decir es esto: Ommm.
Ommm se ha convertido en el centro de mi existencia y me cuesta pensar con claridad desde que apareció en mi vida.
Luego de una serie de eventos, de los cuales muchos fueron casuales y otros no tanto, Ommm comenzó a prestarme más atención aunque (Oh pesadilla de todo enamorado) no el tipo de atención que yo anhelaba. Frente a la desaparición de su perro y luego, la de sus padres. Ommm comenzó a dirigirme la palabra. Brevemente la mayoría de las veces, con largos insultos, las otras.
Nos citamos en un hangar abandonado en las afueras de Malmö y allí, finalmente le devolví a su perro, el desobediente Menguele. Ommm parecía furiosa pero cuando escuchó los ladridos corrió a abrazar al pobre animal que temblaba y no dejaba de lamerle la cara. Y entonces al verlos tan felices, me acerqué a Ommm y la abracé con alegría, intentando formar parte del cuadro. Ahí fue cuando Ommm me apuñaló en el estómago. Reiteradas veces.
Mientras ella me apuñalaba con frenesí y me gritaba algo acerca de sus padres (nunca le dije que no sufrieron en lo más mínimo) yo intentaba acariciarle el pelo. Ommm tus ojos son abismos y con gusto me dejaré caer en ellos. Ommm nunca me ha pasado esto antes, tengo miedo y alegría y nostalgia y dolor al mismo tiempo ¿Que debo hacer? ¿Me ayudarás?
Pero Ommm ya corría con Menguele hacia mi Van, y en unos segundos desaparecieron de mi vista haciendo chirriar las gomas en el pavimento de la ruta.
Me quedé solo en el hangar, acostado en un charco de sangre y con una debilidad cada vez más aplastante. A duras penas logré abrirme la camisa para contemplar las heridas. Bueno, no eran tan graves. Un poco por encima de la boca de mi estómago, estaba mi ofrenda de amor hacia Ommm. El regalo que no había llegado a mostrarle.
La oreja de Menguele estaba cosida a mi esternón y había tomado un agradable color amarillento. Era mi forma de decirle que me tomaba las cosas en serio. Que podía hacer parte de mí cualquier cosa que ella quisiera.
Luego, a medias desmayado, lo que confundí con el Ratoncito Mikkelsen era en realidad una gorda rata negra que mordisqueó mi injerto con entusiasmo.
Pensando en Ommm, y en los avatares de la vida, me largué a llorar.

DIARIO DE OMMM
Jueves 04-09 (¿Comprometida solo con la causa? No te mientas Ommm)
Me siento a escribir en estado de ebriedad, lo que no siempre arroja resultados literarios pero suele tener propiedades balsámicas y curativas en lo inmediato. Creo que por ahora, eso es suficiente para mí. Ah, mi pobre corazón de bruja comienza a ablandarse.
Desde las nubes vaporosas de la lluvia etílica, hago garabatos como una chica de secundaria en el espejo empañado del baño. Escribo mi nombre, dibujo un corazón, y dentro del esquema, la inicial de su nombre. Ahí me quedo y parpadeo y hago muecas como una chiquilla ¡Que tontas somos las mujeres a veces!
Pero no me decido. No me decido. No logro decidirme.
El idiota de Nattramn me ha secuestrado dos veces desde que lo apuñalé. Y eso no ayuda. La primera fue solo por un día, el muy atrevido se coló en mi cuarto a la madrugada y me durmió con cloroformo. Desperté unas horas después en un cuartucho de madera, y allí estaba él, con esa sonrisa torcida y su cabello grasoso pegoteado al cráneo. Pero se había esmerado en producirse (al menos eso) y llevaba un traje oscuro a rayas, como el que usan los gánsters en las películas, y una corbata que hacía juego con el pañuelito que sobresalía del bolsillo del saco. Toda una postal, viniendo de él.
Cuando me habló, lo hizo con torpeza y me dijo un montón de cosas absurdas, creo, porque además yo me sentía muy mareada, en algún momento me recitó un absurdo poema que hablaba de sapos verrugosos y ratones mágicos. Un disparate.
No tardé en golpearlo en la cabeza con una tetera (no tengo idea de porqué había una tetera en el cuartucho de madera, pero así es) y escapé por una ventana. Corrí por un bosque durante horas, en camisón, descalza y con temperatura bajo cero, con Nattramn persiguiéndome y gritándome estrofas de su poema y demás párrafos de cartas que según él, nunca quise aceptarle.
Luego llegué a una ruta, me levantó un camionero y el resto es historia conocida.
El segundo secuestro fue mejor planificado. No dejo de admirarme de la persistencia de este hombre. Simplemente, me levantó de la calle cuando iba a trabajar, en una maniobra que podría definir como cinematográfica, cruzó su horrible Van en la acera, se bajó con un disfraz de cerdo que me dejó bastante shockeada, tomó mis manos, me las esposó con suavidad y me cargó en la parte de atrás del vehículo. Todo bajo la asombrada mirada de los peatones que poblaban el cruce de la avenida. Me tomó tan de sorpresa que no ofrecí resistencia. Para ser honesta, debería decir que comenzó a divertirme un poco la situación con Nattramn.
En este mismo momento, mientras escribo estas líneas. Nattramn me mantiene esposada a un radiador en un viejo motel de las afueras de la ciudad. Me ha preguntado si tenía hambre y si me conformaba con pizza y le dije que sí. Que por mí estaba bien. Así que por primera vez, he visto en sus ojos un destello de alegría. Tal vez, más que alegría, se trate de otra cosa. ¿Alivio? ¿Paz? No puedo definirlo todavía.
Mientras mi secuestrador busca mi cena, me siento extrañamente tranquila.
Tengo la certeza de que mi colega de banda, Killing Cats, ha recibido mi mensaje, y en cuestión de horas tendremos a todo un batallón de fans de Mass Murderer dispuestos a desmembrar al hereje. Pero mientras tanto, tal vez nos besuqueemos un rato.
Cambio y fuera.

Diario de Nattramn
Martes 09-09 (Ahora que lo más difícil ya pasó y que lo peor aguarda allá adelante)
Hola de nuevo. Hoy intentaré poner en práctica mis dotes narrativas ya que los sucesos de estos últimos días lo exigen. No sin una pizca de orgullo, pienso que en el futuro, cuando alguien (tal vez yo mismo) lea este diario, se me juzgará por muchas cosas, pero no por faltar a la verdad, y ciertamente no por ir en contra de mi corazón.
El embrollo arranca con Ommm y mi enamoramiento de flechado por cupido, tan fuerte como un mazazo en la cabeza y prácticamente igual de inesperado. La situación con Ommm, en estas semanas, me ha llevado desde lo absurdo hasta lo ridículo, muy a mi pesar. Pero hace unos días sucedió lo inesperado: Ommm me ha retribuido algo de amor.
(En esta parte, el diario aparece tachado y borroneado, pero por debajo de las tachaduras, se adivina un poema que no logramos reproducir. Nota de Editor)
En un viejo Motel perdido en los bosques del Norte, dejé a Ommm encadenada a un radiador, con la única compañía de una botella de Whisky y unos cuantos papeles y lápices. En mi rápida excursión en el pueblo cercano compré una pizza, cervezas y una ballesta con unas cuantas flechas con punta de plomo. Firmé algunos autógrafos a unos fanáticos de Silencer (los odio, están por todas partes) que me crucé en el estacionamiento y volví rápidamente al Motel.
Me encontré con Ommm bastante ebria y con una mirada extraña que me puso nervioso.
Dejé la ballesta debajo de la cama y me dispuse a liberarla para compartir nuestra frugal cena. Pero Ommm me besó.
(Nota del Editor: Nuevamente aparecen tachaduras en el diario, el texto se vuelve borroso y solo aparecen palabras aisladas durante dos páginas; fuego volcánico, mordiscos, blanca piel de estatua griega, cicatrices, Ommm y su bruxismo, oreja amputada de Menguele, ratoncito Mikkelsen, susurros, pus y crema batida, cosquilla de pies con víctima aullante, sabor de tus besos, holocausto por radiación, síndrome de Estocolmo, clímax perfecto para el pez banana, cabeza de cera de Brendan Perry, orgasmatrón, exhaustos de pasión, etc.)
Y allí nos quedamos, tirados en la cama con un hormigueo en todo el cuerpo. Ommm intentó prender un cigarrillo pero no logró levantar la mano. El radiador estaba encadenado a su mano, arrancado de la pared y compartiendo la cama con nosotros.
Le encendí el cigarrillo y bromeé acerca del extraño ménage à trois con el artefacto.
Ommm rió con ganas. Sus ojos estaban bien abiertos y lucían radiantes. Y yo tomé sin permiso una instantánea mental para atesorar por siempre.
Ella me dijo: —Nattramn. No lo tomes a mal pero debo decirte algo.
—¿Qué es, hermosa calavera mía?
—Los fans de Mass Murderer vienen por ti. Le pasé la dirección del Motel a Killing Cats y ya sabes cómo es ella. Creo que te odia.
—Oh… Supongo que deben ser celos.
—Nop. Estoy bastante segura de que te odia.
—Mmmmmmmh.
Enese momento, alguien derribó la puerta de una patada y tres hombres entraron en la habitación. El que entró primero tenía el aspecto de un guerrero Vikingo, con una barba trenzada que le llegaba hasta la mitad del pecho y gruesos bigotes con forma de manubrio, detrás de él, los otros dos parecían hienas a punto de darse un festín con una gacela vieja.
Pero yo no era ninguna gacela. Y podría confirmar con Ommm tampoco.
Las cosas, cuando se precipitan, suceden a una velocidad alterada. En realidad, no sabría explicar como sucedió todo, pero lo importante es que logré desempeñarme con la velocidad y sangre fría necesarias.
Mi bota con clavos se incrustó en las pelotas del Vikingo con precisión quirúrgica y casi al mismo tiempo arrastré a Ommm fuera del rango de acción, Ommm se enroscó a mi cuerpo como si bailásemos un tango, con el radiador todavía encadenado a su muñeca y describiendo un arco mortal, que solo fue interrumpido con un fuerte “Klonnnnng” cuando la cabeza de la hiena 1 se interpuso torpemente en su camino.
Nos caímos detrás del sofá justo a tiempo para esquivar las primeras balas y Ommm me susurró en el oído que la hiena 2 se llamaba Olaf y que había sido, en su temprana adolescencia, su primer novio y campeón de tiro en las para-olimpíadas Europeas.
Con un gruñido realicé una pirueta desde el sofá hasta un costado de la cama, mientras la hiena Olaf, envalentonado, caminaba perpendicularmente por la habitación para aumentar su rango de tiro.
Los disparos silbaban sobre mi cabeza, pero tuve tiempo de ponerme mi máscara de cerdo, manotear la ballesta y sostenerla firmemente apuntando a la cabeza de mi enemigo.
La hiena Olaf titubeó una milésima de segundo al ver que un cerdo le apuntaba con una ballesta cargada.
Tal vez, incluso, tuvo tiempo de ver como la flecha salía disparada en dirección a su entrecejo. Tal vez, incluso, pudo oír el pegajoso sonido que hizo al incrustarse en su frente, atravesar su cerebro y salir por la parte trasera de su cráneo, dejándolo clavado en la puerta del baño. Pero no creo que, después de eso, haya sentido como sus pantalones se mojaban con su propia orina, ni sus tacones repiqueteando en el piso de parquet como si ejecutaran el último tap de su vida. No, no creo que se haya percatado.
Salimos del Motel con cautela, con la ballesta cargada y Ommm semidesnuda y con el radiador colgando de su muñeca.
Afuera no había nadie, era una noche oscura como el infierno y comenzaba a nevar nuevamente.
Subimos a mi Van y encendí el motor.
—La calefacción puede tardar unos minutos —dije, como para decir algo.
—Sabes que vendrán más, Nattramn. Personas como nosotros nunca podrán ser felices. Lo sabes ¿verdad?
—Yo no creo en los clichés —le respondí. Y estampé un beso en sus labios pálidos con mi máscara de cerdo todavía puesta.
Ommm me devolvió el beso y procuró con gracia felina disimular sus lágrimas.
Después, como en una mala película de terror, nos perdimos de vista en un camino tenebroso.
Y por un largo tiempo, el mundo se olvidó de nosotros y nosotros de él.