Marcia
Morales Montesinos
Marcia
Morales Montesinos es escritora peruana, Zoóloga y Literata. Tiene poemas y
relatos publicados en diversos medios. Finalista en el «I Concurso de
microrrelatossteampunk y otros retrofuturismos» (2015). Ha publicado el libro Noctemaeternus,
Inconclusiones vertidas en noches de insomnio (2015). Tiene relatos publicados
en antologías como: Inspiraciones nocturnas II, Eridiano peruano 2,
Microfantasías, Antología en Homenaje a Poe, Microterrores,
No voy a poder dormir esta noche, Cuentos oscuros. En “El Coleccionista de
Ojos” Marcía Morales Montesinos nos sumerge en el mundo de las obsesiones
compulsivas de los acumuladores, algunas caminan de la mano con la muerte.
Podés acceder al cuento y bajarlo en formato PDF también desde el siguiente enlace: https://drive.google.com/file/d/0B68bhg9qd0Hpa0MyMEpzM2p3THc/view?usp=sharing
Mira mi
colección de ojos—¿No son lindos?—los tengo grandes y pequeños; verdes, azules,
marrones, pardos y negros; y provenientes de todas las partes del mundo.
Todo empezó
cuando la abuela me dijo:
—Aunque muera,
mis ojos siempre estarán viéndote, recuérdalo.
Y nunca lo
olvidé. El día de su entierro, por la noche, volví al cementerio y cogí sus
ojos, los introduje en un frasco con formol, los llevé a casa y los coloqué en
una repisa frente a mi cama, así la abuela siempre estaría viéndome.
A diario me
pasaba horas y horas contemplando el frasco. Fue entonces que descubrí que era
un coleccionista de ojos. Un par no eran suficientes, necesitaba muchos más que
me observaran.
Fue cuando me
decidí a salir en su búsqueda. Agarré el diario para enterarme de los
fallecimientos. Por la noche iba al cementerio, después de los funerales,
desenterraba los cadáveres y arrancaba sus ojos como tesoro más preciado que el
oro. Así di inicio a la colección más grande de ojos que haya existido.
Sin embargo, con
el pasar del tiempo me percate, que los ojos que conseguía se notaban opacos,
deslucidos y sin brillo, algunos ya casi estaban al punto de la putrefacción. Los
necesitaba más frescos, eso solo lo conseguiría extrayéndolos apenas la persona
falleciera.
En un principio
no fue nada sencillo conseguir personas recién muertas. Vivía rondando las
morgues para ver si se me presentaba la oportunidad de acercarme a un cadáver
recién fallecido y poder arrancarle sus preciados tesoros de las cavidades
orbitarias, pero nunca se dio la ocasión.
Desesperado por
conseguir material fresco, regresaba a casa, conduciendo muy distraído,
pensando en la mejor solución al problema, cuando de pronto, una anciana
indigente cruzó la pista y sin percatarme de ello, la atropellé aparatosamente.
La anciana yacía inerte en la pista. Mi primera reacción fue tratar de pedir ayuda,
pero no había nadie cerca; trate de llamar una ambulancia, pero mi celular se
había quedado sin batería, ya que había estado rondando morgues desde la mañana
y ya eran casi las ocho de la noche. Fue entonces cuando un haz de luz pasó por
mi mente y una sonrisa se dibujó en mi rostro, corrí hasta el cuerpo de la
anciana, lo metí rápidamente a la cajuela de mi auto y conduje sin aliento
hasta casa.
Saqué el cuerpo
de la cajuela y lo llevé a mi habitación, no pasaba otra cosa por mi mente más
que arrancar los ocelos de ese cuerpo viejo. Fui a la cocina y seleccione un
par de cuchillos, los más afilados y puntiagudos, volví a la habitación, realicé
el procedimiento debido y al final, por fin, obtuve un par de ojos frescos, los
cuales coloque cuidadosamente en un frasco especial que ya tenía desde hace
varios días, esperando ser llenado. Este era el inicio de una nueva etapa en mi
afición coleccionística.
A partir de ese
día, acostumbraba deambular, con el auto —de preferencia por las madrugadas y
por lugares poco concurridos— buscando indigentes o locos que atropellar o en
el peor de los casos perseguir y golpear con un bate de beisbol que llevaba en
el asiento trasero, y así obtener el preciado tesoro ocular.
Una madrugada,
se cruzó en mi camino un extraño hombre, alto, delgado, pálido y de aspecto ido
—Los próximos ojos de mi colección —pensé, y traté de atropellarlo pero este
esquivó el auto, no hubo otro remedio que bajarme con el bate, pero mientras me
acercaba a él, sacó un revolver del bolsillo derecho y me disparó, después de aquello,
todo se volvió oscuro.
Al despertar me
descubrí en una habitación llena de estanterías con frascos que contenían
cerebros humanos, al comienzo me sentí muy confundido pero luego empecé a
entenderlo todo, este sujeto era un coleccionista de cerebros, y el mío era la
próxima pieza de su colección, era por eso que no me había disparado en la
cabeza, para conservar la integridad de mi materia gris.
De pronto sentí
ruidos que provenían de la habitación contigua, sin duda, el sujeto que me
disparó, volvía para arrebatarme mi preciado encéfalo. Debía hacer algo y
rápido, porque sino me convertiría en la próxima pieza de su colección. Agarré
la única silla que había, me coloqué al costado de la entrada y cuando
ingresaba lo golpeé en la cabeza con todas mis fuerzas, quedó tirado en el
suelo inconsciente, aproveché para sacar la pistola de su chaqueta y le disparé
varias veces. Cuando estuve seguro de que estaba muerto, decidí observar más
detalladamente la colección de cerebros, eran realmente hermosos, quedé un buen
rato extasiado viéndolos, luego fui a dar un pequeño recorrido por el resto de
la casa. Lo que vi, me dejó estupefacto, cada habitación de la residencia
estaba destinada a albergar una colección específica; pulmones, orejas,
riñones, corazones, narices, manos, páncreas y, cómo no, tenía una colección de
ojos y era mucho más grande y variada que la mía.
Al hurgar entre
sus documentos, me enteré de que vivía solo y que no tenía familia en el país,
ya que había llegado a Lima, desde Rumania, diez años atrás, y al parecer se
había establecido acá permanentemente. Una vez enterado de todo esto, fui a buscar
mi auto y durante la semana siguiente trasladé mi colección a la casona de
Emmeran Moldovan, así es como se llamaba, no me gusta mucho su nombre pero ya
me iré acostumbrando.
Marcia Morales
Montesinos (Lima, 1984).
Excelente texto. Al empezar la lectura tenía un título, sobre el argumento ni idea tenía, al concluir la lectura encuentro genial su planteamiento y desenlace.
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