Podés leer y descargar el cuento "La carnada" también desde el siguiente enlace: https://drive.google.com/file/d/0B68bhg9qd0HpNFlpbzZOcTNkTm8/view?usp=sharing
–Negro, me parece que nos mandamos una
cagada al desviarnos por esta ruta.
–¿Qué cagada, Flaco? Acá no tenemos ni
un solo peaje. Nos ahorramos un montón de guita –el negro manejaba con los ojos
pegados en la reducida esfera de tenue luminosidad que el Volkswagen dibujaba
sobre el asfalto. El flaco iba aferrado en el asiento del acompañante. Hacia
largos kilómetros que había retirado el brazo derecho de la ventanilla para
aferrarse al asiento.
–Pero no se ve una mierda, negro. Ni
siquiera sabemos dónde viene una curva –el flaco miró de reojo el velocímetro
del Volkswagen, la aguja marcaba 120km / h.
–Tengo que regular las luces eso es todo
–aclaró el negro tratando de llevar calma a la situación.
–Che ¿a nadie le llama la atención que
desde que agarramos este camino no nos cruzamos con un solo auto? Hace media
hora que no vemos a nadie. Cincuenta kilómetros sin cruzar un auto, un pueblo,
un puesto, nada. ¿No es raro eso? –preguntó Lucas desde el asiento trasero.
–No pasa nada. Son las dos de la mañana,
es jueves ¿quién querés que ande por acá? –dijo el negro–. Además esta no es
una ruta comercial, sino deberíamos haber pasado algún camión –agregó.
–Yo creo que este camino no lleva a
ningún lado –replicó Lucas.
–¿Cómo no va a llevar a ningún lado?
¿Adónde viste un camino que no lleva a ningún lado?
–Mi viejo una vez agarró uno en Santa Fe
–intervino el flaco– se lo veía en muy buen estado. Nos mandamos y a los quince
minutos aparecimos transitando por el pasto. Mi viejo pensó que se había salido
en una curva, pero no. El camino se esfumó, así, de la nada. Era un viejo
camino que nunca llegaron a terminar.
–¿Nadie vio en el cruce el cartel que decía
“Laguna Güemes”? –Lucas y el flaco se miraron. Al parecer no lo habían visto.
–Igual esta ruta no la conoce nadie,
negro. Está la 41, la 6, la 200, pero esta no existe –opinó el flaco.
–¿Cómo no va a existir? ¿Por dónde vamos
nosotros? –el negro río–, no hablen boludeces, che.
–¿Y eso? –preguntó Lucas.
–Un banco de niebla –dijo el negro
mientras bajaba la velocidad y se agazapaba contra el volante para ver mejor–
debe haber un río por acá o alguna laguna. –La cerrada oscuridad de la noche
fue invadida por fantasmagóricos velos de una blancura impenetrable.
–¡Cuidado!
–“PUMM!!!” –El Volkswagen brincó sobre
el asfalto como si se hubiese topado con una loma de burro. El negro perdió el
control del vehículo que se atravesó en
la ruta y derrapó sobre la banquina.
–¿Qué fue eso? –preguntó angustiado
Lucas.
–Atropellamos algo –dijo el flaco.
–¿Que atropellamos? –se angustió aún más
Lucas. Su mente especulaba con el desenlace de una tragedia, pero ¿Qué iba a
estar haciendo una persona en medio de la nada?
–No sé, creo que había algo tirado en la
ruta, un tronco me parece – contestó el flaco.
–No sé que fue, pero hicimos mierda el
tren delantero –se quejó el negro. El flaco se bajó del auto y regresó por la
ruta a ver con que se toparon.
–¡Vengan, che! –llamó el flaco, parado a
unos treinta metros del auto. Algo se encontraba bloqueando la ruta. Parecía un
poste que atravesaba el asfalto. Pero acá no había postes, no había
electricidad, no había teléfonos, aquí no había nada. Se acercaron hasta donde
estaba Lucas y avanzaron los tres lentamente. Cuando estuvieron en frente de
aquella cosa se dieron cuenta de que se trataba de un animal.
–Es una víbora –dijo el negro– no se
acerquen –agregó.
–¿Una víbora? ¿Qué decís? –Preguntó
Lucas con descreimiento– acá no hay víboras de este tamaño. En ningún lugar del
país hay tan grandes.
–En Chaco sí. Mi abuela es de Chaco y me
contó sobre las víboras que hay en el monte chaqueño –dijo el flaco.
–Sí, son más grandes que las culebras,
pero no pasa de ser un poco más grande. Esto es un monstruo, parece la de la
película “Anaconda”.
–Si –dijo el negro embelesado mientras
se agachaba sobre el animal– parece una boa ¿o se dice Pitón?
–Es lo mismo, creo –dijo el flaco.
–Acá no hay ni boas ni pitones –intervino
Lucas mientras lo miraba al flaco buscando su complicidad, pero el flaco no
aceptó el convite.
–Es una boa –sentenció el flaco. El
embelesamiento del negro aumentó como dos luces que amentaban su voltaje en el
brillo de sus ojos.
–Esto debe valer cualquier guita –dijo
el negro.
–No vale nada si está muerto –refutó
Lucas.
–Es lo mismo, hay tipos que los
embalsaman. A esos tipos les puede interesar ¿no dijiste vos que no existen en
todo el país? Entonces el precio sube –el negro se puso de pie y pateó al
animal, pero este permaneció inmutable.
–¡Tené cuidado! –gritó el Lucas temeroso
–. En la tele vi un documental donde había un tipo que tenía uno de estos de
mascotas. Un día se le enrolló en el cuello y se lo comió.
–Acá termina –dijo el flaco mientras
caminaba hacia una de las banquinas– acá esta la cola.
–¿Cómo sabés que es la cola? – preguntó
Lucas.
–Porque no tiene cabeza, boludo.
–Lucas, fijate del otro lado. Fijate
hasta donde llega, así sabemos cuánto mide –ordenó el negro.
–Esto no es normal, loco. A mí no me
gusta nada esto. Acá no hay nadie que pueda tener mascotas y en Argentina estos
bichos no existen. Yo me vuelvo al auto, loco.
–Vos sos un cagón, Lucas –contestó el
negro– ¿no ves que lo matamos? –el negro caminó hasta la otra banquina y siguió
el cuerpo que se perdía en los pastizales. Caminó unos veinte pasos y el cuerpo
continuaba– ¡flaco! ¡Vení a ver esto! – mientras el flaco avanzaba trotando sus
ojos se agrandaban, inmensos, desencajados. El cuerpo del animal se extendía
entre los matorrales hasta perderse en las aguas de una laguna.
–¿Cuánto mide esto, che? –preguntó el
flaco.
–No sé, treinta metros o más. Tenemos
que sacarlo de la laguna para saber. Llamalo a Lucas. –El flaco apareció en la
ruta rápidamente.
–¡Lucas hay una laguna! ¡Vení un toque!
–Lucas estaba fumando, nervioso, pero se sentía a resguardo en el asiento
trasero del Volkswagen. Lo miró por la ventanilla, pero no salió del auto.
No supo si permaneció sentado en el auto
cinco, diez o quince minutos; o si fue media hora el tiempo transcurrido hasta
que su mirada se posó en el espejo retrovisor de la puerta del acompañante. En
la posición en que había quedado el auto, Lucas podía ver la ruta desierta en
el espejo del acompañante. Pero no fue la ruta ni la lúgubre soledad que lo
envolvía lo que lo aterró. La ruta estaba literalmente desierta. La niebla se
había disipado y la luz de la luna se derramaba sobre la capa de asfalto
resaltado la soledad de la misma. El extraño animal ya no estaba sobre el
asfalto. La ausencia del animal le imprimía un terror impronunciable. Pero
había un detalle que lo aterraba aun más. Ni el negro, ni el flaco, ni siquiera
los dos juntos podían haber retirado aquella monstruosidad de la ruta.
Lucas bajó lentamente del vehículo, dejó
la puerta abierta para que el ruido al trabarse no profanase el silencio
sepulcral que envolvía aquella extraña región. Mientras atravesaba la ruta un
sudor frío comenzó a correrle por la espalda. Cualquier zona del pastizal
acariciada por la mano del viento absorbía toda su atención. Caminó por la
banquina hasta siete u ocho metros del asfalto, justo en donde la tierra y el
pedregullo se vencían ante los pastizales que se erigían imponentes. –¡Negro! ¡Flaco!
–los gritos de Lucas fueron rápidamente fagocitados por el silencio que lo
envolvía todo. –¡Negro! ¡Flaco! ¡Vuelvan! –Lucas sentía espetar las palabras
pero no lograba oír nada en medio de aquel silencio cósmico. Alguna vez había
leído que así sucede en el espacio. De repente notó los destellos de luz en la
laguna. Pensó que el flaco y el negro estaban nadando perturbando la quietud de
las aguas– Negro, Flaco ¿Son ustedes? –los destellos comenzaron a multiplicarse
por doquier tapizando la superficie del agua con un manto de lucecitas blancas
intermitentes. Sin duda la película de la superficie lacustre estaba siendo
perturbada por algo o por alguien. Pensó en el Negro y el Flaco tirando piedras
en el agua para jugarle una broma. O al menos su alma requería
desenfrenadamente que fuese así. Los pastizales comenzaron a sacudirse a pocos
metros de él. El temor comenzó a apoderarse de los reflejos de Lucas. Su piel
comenzó a erizarse lentamente– Negro, Falco ¿Son ustedes? –la falta de
respuestas bastó para activar el reflejo de huida. Lucas corrió velozmente
hasta al automóvil y tras abordarlo cerró las ventanillas delanteras. En ese
momento tuvo un recuerdo siniestro. Volteó, extendió su mano y cerró la puerta
trasera tirando de la manija del levantavidrios.
Los pastizales volvieron a agitarse muy
cerca de la banquina. Lucas encendió el Volkswagen y avanzó por la ruta
mientras la trompa del auto oscilaba de un lado a otro. Evidentemente el daño
provocado por el impacto había sido grave. Repentinamente un cuerpo negro,
similar al que habían atropellado, cayó sobre la ruta a unos veinte metros
delante del vehículo. La poca velocidad y los reflejos de Lucas lograron que el
auto frenase sin impactarlo. Lucas permaneció dentro del auto observando,
temerosamente, aquel extraño cuerpo inmóvil sobre la ruta. “¿Qué es eso?”. Le
pareció divisar pequeños cambios en la superficie oscura de aquella cosa. En
ese instante se dio cuenta que, montado en la urgencia de la huida, no había
prendido las luces del automóvil. Accionó la palanca de las luces bajas y lo
que vio petrificó sus sentidos. Una decena de pequeño ojos parpadearon en el
momento en que las luces se encendieron. “No es una víbora”. Dos o tres de los
ojos parpadearon nuevamente y luego se cerraron. Notó que los pastizales
comenzaron a sacudirse en medio de la quietud imperante. Uno de los ojos, más
grande que el resto, se abrió y lo observó fijamente– no sos una víbora. Sos la
carnada –Lucas puso reversa y aceleró a fondo. Dos cuerpos oscuros, similares
al que yacía sobre la ruta, se envolvieron rápidamente alrededor del auto. Los
brazos constrictores abrazaron al Volkswagen con una fuerza sobrenatural. Los vidrios de las ventanillas laterales
estallaron. Luego estallo la luneta. El vehículo comenzaba a compactarse desde
la cola. Lucas escuchó el chillido de la chapa retorciéndose mientras observaba
el techo y los parantes hundiéndose sobre él.
Tocó la bocina repetidamente con la falsa esperanza de ahuyentar a aquel
animal. Rápidamente aquella cosa comenzó a arrastrar el auto hacia los
pastizales. Lucas sintió venírsele el auto encima. Sintió el volante
incrustándose debajo de las costillas. Sintió el asiento comprimiéndolo hacia
adelante. Sintió el vidrio del parabrisas aplastándole la nariz antes de que
estallen en pedazos el vidrio y su propia nariz triturada. En cierto momento
sintió la base del volante incrustándose en el asiento a través de su cuerpo.
Lo último que sintió fue el ambiente sordo y burbujeante del agua turbia de la
laguna envolviéndolo todo.
Una masa compacta de un puré de carne
sanguinolento envuelto en fluidos corporales y chapas retorcidas es arrastrada
hacía el fondo de la laguna.
**************
La laguna permaneció durante todo el día
en calma. Solo un par de teros pasajeros se animaron a interrumpir su paz
gritando en una de las orillas. Pero pronto se percataron de la estupidez que
acababan de cometer y emprendieron rápidamente el vuelo. El viento se rindió al
imperio de la laguna y sopló obligando a los indómitos pastizales a inclinarse
para reverenciar a la criatura que duerme en las aguas. El horizonte hambriento
devoró rápidamente al sol devolviendo la laguna al imperio de las tinieblas.
**************
Un grillo canta tímidamente a orillas de
la ruta. Un zumbido in crescendo se aproxima a lo lejos. El pequeño insecto
bate sus alas, quizás al sentirlas impregnadas por la humedad de la niebla que
se apresura a cubrir la ruta. El zumbido se acrecienta, sonoro, uniforme. De
repente, el chillido del caucho sobre el asfalto ahuyenta al insecto que vuela
a buscar refugio entre los pastizales. Un estruendo arroja de lado a un
vehículo que se arrastra por la banquina hasta perderse entre los pastizales.
Al rato asoma una chica mareada con sangre en el rostro. Después irrumpe otra
mujer llorando, presa de los nervios. La primera se acerca a la ruta.
–¡Vengan! ¡Atropellamos algo!
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Muy bueno! Las descripciones son muy atrapantes, supiste poner la cuota de suspenso justa para que se te ponga la piel de gallina.
ResponderEliminarGustó, muy bueno. Suspenso durante toda la narrativa y muy bien hambientada. Además... por las dudas, desestimula el hacer ruta por la noche!
ResponderEliminarEl Volkswagen se vé que estaba en muy buenas condiciones: 120 Km/h!
Que final! me encantó
ResponderEliminarQue final! me encantó
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