Anahí
Bidegain
(1980.
Buenos Aires, Argentina). Nacida en el sol de Acuario, nómada y amante de la
selva y de los ríos. Documentalista, etnógrafa, cronista, poeta. Reside en
México desde el 2015.
Anuncian la sexta extinción de las especies. Nosotros entre
ellas. Nosotros con ellas.
Estos días han sido frescos y
lluviosos. Una garúa limpió las hojas de los árboles junto a la casa, llenas
del polvo y del tráfico.
Me mantuve en casa, al abrigo de las
inclemencias del tiempo. Y vos y yo mirándonos por pantallas, viajamos a otros
mundos, imaginarios. Vimos un instante de los momentos de los conocidos y los
que seguimos. Te vi en un momento de tu mañana, con tus gatos, la ventana esa
donde vemos el helipuerto del rascacielos aquél, la maceta de lavanda. Y yo, te
envié una frase que hallé navegando en red, que decía más o menos, que si
buscas amor vayas a tus padres y si quieres dar amor, vayas a tu pareja, porque
no hay más gozo que el dar amor. Y no contestaste. La distancia, a veces,
prolonga los silencios y los significados.
A 2500 km de distancia, dar un paso
aquí o allí es como dar un salto.
Preparé el café que traen del sur,
porque aquí sólo pescan y llevan hortalizas a otros lugares. Viajando, amor,
como vos y yo de tanto en tanto. Ya ni reconozco de dónde hemos salido, y qué
somos. Así este aguacate, este plátano del desayuno, este café tostado arábigo.
Ya no se sabe en qué momento se madura, y qué cambia en el camino.
De donde vengo, el café era una bebida
que tomabas en ocasiones especiales. Salir afuera a tomar un café, como una
excusa para sentarte dos tragos con alguien en una mesita donde caben las
manos, los saquitos de azúcar, el vaso de agua y la masa fina seca. Y luego a
seguir camino. A tomar el subte, a meterse en esas cápsulas de hollín y
astringencia que te acalora, te desconcierta, con sus puertas abiertas, con sus
puertas cerradas. En automático. Los bondis, o el camión, como le dices,
llevándote colgado a alguna parte. Y siempre, siempre, el tiempo se regula por la
duración del trayecto. Y en vehículos de
combustión. ¿Has notado que ya se habla de minutos y no distancia? ¿Cuántos
minutos nos separan ahora, desde mi casa a tu casa en la gran ciudad?
Las noticias no son alentadoras. Aún
hay guerras por el crudo del petróleo, y las aguas dulces presadas, o llevando
los residuos del campo. Allí donde vengo, la ciudad colonial no edificó encima
del lago. Más bien la hicieron a espaldas del Río. En las riberas se
concentraban los desechos, las casillas de madera, los pescadores, el limo de
las crecidas, los poetas. Recuerdo que íbamos a la ribera, a ver pasar las
garzas y adivinar qué traían las olas a lo lejos. Del otro lado del río, un
entrevero de verdes, distintos verdes, amor, como dijiste ver distintos blancos
en Islandia. Entonces, el río no era un ojo de agua, como luego se convirtió,
presado. Trasladaron las casitas, los pescadores se fueron, los desechos
pasaron a entubarse en concreto y la ribera convertida en vía rápida de acceso
a la ciudad. Ya no hubo isla del Medio dónde llegar al verano, como un
privilegio de pocos, con canoa o bote para ir a este lugar que parecía prístino.
Quedó inundado, como toda la costa del Paraná. Luego sucederían otros desastres
de deslaves e inundaciones. Pero estábamos lejos, y parecía como un murmullo de
otros y lejanos, mientras andábamos en nuestras rutinas con horarios, fechas
límites y demás preocupaciones laborales.
Aquí, no hay río cerca. El mar del
Pacífico parece una tormenta horizontal. Aquí, aprendí a distinguir los
distintos colores de la piedra, de los cerros, de las montañas. Todo
concentrado en pequeño aunque todo alrededor pareciera extenso. Lo tupido no es
como la selva que conocí. Aquí no es el sudor que atrae a las avispas,
mariposas o cualquier insecto a chuparte. Aquí, el polvo se te mete en cada
pliegue, y el olor a pino en la sien. Y como allí, he visto bajar montañas y
cerros para hacer vías rápidas, condominios y campos de cultivo. Vides, hibernaderos,
líneas extensas de un mismo verde. Los ejotes, los tomates, el espárrago ¿se
comunican como los animales por sonidos y olores? ¿Se trasmiten información
como los árboles a distancia? Y ¿qué dirán amor?, ¿qué tipo de lenguaje pueden
hacer en tanta monotonía? ¿Qué dirán de nuestra especie? Comemos sol, dice un
cronista del Hambre. Comemos sol, y lluvia, y rocío, y sudor.
Casi siempre las noticias son
parciales. Lo suficiente como para dar vuelta la página, o distraerse con algún
video, o una llamada o una mensajería. Más cada vez mensajes, menos llamadas.
Llegará el día que la voz del otro nos estremecerá o nos dará un encanto
fenomenal. Había olvidado cómo entonabas las palabras, tu acento y tu
respiración entrecortada. Tu voz suave. Allí el tráfico. Aquí el ruido del
viento y las olas. Casi siempre las historias son parciales. No sé del resto de
tus días, ni sabes del resto de las mías. Deberíamos probar de nuevo a
llamarnos por teléfono. Como una cita, como una hora en que te preparas para
recibir una visita. Y sin embargo, lo único que al menos queda, son tus fotos
en estos días, tus gatos que no sé cómo ronronean, los ríos y los árboles y las
flores que no olí, ni rocé, ni abracé.
Y a seguirla. Preparar aquel informe,
idear qué decir, cuánto y cómo aquel paper, y escribir sobre otros, que quedan
en recuerdos, en notas de cuadernos, en audios varios. Qué decir de estos dos
años que pasaron entre ellos y por mí. Sin embargo, lo que quedará es una
rúbrica, un registro que comienza diciendo que en los días aquellos de lluvias
intensas, llegué, a esta ciudad, y aprendí a caminar sus cerros, aprendí a
desayunar huevos con winnies y a beber tazas enormes de café americano. Y de
cómo la tos que asusta, aparecía en cada conversación como un pánico, o como
una interrupción del aire que se gesticula para formar una vocal o consonante.
La ronca voz, saliendo entre las humaradas del cigarrillo, aquellas tardes en
que había Santanas y todo se cubría de un polvo gris.
Entonces, vos Amor, no habías estado en
mi diario. Estabas yéndote de un amor para encontrar nuevos. Uno nuevo que te
traería desarraigo, dijiste, y cautela futura, aclaraste luego. Y yo traía un vacío
inmenso. Eran días de tres duelos, tierra nueva y olores nuevos. No te miento
si te digo que los cerros, las flores de esa primavera, los santanas y los
silencios entre aquellos que iba conociendo, fueron trayendo tibieza a los
días. Recuerdo haber tocado por primera vez la resina de los pinos, las
manzanitas y la salvia, que desde entonces es parte de todo cuanto vivo.
Así como cuando llegué a la gran ciudad
me compré una guía de metros y buses, y de calles. Aquí, amor, estoy
aprendiendo de la flora y fauna local. La guía de plantas, flores, árboles,
matorral costero y las diferentes tipos de cactáceas. Salir a caminarlas, como
cuando caminamos en la ciudad para ver los museos, la mano del hombre en tanta
piedra, los bulevares, las fontanas.
Es tarde, parece. Dices que ya vas a
dormir, mensajeas. Quisiera estar ahí, un ovillo de ser a tu lado. Escucharte
hablar, sentir tu piel, tu respiración, tu olor, las venas de tus manos y el
latido lejano que te mantiene viva. Como entonces, cuando luego de idas y venidas,
me invitaste a pasar a tu casa, a tu mesa, a tus copas y a tu cama. Recuerdos,
como la hamaca bajo el níspero y el mango de las tardes, en que los pájaros era
el único bullicio de la siesta, con las moscas y todas las alas atraídas por la
floración. Has notado amor, que florecer es tremendo, se extienden las hojas,
los pistilos, y son llamadas hacia otros seres, que vienen, chupan, posan,
agarran, se llevan un poco esto, un poco aquello y que si no fuera así amor, no
podríamos ser fruto, semilla, caer. Anuncian las noticias que las abejas son el
animal más importante de todas las especies. Hace frío, mañana hay planes y
tareas. Mi gato se acomoda entre mis piernas buscando calor, dándome calor.
Lloro un poco a veces, muriendo, presintiéndolo.
Mayo, 7, de 2019.
Un gran relato. Lo disfruté mucho. Felicidades.
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