Mi nombre es Josefina Decoud, tengo 23 años y
vivo en la ciudad de Santa Fe, lugar donde nací. Soy abogada y estudiante de
filosofía, amante de la naturaleza, el fútbol, los viajes, el arte y las buenas
historias. Creo en la política como herramienta transformadora de la
realidad. Escribo narrativa y poesía desde los catorce o quince
años. Mi biblioteca abraza autores diversos: desde Sófocles a Saramago, pasando
por Shakespeare, Cervantes, Wilde y Allan Poe. Tengo preferencia por autores
latinoamericanos, entre los que destaco a Cortázar, Sabato, García Márquez,
Borges, Bioy Casares, Benedetti, Saer, entre otros. Sueño con
crear una obra compleja, contradictoria, profunda, estética y ética, en una
palabra: humana.
No pude
dormir durante la noche y creo que Clara tampoco. El vidrio de la ventana
temblaba y la lluvia traía consigo recuerdos lejanos.
Cuando
amaneció, Clara me ofreció café y pensé en el colombiano. Le conté que los
cultivos son aún incipientes y que mi compañero extraña el clima tropical.
Anoche, superado el impacto del primer encuentro, habíamos dedicado parte
de la madrugada hablando de él y de las personas que conocí.
—A los latinos deberían hacerlos vivir en la zona más cálida – me
dijo con voz ronca.
—La temperatura es uniforme – le respondí.
—Pero anoche me contaste que existen las estaciones y dos zonas
del planeta muy distintas.
—Sí, pero en las incubadoras la temperatura está controlada y
apenas si se ve afectada por los cambios exteriores... De cualquier modo, hace
más frío.
—Acá también hace más frío – replicó Clara.
Tomé un
sorbo, sí, acá también hace más frío.
—No puedo creer que estés viva – le dije ensayando una sonrisa.
—No puedo creer que estés vivo – repitió.
—Yo tampoco. Mi cuerpo, como verás, no es el mismo.
—Parecés un extraterrestre – me dijo.
—Se podría decir que es exactamente como me siento.
Su mirada
era extraña, a pesar de su alegría inicial al encontrarnos notaba en ella algo
distinto, pero procuraba no cuestionarla, todos habíamos cambiado mucho.
— ¿Qué sentís? Desayunando juntos después de veinte años – le
pregunté.
—Muchas cosas.
—No estás feliz.
— ¿Querés otro café?
Me convencí
que no tenía que insistir, pero cuántas ganas de insistir, de saber cómo se
siente, de verla hermosa y desnuda otra vez.
—Contame un poco más – me pidió.
— ¿Qué querés saber?
—Cómo fue el viaje, qué encontraron cuando llegaron.
—El viaje fueron los peores años de mi vida, lejos tuyo, sin saber
si íbamos a sobrevivir. Pero a medida que pasaba el tiempo me convencía que era
posible.
— ¿Qué cosa?
—La adaptación de mi cuerpo, de nuestros cuerpos — aseguré
— ¿Y allá? ¿Qué encontraron?
— ¿Querés saber si hay extraterrestres?
—Anoche sugeriste que sí.
—Estaba bromeando.
— ¿Qué es esa expresión?
—Influencias latinas – le respondí riendo.
—Entonces… — me apresuró.
—Nada Clara, es una Tierra polvorienta y seca, los únicos seres
que pueden existir naturalmente en esas condiciones son algunos microbios, en
un agua muy salada atrapada debajo del casquete polar.
—Pero en las incubadoras hay plantas.
—Sí, hay plantas y más comodidades que en los tubos de lava, pero
aun así la vida es obscura y fría. Terriblemente solitaria.
—Tuviste hijos – me increpó de repente.
—Elegí no saberlo. Hacen pruebas y algunas funcionan.
La idea de
que exista otro ser con mis genes que no sea nuestro parecía lastimarla.
—Sabías que no iba a poder viajar – lanzó como un golpe seco.
—No Clara, fue lo primero que dije al verte. Jamás me hubiese ido
sin vos.
—Pero te fuiste.
— ¿Y por qué estoy acá?
—Tardaste años en volver.
—Volví a pesar de la inmensa posibilidad de morir en el viaje, el
peor viaje que puedas imaginarte. Y volví aún sin saber si estabas viva, a
pesar de la inmensa posibilidad de que no lo estuvieras.
—Sabés que les mintieron.
—Sí, posiblemente – respondí pausado.
—Y eso no te enoja.
—Claro que me enoja, pero en algún punto lo comprendo.
— ¿Qué comprendés? — insistió.
—Que lo hayan mantenido oculto, imagínate lo que hubiera pasado de
saber que no todo se había extinguido. Un caos.
—Nos dejaron acá cuando todo se derrumbaba.
—Sí y es terrible. Sólo digo que una vez que supieron que no todo
había perecido no había forma de volver atrás. Están intentando construir algo
nuevo, diferente.
—Están intentando después de haber destruido el planeta, después
de habernos llevado casi a la extinción. – sentenció.
—También fueron ellos los que desarrollaron la tecnología que
posibilitó el traslado y la supervivencia en otro planeta.
— ¿Qué estás defendiendo? – reprochó.
—No estoy defendiendo nada, por eso volví.
—Estoy segura que se quedaron con las mejores o más grandes
tierras o parcelas o como sea que las llamen.
—Sí, es posible – reconocí.
Clara estaba
visiblemente irritada, pero eso no me molestaba, más bien me hacía sentir
mejor, más humano, más cerca de ella que, por fin, levantaba lentamente su
coraza.
—Es linda esta casa – atiné a decir.
—Está bastante bien.
Alguien
golpeaba la puerta.
—Andá a la pieza — ordenó.
Me estaba
ocultando. La idea de que estuviese con alguien más me azotaba, pero habían
sido veinte años. Busqué distraerme. Abrí la ventana, disfrutando el roce del
sol sobre mi mano pálida y huesuda. Un árbol que se veía incipiente albergaba
un pájaro solitario que no reconocía. Las hojas parecían rozarle las plumas,
haciéndole cosquillas. Quisiera ser como ese pajarito, que le acarician el lomo
y que puede volar y volver. Quisiera ser como el pajarito que no sabe
cuándo van a dejar de acariciarle las plumas, cuándo olvidará para siempre a
los otros pájaros o el olor de la tierra fértil o cuándo su diminuta existencia
se volverá polvo.
— ¿Querés jugar al ajedrez? – Clara me observaba apoyada en el
marco de la puerta.
—Había olvidado cuán sigilosa sos. Sí, me gustaría.
Perdí las
primeras tres partidas en pocos minutos. Clara se regocijaba, como siempre, en
sus victorias. Yo sentía el cerebro lento y cansado, desorbitado. Tenía mucho
sueño y el cuerpo entumecido pero no quería dormir, quería mirarla por todos
los años que no había podido. Clara estaba tremendamente seria. Rocé su mano
como si fuera una casualidad inmensa que justo mi mano se encontrara con la
suya en aquel espacio pequeño, cuadriculado y binario. Era, sin duda, una
casualidad inmensa.
—No imaginás cuánto te extrañé. Cuánto te extraño – dije por fin.
—Todo el tiempo hacés alusión a la imaginación: no te imaginás
cómo fue el viaje, no te imaginás cuánto te extrañé. Sí me puedo imaginar, yo
también te extrañé y estar acá fue un infierno.
—Quiero saber qué sentiste, cómo fue tu vida, pero no me dejás
acercarme. Anoche no quisiste responder.
— ¿Y vos qué pensás? migramos, organizamos colonias, nos cuidamos
entre nosotros, lo único que podíamos hacer: pensarnos de otro modo.
— ¿De qué modo?
—Iguales. Y leales — agregó.
—A diferencia de nosotros querés decir.
—Sí, a diferencia de ustedes – confirmó.
—Como si el pasado no hubiese sido una construcción colectiva.
—Nada fue una construcción colectiva.
—No elegí lo que pasó — me excusé de modo infantil.
—Nadie lo eligió.
— ¿Qué querés decir?
—Nada.
—Entiendo tu enojo Clara, pero quiero intentarlo.
—Sos un desconocido.
—Quiero que nos volvamos a conocer — insistí.
—Te toca mover. Prestá atención – dijo señalando el tablero con la
mirada.
De nuevo la
coraza se levantaba frente a mí, de nuevo los veinte años entre nosotros y una
eternidad que parecía entrar por la ventana. Me acerqué y bruscamente la llevé
a la pieza. La desnudé muy suave, muy despacio, recordando poco a poco la
delicadeza de su piel, sus curvas y lunares. Descubrí surcos desconocidos,
quemaduras y cicatrices, pero las ignoré, como ignoré el desprecio que sentía
hace años por mi cuerpo marciano. Me sorprendió poder excitarme y creo
que a Clara también.
La besé
tonta, absurdamente, con una pasión que me llevó a mis trece años, al día que
la conocí en esa plaza que ya no existe, bajo ese árbol que es ceniza, como
nosotros, como los que fuimos, como todos los que fueron en el Universo durante
miles de millones de años. Apreté su rostro contra el mío para poder respirar
mejor el aire denso que recorría su boca. Olvidé la última vez que la vi,
nuestros sueños, las escaleras y la nave, Marte, maldito Marte que existas y
que quieras recrear un hogar que ya no existe, maldito por llegar a este otro
pedazo de tierra que alguna vez fue mi hogar y que hoy no tiene luces ni
música, bares o perros, gente gritando, autos y ruidos molestos, molestia de
vida, la saturación de estar rodeado de otros que tanto me había irritado y que
durante veinte años añoré con locura.
Durante el
tiempo que pude amarla, que me permitió amarla, entrar de nuevo a ese espacio
que sólo nosotros pudimos crear, olvidé todo eso o simplemente recordé todo en
un instante condensando mi vida entera en esos segundos en que volvía a
sentirla mía.
Y dormí
profundamente. Lejos del material monótono que recubría la incubadora y de la
asquerosa comida envasada, del llanto del colombiano, del miedo a los fantasmas
que imagino en las tormentas de polvo, del traje invariable y gris, lejos.
Cuando
desperté Clara lloraba, densa. Intenté consolarla, le dije que salgamos a
caminar, que nos haría bien cambiar el aire, que hace tanto no respiro. Me
pidió quedarnos en la cama, charlar un rato, que le cuente si teníamos robots,
si podía ver la tierra, la luna, el sol, desde allá. Intenté contarle cosas
alegres, hacerla reír, describirle el brillo de las estrellas, de Fobos y
Deimos, hablarle por primera vez en inglés. Pero cuando golpearon la puerta pareció
partirse en un sollozo.
Tres hombres
viejos se acercaron a mí, a sus ojos, el hombre nuevo, un traidor cualquiera en
su vuelta a la conquista. ¿Hombre nuevo? yo, que no era más que un hombre
cualquiera viviendo y muriendo en la inmensidad de un Universo inabarcable, yo,
nostálgico por las luces y el ruido pero también por el polvo y por Fobos, un
hombre sin tierra.
Miré fijamente los ojos de Clara por última
vez y comprendí qué quiso decir cuando habló de lealtad. Me había perdonado y
ahora ella, suplicaba mi perdón.
Con la
sangre desparramándose lentamente entre las sábanas volví a mis trece años,
tonta, absurdamente, con la pasión de aquel día que debería haber sido el único
día en la Tierra.
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