miércoles, 14 de agosto de 2019

"Los amantes en Q23" de Jorge Lacuadra


Jorge Eduardo Lacuadra nació en Santa Fe (Argentina) en 1971. Estudió en la Escuela Industrial Superior recibiéndose de Técnico Mecánico-Eléctrico.. A partir de 2002 reside en Córdoba (Argentina) A publicado tres poemarios: “Distancias oceánicas” - Editorial Luna de marzo, “El olvido de la luna” - Editorial MRV – Editor Independiente y “El silencio de la rosa” - Editorial MRV, en cuyo Certamen Internacional El Molino, obtuvo el 2° premio. Participa en la Antología “Cuentos y poemas - Lo mejor de Rumbos” de Editorial Rumbos libros. Participa en la Antología de cuentos “WhiteStar”, en la “Antología Poética de Post-Vanguardia” Desde el año 2015 integra La Conspiración de los Fuleros, grupo de producción literaria de la ciudad de Santa Fe, editando tres libros de cuentos “Conspiración Año Cero” (2017), “Puertas Adentro – Historias de una Santa Fe Extraña” (2017) y el Especial de Ciencia Ficción “Fabulosos Relatos de Otros Mundos” (2018). Participa en la Antología de Textos del “Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán –Género Cuento” (Mención - Edición 2018). Participa de la Antología de relatos Predator 2019 – Historias Pulp (Epub). Prologa y participa de la Segunda Antología LETRAS COMPARTIDAS por NaP – Ediciones de Autor.

Somos los amantes sincronizados en Q23.
Continuamos abrazados al llegar la hora del anuncio.
Otra vez vuelven a confirmar que se han arrojado las últimas bombas, que ya no quedan más armas en los arsenales del mundo. Hay nuevas noticias sobre la capitulación de China y se confirma que París, hoy le tocó a París, es un enorme cráter. Solo el cinco por ciento de la población se ha salvado. A decir verdad, todos los meses las transmisiones repiten lo mismo, la misma voz monótona e hipnótica, un poco brusca y metálica. Quizás solo es una grabación automática o un bot programado que lee estadísticas de guerra al azar. La emisión culmina con la melodía de una vieja canción infantil. Unidad de Control apaga el emisor de radio. Luego solo chasquidos provenientes del cableado exterior. Bajamos las persianas de plomo y encendemos las luces de emergencia. Poco ha durado la claridad suministrada este día por un sol que parece estar muriendo.

Ella me mira y dice que somos pasajeros incondicionales de una explosión eterna, pretende señalar también todos los elementos a nuestro alrededor, incluyendo las latas de raciones militares, las bio-linternas y los opacos y funcionales muebles del dormitorio-hogar. Ella me asegura que busca el error deslizado en la obra visible por un dios muy detallista y ambicioso, espera atisbar un día el agujero que quemamos en el cielo o al terrorífico ejército de Soldados Esmeralda avanzando por el jardín a la medianoche. Las cosas que suponemos han sucedido y que nunca hemos visto. Le digo que sería más fácil encontrar un unicornio en el jardín que las huellas verdaderas dejadas por esta guerra. Cambia de tema y me habla de la soledad, de habitaciones cuadradas, de escaleras y pasillos recubiertos de cables, de la humedad que forma imágenes surrealistas en los muros de cemento. Contempla el emisor de radio y me señala el óxido que empieza a comerse la carcasa, el hollín negruzco que envuelve los conectores. Le digo que mañana lo voy a limpiar y que buscaré entre los trastos alguna pintura o barniz para protegerlo.
Estas rutinas duran apenas segundos. Cien veces al día.
Para calmarla le doy tres grageas grandes, de las azules. Es una dosis fuerte, lo sé. Se recuesta sobre mi hombro, rozando los implantes de conexión. Hace como que escucha algo en el exterior. Hoy ella está más excitada que otras veces, quizás se siente un poco asustada. Me susurra, me sugiere, que las estrellas son restos dispersos de espejos rotos, solo reflejan el brillo de nuestras linternas desde las ventanas, y me explica que los años y las edades son bibliotecas vacías al principio, que luego se van llenando con las experiencias y los fantasmas del amor. Me dice que los instintos son la corteza de un animal rápido y hermoso, y que las emociones son corredores de fondo frente a nosotros. Ella cree que los actores de las películas antiguas no han muerto, que aún deambulan por el mundo en la búsqueda de la nostalgia de las palabras. Pasa las cintas a velocidades pasmosas.
Demasiados videos-holo creo, cien veces al día. Sobredosis visual.

Somos los amantes en Q23. Fuimos seleccionados por la velocidad de nuestros impulsos nerviosos y la calidad en los axones. El triple de la capacidad normal, casi 450 metros por segundo. Lo que nos hace humanos casi superconductores. Muchas veces el mundo nos parece demasiado lento, pero nuestra imaginación se acelera hasta límites perversos. Cuando amamos terminamos exhaustos, quizás durante el infinito tiempo en que una partícula de polvo tarda en tocar el suelo. El amor, cuanto más rápido, más rápido se agota, y volvemos a empezar. La nuestra es una relación constante de millones de acoplamientos como chispazos eléctricos. Unidad de Control nos suministra miles de películas antiguas, una colección que parece no agotarse nunca. En el tiempo muerto releemos los viejos manuales de la Estación Q23, una y mil veces. Servos y androides nos cuidan y alimentan, desde siempre, desde que obtuvimos las memorias. Delicados fluidos son vertidos por los conectores mimando nuestras cortezas cerebrales. Las sinapsis químicas permiten a nuestros neurotransmisores formar circuitos gigantescos dentro del sistema nervioso central. Pero solo somos útiles cuando estamos enchufados, al ser llamados por la Unidad de Control, el resto del tiempo no somos hackeables, somos humanos, y esa es la premisa de nuestra condición. Somos un modelo no alterable por ataques de programas externos. Un factor de seguridad.
Nuestra conexión biológica de amantes en Q23.

El narcótico apenas ha rozado la corteza de su encéfalo.
Ya hemos generado adicción.
Está conmigo, acurrucada en el hueco tibio de mi cuello, sus piernas de a ratos sobre las mías alternando sensaciones de temperatura y levedad de músculos bajo las rígidas sábanas. Nuestras voces se encuentran, apenas roncas, son susurros y aleteos de vocablos como grandes pájaros de silicio cansados de volar. No es la pereza de los sentidos, es solo un naufragio lánguido y sereno. Esta tarde ella desliza su dedo sobre el borde de mi nariz y yo observo ese movimiento en la penumbra, su rostro escrutando mi semblante y analizando las arrugas de frente, un diente pequeño mordiendo la comisura de sus labios entreabiertos.
Esta tarde somos barcos serenos en un mar de algodón industrial, los almohadones son escolleras de entendimiento; ella es una nadadora en el desierto de mi cama y yo el madero, un elemento para asir. Las luces parpadean insensibles en sus nichos, sobre las consolas de cromo. Permanece conmigo hasta que la noche reconquista su territorio, adormecida sobre mi pecho, su brazo extendido hacia la nada. Un cansancio moreno y leve con olor sintético, el aroma característico de los amantes sincronizados a las estaciones de batalla. Ese perfume que ocupa las hendiduras de nuestra anatomía y envuelve la presencia de los servos. Esta tarde los besos encuentran el camino constantemente para aceptar los rápidos instantes, y soportar una vida de encierro y la urgencia de la carne.

Una vez al mes tenemos estas tardes de descanso. Unidad de Control lo cree necesario para desacelerarnos y no quemar nuestro metabolismo. Como cuando nos permite caminar hasta el silo. Atravesamos anulares portales de acero y luego un largo pasillo de concreto hasta el contenedor del misil y sus propulsores dormidos. Nos rodean, sin poder verlos, los depósitos del combustible, los brazos retractiles de la plataforma e innumerables tuberías. El cohete está vacío, inactivo, silente, salvo la ojiva que acuna el trueno de la destrucción. Caminamos a su alrededor, admirándolo, rozando su piel metálica con nuestros dedos ágiles. Desde la plataforma que lo rodea miramos hacia el pozo de contención, que se pierde en una bruma de luces atenuadas. Guardamos silencio bajo el enorme cielo de cemento, hasta que el tono agudo de Unidad de Control no indica el tiempo del regreso.

En un lejano y secreto lugar del mundo, quizás a miles de kilómetros debajo de la tierra, un enorme dispositivo se enciende y pide la sincronización de todas las estaciones de batalla. Es la Unidad Central. La comunicación es subterránea, no queda ningún satélite operativo. Poco se sabe de lo que ocurre en la superficie. Las peticiones electrónicas se suceden, millones por segundo. El protocolo barre todas las estaciones. Pocas responden, las consolas están llenas de luces muertas. Imposible saber en qué punto se cortaron las conexiones o si esos países todavía existen. Un parpadeo anuncia que la Unidad de Control de la Estación ISO 3166-1 - alfa-3 - AR-X – Q23 está aún operacional. Se desclasifican etiquetas, se enumeran combinaciones y se expiden autorizaciones. Se chequea que los dos elementos humanos en Q23 estén activos. La respuesta es satisfactoria. Complejos algoritmos chequean las velocidades de las respuestas neuronales. Unidad de Control inclina la cabeza ante la Unidad Central. A las demás estaciones se emite el comunicado por radio habitual. Estas serán las últimas bombas. La Guerra está por finalizar.

La Estación fue construida debajo de un antiguo zoológico abandonado. Incluso una pista de patinaje hubo por allí alguna vez. Ahora solo la atraviesan algunos animales parecidos a lobos, quizás perros asilvestrados, que cazan en jaurías de pocos individuos. No sabemos si quedan otros animales vivos. Ella me dice que somos turistas de un estallido del tiempo y de la historia; suele espiar a través de la persiana a los lobos de nieve semidormidos y les silba bajito viejas canciones infantiles mientras esconde su preciosa nariz entre las cortinas de plomo enriquecido. Ella me dice que suele viajar en sueños en los antiguos vehículos que ve en los video-holos, mirando el paisaje desolado del mundo, para recordarlo más tarde junto a sus personajes románticos imaginados en la noche. Creemos que el mundo está tan desolado como un desierto. Me recuerda que el amor es como el truco del ilusionista, el público, el espectador, adivina el pase mágico pero se desconcierta siempre ante lo inesperado.
Hay un desvarío en el entorno al que estamos sometidos. El encierro, la falta de comprensión de algunas funciones. Ignoramos si los objetivos son zonas militares, ciudades o solo fábricas. Dependemos de las directivas que emite una máquina lejana, ni siquiera sabemos si hay humanos en la otra punta de los cables. Alguien que razone. Aunque ese alguien solo sea un bot que tradujo algo programado hace cien años, al comienzo de la Guerra. Las explicaciones ya se han agotado en la espera. Nosotros estamos agotados. Desvariamos al triple de velocidad que la normal, sometidos a los cambios bruscos de los pensamientos sin pausa ni sosiego. Corregimos algunos de los síntomas con poderosas drogas de diseño. Nuestra extraña simbiosis, sin embargo, funciona; no podemos enloquecer de soledad estando sexualmente conectados y manteniendo activos nuestros pensamientos.
Ella me dice, con un dejo de reproche, que leer los manuales de la Estación es un pasatiempo tonto y egoísta. Muchas veces quiere quemarlos y olvidar todas las instrucciones. No hay peor nostalgia, me dice, que recordar los besos y la piel que el tiempo esconde en el recuerdo. Creo que confunde todo, quizás es el efecto de las grageas azules y el encierro. Rompe diagramas y abandona páginas en los rincones del dormitorio-hogar para no cargar más la memoria. Me ruega que la comprenda, que interprete sus argumentos y su melancolía; las lágrimas trazan cauces de caracol en los acoples redondos de sus mejillas. La abrazo y acomodo sus cabellos sobre la frente afiebrada. También le digo que la amo, y que solo soy un pasajero enamorado de la tarde roja reflejada en su mirada.
Volvemos a nuestra velocidad habitual. Tardamos unos segundos en sincronizarnos, es increíble la satisfacción que eso produce.

Unidad de Control toma el mando, en forma tangible y directa. La radio ha enmudecido. No hay anuncios. Todo se torna exacto y metódico, como dicta el manual. Nos concentramos en nuestra tarea, olvidamos las ventanas bloqueadas por el plomo, el terror a los Soldados Esmeralda y las luces de emergencia que matizan el color de nuestra piel. Sincronizamos en Q23. Nos acoplamos a la velocidad de la Estación. En un instante alcanzamos la definición de los circuitos y nuestros ojos se convierten en el display móvil de innumerables blancos. Un centelleo doble y tenemos el cálculo de todas las combinaciones de trayectorias y elegimos la óptima. Unidad de Control chirría satisfecha. No sabemos si poseemos la última bomba, desconocemos si los propulsores aun funcionan, pero la precisión no se puede dejar a los agentes del azar. No sabemos si en alguna otra Estación distante, otro par de amantes ha sido activado y sitúa su ojiva sobre nosotros. El mundo ya no importa.
Un pensamiento rápido en el instante infinitesimal. Nos amamos.
Hay veces que en un lugar pequeño, solo dos importan.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por este reconocimiento Revista "Cruz Diablo"...!!!

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    1. Gracias a vos, narrador, por enriquecernos con tamaña historia.

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