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1
–Filias
—dijo el profesor López escribiendo la palabra en el pizarrón—. Son muchas y
tan complejas como la misma psique del ser humano. Las más conocidas suelen ser
la afición a los muertos o a la oscuridad. Pongan su libro en la página
cuarenta. —Hizo una pausa para esperar a sus alumnos. Era profesor de tiempo
completo en el Instituto San Carlos y director emérito del Departamento de
Psicología de la UNAM. Uno de los catedráticos más conocidos del país—. Si tan
solo fuéramos capaces de desentrañar todo lo que está en nuestro subconsciente,
podríamos quizá entender y comprender cuales son aquellos factores o
determinantes para ciertos comportamientos humanos como las filias o aficiones.
Se
dio la media vuelta y escribió otras palabras en forma de lista.
–La
Hipoxifilia —continuó diciendo— es la atracción por la falta de oxígeno. Es una
persona que siente placer al sentir que se ahoga, al sentir que no puede
respirar. ¿Se imaginan lo que esto significa? —Miró a sus alumnos esperando
algún comentario.
–¿Es
peligrosa? —preguntó un muchacho de cabello ondulado y nariz chata—. ¿Puede
matarlos?
–Lo
normal es que se detengan en un punto retornable. Pero hay casos en que sí se
han muerto con tal de llegar a un éxtasis total. Y recuerden que hasta la filia
más sencilla —dijo moviendo su dedo hacia todos lados—, puede ser muy peligrosa.
Al fin y al cabo es un vicio, es un placer que nos exige nuestro cerebro y
nuestro cuerpo.
–¿Por
ejemplo? —preguntó una chica de lentes y cejas pobladas.
–La
coprofilia —señaló el profesor anotándolo en el pizarrón—. El placer sexual por
el excremento.
Un
sonido general de desaprobación y asco se oyó en el salón.
–Yo
no me imagino excitándome con una cagada de perro en la calle —dijo otro
muchacho provocando la risa de todos.
–Esa
es la cuestión de las filias —dijo el profesor con ansioso gusto—, que son muy
raras, muy exclusivas; tanto que a los demás nos parecen hasta repulsivas.
–¿Cómo
la necrofilia? —preguntó de nuevo la chica de los lentes.
–Y
muchas otras, como la nanofilia, que es la atracción por las personas enanas; o
la ofidiofilia, que es la atracción por las serpientes. ¿Y quieren algo más
grotesco? —dijo el profesor mirándolos con severidad. Sus alumnos asintieron—.
La Abasiofilia, que es el gusto y afición por las personas mutiladas o cojas;
llegando los enfermos inclusive al extremo de cercenar a las personas para
excitarse y sentirse bien.
Los chicos pusieron cara de espanto. El profesor
sonrió un poco para calmarlos.
–O
la pirofilia o atracción por el fuego. De ahí el terminó de pirómano. —Se dio
la media vuelta y empezó a anotar la tarea—. Me van a revisar estas páginas y
hacer una lista de los gustos más raros que hayan conocido de sus amigos y
familiares. No se preocupen —agregó viendo sus caras de angustia—, solo quiero
los gustos o aficiones, no voy a pedir nombres.
Los
muchachos se rieron y murmuraron entre ellos.
–Bueno
jóvenes, mi familia me espera. Buen fin de semana, que descansen.
2
Bruno
era un joven de 18 años. En ese momento podía haber estado estudiando para
algún examen de la universidad pero, en lugar de ello, se encontraba moviendo
un par de pasadores sobre una cerradura. Volteó una vez más hacia los lados
para cerciorarse de que nadie viniera por la calle. Para su fortuna, la calle
estaba vacía y parecía como si todos los vecinos le hubieran brindado la
facilidad de entrar en aquel domicilio desapercibido.
El
último de los engranes cedió y la manija de la chapa se abrió. Echó un vistazo
a la calle y miró de nuevo los bordes de la entrada cerciorándose de que no
hubiera ninguna cámara de vigilancia. Abrió la puerta. Esperó unos segundos
para ver si no sonaba alguna alarma secreta. No hubo ningún ruido.
Bruno
quedó admirado de la belleza de la casa, por fuera le había parecido una
vivienda como cualquier otra, pero por dentro había un exquisito gusto por el
decorado. La sala estaba adornada con elegantes figuras de mármol y cuadros de
paisajes. Una alfombra de cebra adornaba a los sillones con una mesa de centro
de cristal. Sobre un centro de entretenimiento descansaba una pantalla grande y
un buen equipo de sonido, acompañado de una buena colección de discos
compactos. Todo indicaba que ese sería un gran botín. El piso era de mosaico,
eso le daría la libertad de poder caminar sin hacer ruido. Aunque estaba casi
seguro de que la casa estaba sola. Llevaba ya una semana vigilándola, en ese
tiempo, se cercioró de que solo un hombre maduro vivía ahí. Esa persona tenía
un horario estricto de entrada y salida. Miró su reloj, faltaba una hora para
que regresara el dueño. Debía darse prisa.
Menuda
joyita, pensó Bruno imaginando donde podía
estar la caja fuerte, Este tipo tiene un
carro cualquiera, sabe esconder muy bien su dinero. No importa, yo lo
encontraré.
Echó un vistazo en la cocina. Buscó en
los cajones hasta encontrar el de los cubiertos. Necesitaba un cuchillo por si
alguien estaba en el interior. Traía una pistola pero no le gustaba usarla, no
era necesario derramar sangre, bastaban unas groserías y la amenaza de un arma
filosa, para que la gente se amedrentara y pudiera someterlos. Solo había un
par de cuchillos, tomó el más grande que parecía no tener filo.
–Ni
una jodida patata podría cortar con esto —dijo—. Pero de algo me servirá.
Salió
por el pasillo y encontró la escalera que daba al piso de arriba y un par de
puertas.
Subió a los cuartos. Eran tres. Revisó el primero.
Parecía ser el cuarto del dueño. Estaba todo bien arreglado y ordenado.
Encontró un pequeño alhajero donde estaban tres relojes de marca y unas cadenas
de oro, las guardó en su morral. Revisó el resto de la habitación, solo
encontró un sobre con unos dos mil pesos.
–Donde
tienes la marmaja, viejo.
Revisó el segundo cuarto. Estaba todo bien ordenado
como en el primero. Encontró cadenas y aretes de mujer. No había dinero, ni
parecía que nadie durmiera ahí. En el closet había ropa de mujer.
El tercer cuarto parecía ser un cuarto de huéspedes.
Solo había en uno de los cajones unas toallas y batas.
Frustrado, Bruno regresó al piso de abajo. No podía
ser que con aquellos lujos, no hubiera algo más que unas cuantas joyas; en
algún lado debía haber una caja fuerte. Entró en la primera puerta de abajo.
Era una bodega, estaba llena de herramientas de jardinería y aseo, unos
maniquís al fondo y una pila de cajas etiquetadas. Todo estaba muy bien
ordenado. Revisó una caja al azahar, solo tenía material eléctrico.
Salió del cuarto e intentó abrir la última puerta.
Estaba cerrada y tenía dos candados. No recordaba haber visto ningunas llaves
en toda la casa, tendría que forzar la chapa. Sacó sus pasadores y empezó a
moverlos.
Se tardó un poco más de lo que le hubiera costado
una chapa normal, los candados eran de seguridad. Miró su reloj, aun le quedaba
un poco de tiempo para revisar ese lugar.
Abrió la puerta, era la entrada al sótano.Estaba muy
oscuro, tanteó la pared de la entrada pero no había ningún apagador. Tuvo que
regresar al cuarto de tiliches y sacar una lámpara de la caja que había
revisado. Empezó a bajar.
Contrario al resto de la casa, el aire estaba
impregnado de un olor rancio y pestilente.
–Bueno, creo que don perfecto —dijo sonriendo—, se
ha olvidado de limpiar este sitio.
Al llegar a la parte de abajo el olor se hacía más
nauseabundo, por un instante, pensó en regresarse y salir; no tendría un gran
botín, pero cuando vendiera los relojes y alhajas, tendría dinero un buen rato
en lo que buscaba otra casa. Pero no se subió, la curiosidad y su ambición lo
vencieron.
Avanzó con la luz limitada de la lámpara por el
sótano. Brincó al ver a unas personas desnudas sentadas en un sillón. Sacó su
pistola para amedrentarlos —el cuchillo lo había olvidado en el almacén—, pero
la gente no se inmutó, pensó en decirles algo antes de que empezarán a gritar o
se le vinieran encima, pero estaban completamente quietas, tan quietas como…
maniquíes. Eran muñecos como los de la bodega, solo que estos estaban muy bien
detallados, tanto los hombres como mujeres tenían sus partes genitales bien
marcadas y sus caras eran bien detalladas y hasta de buena apariencia. Estaban
acomodados a lo largo de un sillón como si entablaran una agradable plática
entre ellos.
Con más curiosidad que nunca siguió avanzando.
Adelante estaba un estante con varios frascos etiquetados. Los fue revisando
uno por uno, eran excrementos de diferentes tamaños y colores; cada uno estaba
etiquetado de acuerdo a su origen: “De caballo”, “de perro”, “de niña de ocho
años”, etc. A pesar de que los frascos estaban cerrados, despedían un
desagradable aroma que ambientaba el fétido olor del sótano.
Mas adelanté encontró una repisa con aves grandes.
Estas al sentir la luz de la lámpara, comenzaron a lanzar sus graznidos.
–Gordi, ¿eres tú? —dijo alguien más allá del
alboroto de las aves.
Bruno se quedó helado al oír la voz, no esperaba
encontrar a nadie. Se supone que no había nadie en la casa. Preparó su pistola
de nuevo. Una cortina tapaba a la persona que había hablado. Una lámpara se
iluminó de aquel lado reflejando una silueta sentada.
–Gordi, ¿eres tú? —repitió la persona tras la
cortina, era una voz femenina—. ¿Por qué no prendes toda la luz?
Bruno avanzó hacia la cortina.
–Anda, apúrate —dijo la mujer—, necesito ir al baño,
me estoy meando.
Si en ese momento Bruno hubiera estado alerta,
hubiera escuchado los ruidos de alguien que se acercaba a sus espaldas y se
hubiera dado la media vuelta apuntando con su pistola; pero la curiosidad de
ver quien hablaba, lo nubló. Fue desplazando la cortina con lentitud, cuando un
golpe en la cabeza le hizo perder el conocimiento.
Cuando
Bruno despertó, estaba acostado sobre una camilla. Intentó moverse, pero no
pudo. Solo podía mover su cabeza y sus ojos. Volteó hacia su derecha y vio a un
hombre que estaba en el sillón platicando con los maniquíes. Estos estaban
vestidos, los hombres llevaban finos trajes y zapatos; y las mujeres, llevaban
puestos vestidos al tobillo con altos tacones y sombreros abombados. El hombre
acariciaba la pierna de la mujer de plástico.
–Oh, ¿no le importara mi querido Esteban —le dijo al
maniquí masculino que estaba junto a él—, que me sobrepase con su mujer? —Se
quedó un rato en silencio, como si estuviera oyendo la respuesta del muñeco.
Sonrió y agregó:—No se preocupe, yo sabré complacerla.
Sobre el suelo, estaban acomodados varios
excrementos que parecían ser de los frascos de las repisas. El hombre siguió
desvistiendo al maniquí con delicadeza y sensualidad, la fue besando con el
mismo tacto de un gran amante.
Una
de las aves empezó a graznar, el hombre interrumpió sus caricias plásticas y se
dirigió hacia las jaulas. En ese momento, Bruno pudo identificar quien era: el
dueño de la casa, el sujeto que había estado vigilando toda la semana.
El hombre regresó con un ave, la llevaba amarrada
del pico. Sus alas estaban cortadas, aunque estuviera suelta, no podría volar
ni escaparse.
–¡Oh, Graciela! —le dijo el hombre al ave—, yo sé
que también quieres celebrar este gran momento. Y si, sé que también a ti te
excita esa mierda tanto como a mí.
Volteó hacia el otro maniquí hombre como le hubiera hablado,
se acercó pegando su oído a su boca. Movía su cabeza como si estuviese
escuchando un gran secreto.
–Gracias, señor Rosendo —le dijo al maniquí—. Le
agradeceré cogiéndome a su mujer hasta la médula. Claro, si usted me lo
permite.
Hizo una reverencia y se dio la media vuelta para ir
con Bruno, el joven cerró los ojos y enderezó la cabeza al ver que venía hacia
él.
–Muchachito, no es necesario que finjas —le dijo el
hombre—. Ya Rosendo me ha dicho que has despertado y estabas viendo el
preparativo de bienvenida que te hemos preparado. —Esperó a que Bruno abriera
los ojos para regresar con sus maniquíes—. Míralos —le dijo al joven
señalándolos—, se han puesto sus mejores ropas de gala para recibirte. Y he
puesto los más exquisitos excrementos en el piso —movió su nariz como un
sabueso que olfatea un buen hueso—. ¿No son extraordinarios?
Bruno empezó a sentir de nuevo sus manos.
–¿Quién es… es usted?—logró balbucear.
–¿Qué quién soy yo? —respondió el hombre con una
gran sonrisa, se acercó hacia Bruno—. Más bien esa pregunta debería hacértela
yo. ¿Quién eres tú?
–Yo… yo solo me perdí y…
–Ja, ja y ja. Mírate muchacho —le lanzó una mirada
fraternal—. Bien podrías ser uno de mis alumnos. —Se acomodó su corbata,
llevaba puesto un traje gris—. De la puerta hacia arriba —señaló hacia la
entrada del sótano—, soy uno de los profesores más renombrados del país: El
doctor José López. Pero de la puerta hacia abajo, soy el sexy lover más pasional que tus ojos verán en tu mísera vida.
–Porque no solo le llama a la policía y me entrega.
–¿Bromeas? Si este festejo es en tu honor. Mi
familia está extasiada contigo —agitó los brazos en señal de emoción—, y en
especial, mi mujer.
–Ya llévame, Gordi —se oyó la voz de la mujer a lo
lejos—. Ya estoy lista.
El profesor corrió hacia el rincón del sótano.
Para ese momento, Bruno podía mover ya bien sus
manos. Se movió con todas sus fuerzas, pero se dio cuenta que estaba muy bien
atado. Quizá con sus piernas podría hacerlo pero aun las tenía dormidas. Debía
salir de esa locura.
El profesor regresó con una mujer en silla de
ruedas. La señora era más o menos de la edad del hombre.
–Ya enséñale, Gordi —dijo la señora.
López miró con complacencia a su mujer, le quitó la
sabana que la cubría. La mujer traía puesto un babydoll negro con encajes rojos. Estaba amputada de las dos
piernas a la altura de las rodillas.
El profesor ajustó la camilla de Bruno hasta
levantarlo un poco.
–¿Te gusto? —le preguntó la mujer—. Mira que a
marido le encanta esta ropa. Quiere vernos haciendo el amor.
Bruno negó con la cabeza.
–Están ustedes locos si creen que yo voy a hacer
eso. —Intentó mover de nuevo sus piernas, seguía sin sentirlas—. En cuanto me
suelten, yo…
–Este es el gran momento que he soñado tanto tiempo
—dijo López—. A mis grandes amores —señaló hacia los maniquíes y jaulas—, les
hacía falta el espectáculo del éxtasis total.
Como respondiendo a sus palabras las aves empezaron
a graznar.
–¿Has oído? —siguió diciendo—. Inclusive Rosendo,
Esteban, Jimena y Yuridia —señaló de nuevo a las personas plásticas—, están ya
muy excitados y quieren que entre en acción; quieren ver a sexy lover en acción.
–¡Está usted loco! —gritó Bruno moviendo sus brazos
con todas sus fuerzas, sus ataduras no cedieron—. No pienso hacer nada. ¡Nada!
–Vamos, chico, esa no es la actitud. Mira que mi
mujer lleva mucho tiempo esperando este momento, ve nada más que linda lencería
se ha puesto. —Volteó hacia el sillón—. Dice Esteban que ese baby negro lo
usaba solo cuando estaba con él. No creas que está celoso—le
susurró—, solo lo dijo para que veas la importancia de las cosas.
El profesor jaló la sabana que cubría a Bruno. El
chico miró con terror sus piernas: estaban amputadas como las de la mujer. Las
habían cubierto con vendas que estaban manchadas por sangre.
–Descuida —dijo el profesor señalando el vendaje—.
Ya están cerradas tus heridas, pronto sanaran. Ahora lo importante es la
fiesta. —Alzó a la mujer de la silla de ruedas y la subió sobre Bruno. Corrió
hacia el sillón con los maniquíes sentándose en medio de estos—. Vamos —le
gritó a Bruno y a su mujer—, Excítense. Ámense.
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Impecable y aterrador. Muy buen cuento
ResponderEliminarMil gracias y es un honor para mi que digas eso, Natalia. He leído las revistas de abril y mayo, y creo que eres de los mejores escritores que han plasmado sus escritos. En especial me gusta mas el cuento Vortex. Un saludo y espero junto contigo, seguir encabezando la revista con mis cuentos. Atentamente: Alfonso Padilla
EliminarMuchas gracias por tus palabras =) me alegra que disfrutaras la lectura.
EliminarImpecable y aterrador. Muy buen cuento
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarRelato que sostiene la intriga y el terror con un tono irónico y humorístico que lo tiñe de un matiz interesante y despiadado. La narración es atractiva y perversa. Éxitos!!!
ResponderEliminarmuchas gracias aldana
EliminarIncreíble, sin palabras, me atrapó del principio al final.
ResponderEliminargracias, espero y poder seguir participando en la revista
EliminarFelicitaciones por la acogida entre nuestros lectores. Bienvenido a la familia Cruz Diablo.
ResponderEliminarMUY BUEN ARGUMENTO Y SOBRE TODO LA NARRATIVA, EN HORABUENA AMIGO ME DA GUSTO QUE ESTES DESARROLLANDO TU TALENTO Y TU PASION POR ESCRIBIR TERROR, DE FACIL LECTURA, SOLO CREO QUE AUN HABIA TELA PARA SACAR UN POCO MAS DE LETRAS A LA HISTORIA
ResponderEliminarmuchas gracias, y quiza, si hubiera dado el cuento para mas, pero aveces tenemos un limite de extensión
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