Romina
Ávila Tosi nació en Lanús, en 1978. Desde entonces es estudiante por naturaleza:
Antropología (U.B.A.) primero y actualmente, Artes de la Escritura (U.N.A.) y
mimo (E.A.M.). Da clases de Ciencias Naturales y de Biología en colegios
secundarios y escribe alguito (mayormente poesía de bizarrismo mágico; de donde
se coló a fantasmearla “El Yoni”). Actualmente está trabajando en una novela
policial-fantástica. Es fanática de Úrsula Le Guin y de Stephen Jay Gould y no
descarta adquirir nuevos fanatismos.
“Eh,
Yoni, ¿ya no saludas más?” Parece la voz del peruano, tiembla el Yoni, que
empieza a darse vuelta, sabiendo que si es, nada bueno se viene. Hace rato le
debe una guita y el peruca no tiene amigos.
Un flash, la cara del peruca, los
dientes apretados un olor a pólvora y después nada, nadie, ni un perro sarnoso
masticando basura. Sólo un ruido instantáneo, ronco y denso como una explosión
chiquita: una puerta que se cierra de golpe, un cascote grande sobre una chapa,
quizás. Y el olor que se va desvaneciendo como chupado por algo, tal vez por el
cagazo, tal vez por la luz que de golpe encandila, como si las casillas se
hubieran corrido y el sol pegara contra la cara del Yoni en un horizonte sin
obstáculos. El ruido, la luz, la huida de los olores y un algo raro en el
estómago. “Capaz hace rato que no comés,
Yoni. Capaz por eso estás de nuevo en la villa. Capaz, se terminaron las dosis
y quisiste caerle de nuevo al peruano, no pensaste bien cuál ibas a jugar y el
bocho te deliró, te hizo pensar que él te había encontrado antes, de atrás, sin
estar piyo. Igual… nada. Nadie. Bueno, a pensar cómo entrarle y ver si te fía
un toque más”.
Busca en el bolsillo y saca un bollo de billetes arrugados. Hasta hay
uno de quiñento: lo estira y trata de hacer foco y entender qué onda ese gato
con manchas. Desde cuándo lo billetes vienen con gatos, desde cuándo tiene en
el bolsillo tanta guita. La cantidad de bazuco que podría comprar con ese
michifús, piensa. Quiere imaginarse y se cansa. Resume para sí: “bocha”. Podría pagar la deuda y dejar un
canuto a cuenta o para que se lo quedara el peruano,“por las molestias”.
La claridad, que quién sabe de dónde sale
pero a la vez no molesta, como que hace ver todo más lindo. Dobla en la casilla
donde está el kiosquito de Gladys, hace dos pasos y retrocede pensando comprar
alguna empanada o un sánguche… total, diez pesos más o menos no serían nada
ahora que es millonario. “Loco, la vieja conchuda
no está”. Una vez que puede, la vieja se pianta. De última, a la salida de
la villa podría rastrearse algo para comer. “Adentro no, después aparecés cagado a palos y te cabe por gil. Donde se
quema no se caga”.
Sigue un poco más y la casa del Braian
recién pintada le hace cagarse de risa. “Qué
berretín pintar si podés quemar la guita en paco o escabio, o conseguirte una
visera original re cheta. Igual qué onda estos bigotes, ¿qué chorga se les dio
a todos con la pintura y la limpieza? Y ni un perro, ni una vieja chusmeando. ¿Un
pai nuevo copando la parada? ¿Es el quince de la reina de la villa y están
todos ahí?”
Un par de pasos más con la luz y el
hambre, o esa sensación rara en la panza creando un efecto película. “¡Ja! La peli de la villa”. Unos metros
más y el olor a chori le da una cachetada. Como en los dibujitos, la baranda parece
formar una mano que le agarra la nariz y lo arrastra por un pasillo desconocido.
“Grasita caliente, chimichurri, pan
tostado. Sí, podría clavar un chori antes de verlo al peruano. Hermoso chori de
mi vida, vení, hacete amigo, te voy a comer todo, vas a ser mío, vamos a ser losotro,
chori”.
Cierra los ojos frente al choripanero,
“un gordo de punta en blanco –hasta cofia
tiene el gil– con una cara de boludo que no puede más…”
El calor que sale del chori, aún recostado en el pedazo de rollo de
cocina, le trae una sensación que no puede terminar de reconstruir. Algo de la
vieja, algo de wachín…Acercarlo a la boca y el juguito que chorrea por el
mentón es la gloria. Mejor que ponerla, mejor que un gol a River en su cancha, mejor
que el paco, mejor que todo.“Me lo voy
comiendo, maestro, nos vemos”. La luz encandila el pasillo pero tampoco
duelen los ojos, qué flash. Ya encontrará el camino; todos los pasillos
conducen a Lima.
Morder en el aire, oscuridad,
silencio. La misma villa pero todo distinto. Bomba de humo el gordo boludo,
¿dónde fue? El chori también, ¿se cayó? Los ojos lo buscan entre las
zapatillas, en el piso, en las manos, “¿dónde
estás, chori de mi vida, que no te puedo encontrar?” La mirada de nuevo
sobre lo del Braian, de vuelta descascarado y sin pintar, “¿qué onda, qué flayaste, Yoni?” Quisiera quedarse a buscar el chori
pero sigue caminando mientras el olor se va desvaneciendo.Y todos que aparecen
de nuevo, como si el quince ya hubiera terminado: la señora de al lado ortiva
como siempre, cerrándole la ventana en la cara, la gente mirando sin mirarlo,
con tristeza.
Camina el Yoni, sin saber por qué. Se
cruza con la Yami. Piensa en decirle ¿qué
onda, Yami? Sólo sale un gruñido y la Yami que se le para enfrente, se
muerde el labio inferior y levanta el mentón haciendo qué hambre, ninguneando
como cuando está endrogado. Aguantá,
mami, que estoy pila, estoy re careta, Yami, mirame, decime algo, no te vayás. “Grrr”.
Otra vez el gruñido y el cuerpo que no responde, que hace cualquiera y sigue
caminando, ¿qué onda? ¿y el chori? No es hambre, es algo en la panza, metálico
y duro, chiquito pero dañino. Y todo lo ve gris el Yoni; con un coso que le
muerde la panza pero no duele, apenas como un hambre; caminando a lo del peruca
sin saber por qué, sin chori, sin luz, sin Yami, sin gato con manchas, sin nada
que abulte los bolsillos. Caminando, caminando.
El peruano esperando apoyado en la puerta, sonriente, disfrutando por
anticipado cómo le va a arruinar “para
que aprendas a pagar las deudas, mugre, paquero de mierda”. Las manos que
quieren hacer alguna y nada, muertas. Las piernas que se paran justo delante de
él.
“¿Cómo
estamos, Yoni? ¿lo has visto a diosito o al diablo?”.“Grrr”.
“Ah, no puedes hablar, cierto. Bueno, tú
me debes dinero y me lo pagas con trabajo ¿estamos?”.“Grr”.“Quédate tranquilo, es el mejor acuerdo
laboral: no comes, no duermes, no hablas, sólo haces lo que yo te digo y ya no
te vuelves a morir, ¿sabes? Eres mi guoquinded”.
Ya van meses, o semanas, le cuesta contar al Yoni así, en este estado,
que es como estar de paco pero sin la euforia. Camina, camina, va y viene por
la villa llevando los encargos del peruca, las manos muertas, en una mochila
que cargan y descargan otros. A la mañana lo dejan parado en una esquina de la
casa, mientras los peruanitos toman la leche y se van a la escuela. A veces se
la cruza a la Yami:“Grrr”y por suerte,
la turra hace que no lo ve.
SEGUINOS EN FACEBOOK:
No hay comentarios:
Publicar un comentario