Sofia
Scissorhands nace el 23 de julio de 1991 en la ciudad de Nueve de Julio, Buenos
Aires, Argentina. A los 21 años se recibe como técnica en administración de
empresas y empieza a escribir relatos cortos. Sus géneros favoritos son el
realismo mágico, horror, suspenso y thriller psicológico, entre otros.
Entre
sus escritores predilectos encontramos a Julio Cortazar, Stephen King, Hermann
Hesse, H.P Lovecraft y Charles Bukowski.
Actualmente
sigue con sus estudios en la
ciudad de La Plata, en donde estudia Educación Musical.
También podés leerlo y bajarlo desde el siguiente enlace:
Gracias
No podía dejar de moverse. Los nervios le
consumían la poca paciencia que le quedaba. Es increíble que una persona de esa
edad este al borde de la locura en su máxima expresión.
Ya ni los libros lo consolaban, quería salir
de su habitación. El aire viciado lo descomponía. La música, que tanto amaba,
lo aturdía. Las ventanas y las puertas cerradas por fuera le impedían sentir el
aire enfriarle los pulmones.
Nunca conoció su cara porque no había espejos
ni reflejos donde poder verse. Sin embargo algo malo ocurría, no por nada lo
tenían ahí oculto como un animal. Sus manos y el resto de su cuerpo era normal,
o al menos eso suponía él.
Nunca había estado en contacto con otra
persona que no sea la que le había enseñado a leer y a escribir cuando era
pequeño. Pero ya no se acordaba de ella. Solo veía la mano que le daba la
comida todos los días a la misma hora, y de vez en cuando le alcanzaba algún
que otro libro para seguir pasando el rato y esperar. Esperar no sabiendo qué.
Cualquier cosa podría suceder. Cualquiera podía ser su último día ahí.
Las preguntas eran ineficientes, nunca nadie
le contestaba nada. La poca luz le cansaba la vista y ya no podía leer tanto
como hacía antes, así que con los pocos recursos que tenía a mano empezó a
escribir todo lo que se le venía a la mente. Empezó a tomar nota de todo lo que
sucedía en el día, aunque siempre era lo mismo. Rutinariamente la comida a la
misma hora, las luces se encendían y se apagaban sin que él pudiera emitir
alguna objeción. Con las luces apagadas no podía hacer otra cosa más que
dormir, pensaba, pero no. Él soñaba despierto constantemente ¿cómo sería salir
de ahí? ¿Qué era lo que había hecho mal? ¿Por qué estaba encerrado? ¿Quién era
realmente?
Todas estas preguntas terminaron un día.
Al cumplir la mayoría
de edad, se abrió la puerta. Dos personas a cara cubierta entraron, y con ellos
traían un espejo con una sábana encima y un arma cargada con una sola bala,
sabían que no opondría resistencia alguna. Al destaparlo, él rompió en llanto y
lo entendió todo. Por ese motivo, agachó la cabeza, y su última palabra fue:
¡Gracias!
El reflejo del reloj
La guerra había
terminado hacía un par de días. No recuerdo cuantos exactamente. Todavía
se podían escuchar algunas explosiones en edificios que continuaban en
llamas. Lo que sí puedo recordar son mis miembros esparcidos por todos
lados. No lo podía creer. ¿Como hacía para verlos? Reconocí mi viejo reloj
de bolsillo tirado cerca de dónde yo estaba. Sabía que algo raro sucedía
porque solo podía parpadear.
Inesperadamente un niño que andaba jugando en los escombros encontró mi cabeza y se dio cuenta de esto. Me agarró de los pelos y me miró como si en realidad sostuviera una pelota. Es increíble lo que le puede llegar a hacer la guerra a los sentimientos de una persona. En otros tiempos un niño en esa situación hubiese reaccionado de otra forma. Que digo de otra forma, ¡hubiese reaccionado! Me llevó hasta el patio trasero de su casa donde con cajas, palos y sábanas viejas, había armado una especie de casa. Comenzó a hablarme, porque sabía, o quería imaginar que lo escuchaba y le entendía. Se lo confirmé parpadeando. Para responder a sus preguntas una vez era sí y dos era no. Y así comenzó nuestra amistad. Realmente era muy buena compañía. Y yo todo oídos. Me confesó que no tenía amigos y que en tan poco tiempo me veía como a su padre que había muerto en la guerra. Moría de ganas de saber más detalles sobre este hombre. Quizá nos habíamos conocido en algún momento. Pero no tenía manera de hacerle preguntas a Tomás. Solo respondía. Pasaron las semanas y el olor cada día se hacía más fuerte. Los vecinos se quejaban a cada instante y su madre no sabía de dónde provenía. A Tomás cada vez le costaba más acercarse para contarme sus secretos y yo no entendía por qué, hasta que me lo hizo comprender. Ningún plan era bueno. Si ponía mi cabeza en formol para conservarme ya no podría escucharlo. No sé si me ahogaría, porque en teoría yo ya estaba muerto. Así que lo que Tomas decidió fue llevarme al lugar donde me había encontrado. Tirado entre los escombros. Me dejó exactamente en el mismo lugar.
Inesperadamente un niño que andaba jugando en los escombros encontró mi cabeza y se dio cuenta de esto. Me agarró de los pelos y me miró como si en realidad sostuviera una pelota. Es increíble lo que le puede llegar a hacer la guerra a los sentimientos de una persona. En otros tiempos un niño en esa situación hubiese reaccionado de otra forma. Que digo de otra forma, ¡hubiese reaccionado! Me llevó hasta el patio trasero de su casa donde con cajas, palos y sábanas viejas, había armado una especie de casa. Comenzó a hablarme, porque sabía, o quería imaginar que lo escuchaba y le entendía. Se lo confirmé parpadeando. Para responder a sus preguntas una vez era sí y dos era no. Y así comenzó nuestra amistad. Realmente era muy buena compañía. Y yo todo oídos. Me confesó que no tenía amigos y que en tan poco tiempo me veía como a su padre que había muerto en la guerra. Moría de ganas de saber más detalles sobre este hombre. Quizá nos habíamos conocido en algún momento. Pero no tenía manera de hacerle preguntas a Tomás. Solo respondía. Pasaron las semanas y el olor cada día se hacía más fuerte. Los vecinos se quejaban a cada instante y su madre no sabía de dónde provenía. A Tomás cada vez le costaba más acercarse para contarme sus secretos y yo no entendía por qué, hasta que me lo hizo comprender. Ningún plan era bueno. Si ponía mi cabeza en formol para conservarme ya no podría escucharlo. No sé si me ahogaría, porque en teoría yo ya estaba muerto. Así que lo que Tomas decidió fue llevarme al lugar donde me había encontrado. Tirado entre los escombros. Me dejó exactamente en el mismo lugar.
Desde ahí divisé
nuevamente mi reloj de bolsillo. Tomas también lo notó. Así que lo sacó y
al revisarlo encontró el compartimiento donde al parecer guardaba una
foto. Las lágrimas de su rostro me quedaron impresas en la
retina. Antes de irse corriendo me hizo una última pregunta. Me
preguntó si lo quería y yo parpadee una sola vez. Tomas tiró la foto junto
a mi cabeza. Al verla entendí todo y al hacerlo dejé de parpadear y
finalmente morí. Yo había sido el padre de Tomás. Asumo que por alguna
explosión y todo lo sucedido perdí la memoria y no lo recordaba. Supongo
que él tampoco me había reconocido por las quemaduras y deformidades de mi
rostro que noté en el pequeño reflejo del reloj.
Bienvenida a la familia Cruz Diablo, Sofía.
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