Liberato Tavárez, fotógrafo y técnico en medios audiovisuales,
nació en Santo Domingo, Rep. Dominicana en junio de 1977. Entusiasta incansable
del Survivor Horror y fanático de las historias de Stephen King, H.P. Lovecraft y
Edgar A. Poe. En marzo del 2018 inicia la publicación de los sus relatos en Vórtice:
Crónicas de Horror.
Se puede decir que Luis volvió al escondrijo por pura casualidad, luego de explorar la ciudad por varios días en busca de comida. Estaba confundido, convaleciente y muy hambriento. Mariela, su esposa, era la última persona que había visto viva desde hacía una semana. Los demás seres humanos que encontraban en sus incursiones estaban infectados, transformados en muertos vivientes que perseguían la carne de los vivos para devorarla e intentar saciar su hambre eterna. Él y Mariela lograron escapar varias veces de esas criaturas infectas que azotaban la ciudad. Un ejército de muertos vivientes, difícil de repeler, que se hacía más fuerte con cada víctima caída en sus manos virulentas.
A Luis no
le tomó tiempo notar que la estancia estaba abandonada. Hasta su aroma de
mujer, que impregnaba el lugar, se perdió con el paso de las horas tras su
ausencia. Ella se había marchado aunque sus cosas personales seguían allí, al
igual que el equipo de exploración y la poca comida que recolectaron juntos
para sobrevivir.
Sobre la
mesilla llena de velas derretidas, Mariela le dejó una carta con su letra
apretujada, descansando bajo una lata de salchichas que impedía que la brisa
traviesa la tirara al piso. Luis, atraído por una rata que veía también sobre
la mesa, se acercó a la hoja de papel que le explicaba:
Hola, Amor. Si estás leyendo esto es porque
seguro estás bien. ¿Cómo estoy yo? Bueno, estoy lo suficientemente lejos como
para que trates de salvar lo insalvable. Sí, amor, me marché y esta es la nota
de despedida. Algo grave pasó. Estoy infectada, envenenada de esa roña que a
cada minuto se expande como un cáncer por mi cuerpo,
arrebatándome la humanidad. No quise decirte nada
para que no te asustaras y cometieras una de tus imprudencias. Ambos sabemos lo
fácil que pierdes la cabeza cuando algo me hace daño. Por eso mi insistencia en
que fueras a la parte más distante de la ciudad a buscar alimentos. Necesitaba
tiempo para meditar y enfrentarme a este monstruo portador de putrefacción que
no tiene piedad y me corroe desde las entrañas. ¿Cómo me contaminaron? Fue el
maldito infecto que encontramos ayer en el supermercado. Me mordió
contagiándome el virus antes de que lo derribaras con el bate. Juro que tenía
ganas de contártelo, pero por lo que ya dije, decidí soportar el dolor de la
infección lo mejor que pude y salvarte del sufrimiento de verme transformarme,
para luego hacerte daño y endosarte junto conmigo a las huestes de los muertos
vivientes. Discúlpame por contártelo de este modo, pero tienes que entender que
esto te supera, que nos supera igual que nos
ha superado a todos. Reconócelo, el mundo se fue a la mierda y sólo era cuestión
de tiempo que algo malo le pasara a uno de los dos. Espero que hayas encontrado
más comida que te ayude a sobrevivir, que encuentres otros sobrevivientes y que
juntos salgan de esta ciudad, de este país infectado de muerte. Sigue valiente,
Luis. Sé fuerte como siempre y sobrevive a este apocalipsis. Sigue adelante y
lucha con todos los medios que tengas contra estos terrores. No dejes que nada
te detenga. Abandona la ciudad, busca la forma de burlar la cuarentena.
Te amo, Luis. Eres al único hombre que he amado.
Junto a ti tuve la mejor vida que pude haber vivido. Nunca te olvidaré.
Siempre tuya, Mariela.
Luis se acercó más a la mesilla sin hacer el menor caso a la
carta, atraído por el movimiento de la rata sobre la fría cera derretida de las
velas. El roedor le pareció hermoso, gordo y suculento. Sería un rico aperitivo
para aliviar un poco su hambre que nunca se calmaba. Saltó sobre el animal, que
escapó de entre sus torpes dedos marchitos, y lo perdió en la oscuridad de un
agujero en el suelo. Luis quedó vacilante con la mirada perdida en la nada,
ignorando la misiva que había dejado su esposa y las pocas latas de comida
sobre la mesa, pues no eran el alimento que necesitaba para tranquilizar el
nuevo tipo de hambre que padecía.
Gracias enormes por publicar mi relato.
ResponderEliminarEspero sea del gusto de los lectores que disfrutan el espacio.
¡Ajá! Admito que el final me ha tomado por sorpresa. Muy bien, autor, jugando con nuestras expectativas. Muchas gracias por tu relato.
ResponderEliminarGracias a ti por tomar de tu tiempo en leerlo, y por escribirme de vuelta.
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