Diana Beláustegui nace en el 74 en medio de las inundaciones de Santiago del Estero, el río la tragó y tuvo un encuentro cercano con el Cthulhu, desde ese día sólo historias truculentas son maquinadas por el cerebro ahogado. Ama leer. Colaboró con varias revistas online. Publicó en el 2014 su primer libro: Escorpiones en las tripas.
Lleva un anzuelo en el bolsillo, con un tentáculo reseco.
Cruz Diablo presenta hoy el relato "Es hambre, nada más", finalista del Certamen de literatura de terror distópico "El mundo en tinieblas".
Cándida
estaba mezclando la olla cuando el soldado apareció con aspecto cansado.
Entrecruzaron
miradas.
Desde
que los misiles habían impactado hacía unos 4 años, el ecosistema había
cambiado.
A
Cándida le gustaba la soledad del monte y se había construido una casita
modesta en la espesura del bosque santiagueño. Ahora, de su hogar entre
imponentes quebrachos colorados, sólo quedaba un intento de vivienda casi
destruida en medio del salitral desierto.
Los
cuarenta y cinco grados cuarteaban la tierra, tiñendo de ocre una realidad
distópica. El futuro de miseria y hambre había llegado, todos los malos
vaticinios de la humanidad estaban ahí, hechos piel ajada y deshidratada. Se
habían materializado en los ojos irritados de la mujer y en su pecho devastado.
El
gobierno había dado la orden de “Ayudar al soldado que diera su vida por la
nación y la supervivencia del hombre”.
—Menos
mal que la mujer es cucaracha y sobrevive a todo —había pensado esa vez con un
dejo de amargura.
En
sus buenos tiempos fue una feminista que luchaba por los derechos de las
mujeres, no había hombre que se animara a interferir cuando ella salía a patear
patriarcados, ahora era una sombra podrida en medio del rajante sol.
—Buenas,
señora —saludó el hombre y se refugió en la sombra.
—Tengo
hijos que alimentar, mucho no te puedo dar.
—Está
bien, señora, con lo que pueda me basta. No soy de aquí. No estoy acostumbrado
al calor, necesito agua y descansar un poco.
—¿Por
qué andas solo? —averiguó, mientras sacaba del pozo el líquido sagrado y se la
acercaba.
El
hombre se adueñó de la olla y así como tomó el agua con avidez, luego la
vomitó.
Cándida
se quedó mirando unos segundos la tierra reseca que se adueñaba del vómito.
Ahora
estaba tranquila, ya no tenía tanta hambre, pero hubo un tiempo en que se
habría peleado con la pachamama por esa clase de mejunje.
—Tomá
despacito, haz sorbos chiquitos.
Lo
observó.
Al
hombre, el estómago se le contraía. Se tapaba lo boca con ambas manos y
contenía la respiración.
Cándida
sonreía divertida.
Después
de unos minutos tensos, los músculos del soldado comenzaron a relajarse.
—¿Me
puedo mojar?
—No
entiendo.
—¿Tiene
agua suficiente? Me gustaría mojarme.
—Sí,
la última lluvia llenó el pozo, lavate tranquilo, las lluvias están volviendo.
Lo
vio alejarse hacia la parte trasera de la casa, el soldado tenía una vergüenza
poco común en esos tiempos. La humanidad podía ser extraña a veces.
El
hombre se apoyó en la pared tras los primeros baldazos y cerró los ojos.
Percibió
el agua corriéndole por el cuerpo, los vellos erizados, la felicidad de
encontrar gente y luego el olor a sopa, el hambre, la saliva que se le juntaba
en la boca desobedeciendo al organismo que emitía órdenes de no malgastar
fluidos porque estaba en un grado peligroso de deshidratación.
Se
animó a mirar el interior de una habitación que tenía la ventana abierta, las
otras piezas permanecían cerradas.
Lo
primero que hizo fue reconocer el tratamiento de la carne seca.
Dentro
de un contenedor lleno de sal, podía ver las lonjas de carne que se asomaban.
—¿Vizcacha?
—pensó mientras miraba alrededor.
Del
monte quedaban vestigios de pequeños árboles secos.
Tenía
entendido que la fauna estaba casi desaparecida desde los últimos ataques
aéreos. Pero los sobrevivientes seguramente habían encontrado algunos animales
para comer.
El
huerto eran unas plantas peladas y tristes de papas y cebollas.
Tenía
metida prácticamente la mitad del cuerpo por la ventana.
Dentro
del habitáculo oscuro olía a sangre y descomposición.
Algo
en el aire se le filtraba por los poros y le gritaba que las cosas no estaban
bien.
Presentimientos.
—Tengo
sopa ¿vas a tomar? —le preguntó ella y el soldado casi pierde el equilibrio.
El
rostro de la mujer había mutado, ahora aparecía un destello morboso en los
ojos.
—Si,
por favor —contestó, intentando que no se notara el miedo.
La
siguió.
—Cuando
los soldados pasan por aquí, lo hacen en grupos grandes, de 10 a 15 hombres. Nunca puedo
darles de comer a todos, aunque ellos siempre toman lo que quieren.
Silencio.
—Sentate
aquí, ya te traigo la comida.
La
vio alejarse hacia la olla que hervía en un brasero y aprovechó para mirar el
interior de la casa, desde donde estaba podía ver la misma habitación, la
puerta estaba abierta, había un charco grande de sangre en el piso y huellas
que iban y venían.
La
observó, ella misma tenía la pollera manchada de sangre.
—Hay
olor a carne —aseguró él, paranoico— , ¿qué cazan por aquí? No sabía que había animales.
—Sí,
hay —respondió sin darse vuelta—, vienen de vez en cuando en grupos de 10 a 15.
La
mujer se acercó con el plato de sopa, en el líquido blanquecino flotaban
algunas papas y unos pedazos de carne.
Se
miraron.
—¿De
dónde sacas la carne, hija de puta? —gritó mientras tiraba a un costado el
alimento.
Se
paró de golpe y la agarró del cabello mientras le apuntaba con el arma.
—Hubo
soldados desaparecidos hace unos 3 días ¿vos les has hecho algo, hija de puta?
Cándida
reía, le faltaban casi todos los dientes y el aliento hedía a muerte.
—Mostrame
los huesos de lo que estás cocinando.
La
llevó arrastrando y entró a la habitación sangrienta.
En
un rincón: lo que quedaba del muerto estaba oculto bajo una manta mugrosa.
—¿Qué
has hecho, hija de puta? —gritó.
La
tiró al suelo con un puñetazo, se acercó y le pegó una patada a la altura de
los pechos. La mujer gritó en medio de una carcajada.
El
hombre se armó de valor e hizo a un lado la manta. Eran dos los cadáveres.
Parecían muñecos rotos, los había acomodado sobre los restos de unas almohadas.
Les faltaban los brazos y parte de los músculos abdominales. Parte de los
diminutos músculos abdominales. Le costó reconocer lo que estaba viendo.
—Mellizos
eran —aclaró ella de rodillas junto a los restos—. Después de la comida te
puedo dar leche, tengo las tetas llenas. Nacieron ayer nomás —le dijo con una
risita extraña que por ratos se desdibujaba en un principio de llanto.
La
apartó de una patada.
—Mina
de mierda, hija de puta, sucia. Hasta las perras tienen instinto maternal,
inmunda.
—No
se come con el instinto maternal —gritó ella y él le apuntó a la cabeza.
Pudo
ver el horror en los ojos de la mujer, el rictus de ironía se le había ido, la
sonrisa burlona se trastocó con la gravidez del chillido aterrado.
El
disparo le abrió el cráneo y dejó una pintura abstracta y sabrosa sobre la
pared.
El
estallido lo dejó aturdido unos segundos, escuchando sólo un atisbo de
imploración de la asesina asesinada y luego otros gritos más lejanos.
Estaba
mareado, la pieza giraba convulsionando su ya frágil estómago, giró para salir
y los vio.
Tres
niños de distintas edades miraban la escena en medio de una crisis de llanto.
Tres
niños famélicos, con las panzas hinchadas, desnudos, sucios, que habían estado
esperando en silencio por el alimento prometido.
Tres
niños, hijos de la guerra y la hambruna, que lloraban a la asesinada-asesina,
menos que perra, madre obligada, probable comida que comenzaría a pudrirse en
cuestión de segundos.
Diana Beláustegui
nace en el 74 en medio de las inundaciones de Santiago del Estero, el río la
tragó y tuvo un encuentro cercano con el Cthulhu, desde ese día sólo historias
truculentas son maquinadas por el cerebro ahogado. Ama leer. Colaboró con
varias revistas online. Publicó en el
2014 su primer libro: Escorpiones en las
tripas. Lleva un anzuelo en el bolsillo, con un tentáculo reseco.
Bestial, muy bueno
ResponderEliminarGracias por leer
EliminarMe ha encantado, realista en cuanto a las posibilidades humanas en caso de necesidad, y fantástico en el modo de deshilvanar lo que ocurre, en conocimiento del lector casi desde el principio, al estilo Hitchcock
ResponderEliminarNos alegra que te haya agradado el relato de Diana Belaustegui. Saludos.
EliminarHola,soy de México, tenía mucho buscando revistas literarias EB esta materia; no se si haya una versión impresa?,y de ser así, si esta llegue a mi país?, me pregunto si podría publicar o compartir fragmentos del relato en mi muro de Facebook?, con su respectivo enlace a la pagina claro
ResponderEliminarPerdón por la demora en la respuesta. Por supuesto puedes compartirlo. Saludos cordiales
ResponderEliminarTremendo relato. Agobia. Eso es bueno en su caso
ResponderEliminarMuchas gracias por leer Cruz Diablo, Silvia. Es un gran relato el de Diana. Finalista de la convocatoria El Mundo en Tinieblas
EliminarExcelente. Lo compartí
ResponderEliminarMuchas gracias por leer Cruz Diablo, Ada.
EliminarSí... tremendo. Gracias por compartir.
ResponderEliminarGracias por leer Cruz Diablo, Liliana.
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