Escritor chileno nacido en Valparaiso. Ha publicado "El martillo de Pillán", "WBK Asesinos", "Evento Z", "El satiro". Sus textos han sido publicados en Chile, España, Italia y Alemania. Finalista de la convocatoria "El mundo en tinieblas" de Cruz Diablo.
Han pasado dos meses desde que regresé del viaje. La
gente ha comenzado a pasar hambre, pero yo estoy subiendo de peso. Los doctores
ya no están aquí para preguntarme cómo hice para alimentarme durante el camino.
La abundancia de carne ha sido un buen cambio para mí, he aprendido a comer
incluso las menudencias y a sorber con gusto los dedos de las extremidades,
uñas incluidas; es una lástima que nadie comparta mis nuevos gustos
gastronómicos. Cuando llegué de vuelta a nuestro refugio, el doctor Troncoso me
recibió amable, preguntando por la doctora Barría, y no supe qué responder…
Revisó mis archivos y dijo que algo faltaba, que borré una parte; lo peor es
que ahora escucho sus voces interrogándome cada vez que abro el refrigerador
para tomar un bocado. Es por esto que comencé a revisar los archivos de memoria
de mi diario personal; lamentablemente, los archivos están desordenados, tanto
como mi mente; llevo noches enteras presionando el botón para reproducir y
pasar a escuchar de forma atenta mi propia voz…
>>Han pasado dos semanas, y como José y Reinaldo no se hablaban
hacía dos días, tuve que ponerme firme y hacerles ver que estar unidos era la
única forma de sobrevivir; si no actuábamos como un equipo, simplemente moriríamos
en la floresta…<<
>>Durante el día pudimos ver una sombra enorme que oscurecía el
bosque sobre nosotros.<<
Cada vez que escucho esta parte de mi bitácora
personal de archivos de audio, llego a la misma conclusión: el viaje hacia la
mina, hacia ella, la doctora Barria, es la clave, estoy seguro de que es así.
Sé que todo comenzó cuando convencí al doctor para que me permitiese formar un
equipo de tres personas con las cuales emprender la travesía hacia la
cordillera. La doctora Barría había ofrecido traer consigo excelentes piezas de
equipo, espectrómetros de masa y otros artilugios que el doctor Ruilova
consideraba importantísimos.
El doctor Troncoso fue el único que me preguntó por
qué hacía esto, me advirtió que era una misión suicida, que pensaba que no
volvería. Él quería que yo aprendiese lo necesario para continuar con sus
investigaciones cuando él muriera. Le dije que se trataba de una cuestión
moral: era forzoso intentar salvar a esa gente, dejarlos morir de hambre
hubiese sido una crueldad difícil de soportar. Aunque tal vez la verdad fuera
otra. Mis emociones han comenzado a intensificarse desde que sufrí aquel
accidente durante una recolección, donde encontré una pequeña fisura en mi
traje.
Aún recuerdo la semana que reparamos la antena por
medio de la cual nos logramos comunicar por primera vez con la doctora Barría;
ella estaba encerrada en un centro minero, una verdadera ciudad bajo la roca
sólida. Tenía teorías interesantes para solucionar el problema, pero no contaba
con los recursos que nosotros poseemos. El crecimiento en tamaño de las
plantas, los insectos y los pájaros era exponencial; la tierra se parecía al
carbonífero cada vez más, la temperatura era alta y el nivel de los océanos
aumentaba. Tratar de caminar por el bosque era y sigue siendo un suicidio;
incluso los recolectores de pámpanos de canoleta evitan internarse mucho en los
bosques esclerófilos que estos arbustos tienden a formar. Cuando la doctora
Barría nos comunicó que se estaban quedando sin recursos, desarrollé con
premura el plan para rescatarla, es decir, rescatar al remanente de científicos
y mineros que aún sobrevivían en la montaña. Solo necesitaba convencer al
difunto doctor Troncoso, y lo hice.
>>Finalmente, partimos en nuestra misión de rescate. La máquina
avanzaba bastante rápido, abriéndose paso inexorable a través de la vegetación.
Tratamos de escoger los terrenos más regulares. Teníamos una idea bastante
buena de nuestra ubicación, pues llevamos un GPS que funcionaba de manera
intermitente. Habíamos calculado que demoraríamos tres semanas en llegar a
nuestro destino.<<
Pero demoré dos meses en volver, y en vez de ser
recibido como un héroe la gente del refugio me rehúye, a pesar de que, como ya
no están los doctores, soy yo quien administra sus vidas. Hace mucho que están
nerviosos por las desapariciones. Ellos no entienden lo que pasa, que el final
es inevitable, así que he decidido empezar relatándoles lo que considero el
comienzo de esta situación, esperando que el ejercicio me ayude a comprender
qué pasó con nuestra civilización y conmigo durante el viaje de rescate.
Si nadie era capaz de detener el abuso de combustibles
fósiles, los cuales, en aquellos días, impulsaban la economía del mundo. Los
cultivos transgénicos que acababan de ser puestos al descubierto por la PNUMA
en el sureste de África parecían ser la respuesta. Los beneficios con relación
al calentamiento global y la disminución de la huella de carbono de los países
desarrollados serían tan radicales, que bien valían el riesgo. Hugh Grant, CEO
de Montesanto, había contratado a Greg Boyce para preparar la siguiente etapa.
Boyce había trabajado como CCO para varias compañías petroleras, emigrado a la
minería, y por último, saltado de Río Tinto a Montesanto. Boyce también era el
presidente del Consejo Consultivo de la Industria del Carbón de la Agencia
Internacional de Energía de los Estados Reunidos de Norteamérica. Cansados de la
dependencia del petróleo del Medio Oriente, habían encargado a Montesanto una
solución para el problema alimentario, y ellos habían provisto un doble
milagro: alimento barato en abundancia y también una solución para el problema
energético. La desinformación era tal, que no hubo en realidad muchos que se
opusieran a la reforma: el mundo veía con muy buenos ojos el término de la era
de los combustibles fósiles. Los experimentos con etanol en Brasil y los
primeros camiones propulsados con biodiesel en Canadá, no fueron sino
incentivos para demostrar que el cambio hacia los combustibles biotecnológicos
eran en efecto la solución a los problemas del conglomerado económico de
Occidente. El mercado de los motores de combustión interna, por su parte, ya se
había vuelto en favor de la tecnología diésel hacía unos años.
El paisaje de las grandes ciudades sufrió un cambio
radical; todas las superficies cultivables debían ser ocupadas, incluso en las
zonas urbanas. Todos los edificios comenzaron a aislar los techos y cultivar en
ellos; las ciudades que poseían climas más adversos comenzaron a construir
invernaderos hidropónicos en sus azoteas, bajo ellas, en las plazas y los
parques. De un edificio a otro colgaban cuerdas con enredaderas de canoleta,
las cuales producían sus preciados pámpanos llenos de aceite. Las plantas
morían cada tres meses y no daban semillas. Con el tiempo, la comida se
convirtió también en un asunto histórico, y en los países en vías de desarrollo
solo había disponibles tarros de puré de lúpulo. La comida de verdad era un lujo que solo los magnates se podían dar. Los
únicos vegetales que podían sobrevivir a los suelos contaminados con el
glifosfato que las mismas plantas producían como pesticida, y que luego se
volvieron demasiado costosas para adquirirlas. El problema era en efecto este
insecticida que las plantas genéticamente diseñadas producían para protegerse:
el químico dejaba el suelo inutilizable para cualquier otro cultivo. Los más
pobres murieron por millares, luego le siguió la clase media. Ahora solo somos
un puñado que enfrenta una realidad mucho peor que la de la simple escasez de
alimento.
>>Logramos sacar la máquina del barro, con las motosierras
cortamos varios troncos y nos ayudamos con ellos para tener tracción. La lluvia
no para, hemos tenido que racionar la comida y eso nos tiene de mal humor a
todos. Nos rechinan los dientes y nuestros diálogos son fríos y muchas veces
agresivos. José está malherido, pero no podemos hacer nada por ayudarlo.
Sabemos que morirá en un par de días, ahora que nos falta tan poco para llegar,
tan poco en verdad… Solo puedo pensar en la doctora, su voz deformada por el
megáfono y su figura en aquella pequeña pantalla es lo único que veo cuando
cierro los ojos. Ya no hay en la Tierra ninguna especie vegetal original: todas
han sido contaminadas con el polen de la canoleta.
<<La estrategia para detener el calentamiento global funcionó; sin
embargo, ahora estamos en guerra contra las plantas que hemos modificado y los
distintos híbridos que aparecieron a partir del polen esparcido sobre las otras
especies vegetales. Mientras, la doctora espera por mí en la mina y nosotros
nos revolcamos en el barro. Debo continuar, debo continuar...<<
>>José, falleció… Decidimos quemar su cuerpo. No estoy seguro,
pero creo que el bosque se estremeció cuando encendimos la fogata. Es triste:
José era un joven decidido e inteligente, yo conocía a sus padres y a su
prometida y el efecto que él provocaba en ellos; sé que era uno de los pocos
hombres capaces de sentir esperanza en esa ciudad bajo la tierra.
<<El campo de flores parecía no tener fin. Solo el recuerdo de un
rostro me mantenía con la mente enfocada… sin aquel incentivo me habría
entregado a la derrota o cuando menos al delirio. Como Reinaldo, que se sacó la
máscara y se lanzó sobre una planta, pues dijo que la flor lo estaba llamando,
que podía escucharla en su mente. De esos momentos solo recuerdo con claridad
el cansancio, un cansancio que casi aturdía. <<
<<Desperté desorientado… Solo veía luces. No tenía mi máscara
puesta, pero podía respirar: estaba vivo. La doctora Barría era más atractiva
de lo que imaginaba. Su mirada era fría, como la de un reptil, sin embargo
adiviné en ella una pasión que provenía desde lo más profundo de la matriz
salvaje de las mujeres que están a punto de entrar en la madurez. Pese a todo,
sé que me contuve, que no dejé que esos pensamientos me nublaran: yo era el
héroe que venía a rescatarla; el premio lo cobraría después… o al menos eso deseaba.
>>Decidimos reparar una de las máquinas que trabajaban en los
túneles y excavar una galería nueva. Nos queda poco biodiesel, aunque esperamos
tener el suficiente para llegar al valle. Mañana será la fecha decisiva: el día
en que intentaremos huir. <<
Es bueno no tener hambre, no sentir aquella
desesperación con la que escucho mi propia voz. Es cierto que requiere cierto
esfuerzo escarbar la carne, cortar músculos y eviscerar los cadáveres para que
no se pudran: lo primero que hay que retirar es la vejiga, luego los
intestinos, que por cierto se limpian y se comen: chunchules, los llamaban antes del desastre. Los interiores son lo
primero que consumo. Hoy he sacado del refrigerador de muestras un hígado.
Mientras se fríe en la cocinilla, sigo escuchándome; esta parte me interesa
sobremanera. La he oído ya cientos de veces; hay algo que no registré y que
creo que es importante; necesito recordarlo, pero no lo logro.
>>Las aves han atacado la excavadora, los arbustos han detenido
nuestro avance: estamos atrapados nuevamente. Solo cuatro de nosotros logramos
alcanzar la máquina en la que llegué…
<<No sabemos cómo pudimos salvarnos de aquellos monstruosos
pájaros endrinos. Las plantas han crecido demasiado, los troncos son gruesos y
nos impiden el avance. Las motosierras son inútiles y además se nos agota la
comida. Creo que moriremos en medio del bosque. Los hombres que nos acompañan
no pierden la esperanza; tratan de buscar un camino, pero solo avanzamos hacia
la costa. El mar ya no es azul, sino de un rojo sangre fluorescente, y brilla
durante la noche. La doctora Barría dice que se debe a un alga que ha sido
contaminada: ella cree, como el doctor Ruilova, que las plantas llegarán a
desarrollar una consciencia, y ahora que ha visto el mar, está segura de que
todo comenzará en el océano. Dice que la vida submarina está mucho más
diversificada que la vida en la superficie. Que los corales son los seres
vivientes más grandes del mundo, que no son plantas sino animales (los animales
caníbales más grandes del mundo), y que si este código maligno toma conciencia
de sí mismo por medio de la intercomunicación entre los diferentes elementos
que llevan su marcador, será el evento más espectacular que la ciencia haya
presenciado jamás.<<
Escuchar esto me irrita. Ellos, los científicos,
parecen arrobados ante las portentosas consecuencias del desastre que han
provocado. Yo estaba muriendo de hambre y no me interesaba que un enorme cerebro
estuviese desarrollando sus dendritas delante de mis ojos. Creo que he puesto
un poco de justicia en la balanza. Mi estómago lo confirma.
>>Ha sido terrible, no sé si puedo continuar. Uno de los hombres
ha averiado la máquina para procesar el biodiesel. Estamos varados en la costa,
sin comida. He tenido que usar la motosierra para hacer un poco de justicia… el
otro me mira con desconfianza, dice que no tenía pruebas de que su compañero
hubiese averiado la máquina. La doctora me mira con recelo, algo que apenas
soporto. Creo que tiene una aventura con Leonardo, el minero que queda, creo
que quieren matarme pero no se atreven. La retroexcavadora se detuvo. No
tenemos combustible; estamos sentados mirándonos todo el día; nadie dice nada.
La lluvia cae incesante en gruesos goterones, el mar se estrella contra la
playa una y otra vez, de forma obsesiva, incansable. He empezado a escuchar una
voz en mi cabeza. Llevo dos días sin dormir. He reparado la máquina, pero ellos
no me dan confianza. Tengo hambre. Tenemos un purificador de agua, y llueve
constantemente, pero el dolor en el estómago es demasiado fuerte, necesito
comer algo. Estoy pensando en cosas en que no tengo que pensar… me asusta la
idea de morir.
<<La voz se hace más clara a cada momento. Es como si estuviese
aprendiendo un lenguaje propio, un idioma compuesto por palabras bombeadas por
mi corazón, por la sangre y las vísceras. Siento que ese lenguaje me manipula
para que recuerde cosas. Solo quiero llegar a casa. <<
No sé cómo, pero pude volver. Y todo estaba bien,
hasta que los doctores se pusieron a hacer preguntas…
Yo simplemente no sabía las respuestas, yo simplemente
tenía hambre y los dedos hervidos del doctor Ruilova son regordetes y
suculentos. A mi comunidad no le queda mucho tiempo de vida, pero yo moriré con
el estómago lleno. Es un pequeño consuelo, que me gusta mucho más que una
esperanza vana. Estoy cansado de refugiarme en la esperanza. Ahora están
golpeando la puerta. Pronto utilizarán los sopletes para cortar la hoja
metálica; entrarán al laboratorio y me matarán, pero no permitiré que me quiten
la comida. Usaré la motosierra si es necesario.
Entraron. Han perdido toda civilidad; sus ropas están
andrajosas y sucias como sus manos y rostros. Tienen hambre, puedo verlo en sus
caras.
Son demasiados
para que pueda contra ellos. Me sostienen de brazos y piernas boca abajo. Uno
gordo y pequeño, de nariz y mejillas coloradas, se relame… Sostiene un cuchillo
afilado en la mano, le pide a otro que inmovilice mi cabeza. Los pequeños dedos
buscan la carótida. Apenas siento dolor cuando la clava. Mi sangre mana directo
a un recipiente metálico y me siento desfallecer de a poco. No es tan
desagradable como yo creía; mi vista se nubla, me relajo, me dejo llevar, me
convierto en ñachi. Mi sangre y mi carne van a calmar el hambre de mi gente, y
así viviré en ellos para siempre.
Martín Muñoz Kaiser. Valparaíso. Chile. En 2012
publica “El martillo de Pillán”, En 2013 publica cuentos en
los números 1 y 2 de la revista impresa “Ominous Tales”. Ese mismo año, junto a
Sergio Amira, escribe y publica la novela “WBK Asesinos”. En 2014 es
seleccionado por el CNCA para formar la comisión de escritores chilenos en la
FIL Guadalajara y publica “Evento Z, zombis en Valparaíso”. En
2015 Publica “El Sátiro”. En 2016 participa de la antología de cuentos de
ciencia ficción alemana “Around the World in Eighty Stories”. Sus textos han
sido publicado en España, Italia y Alemania y traducidos al italiano, alemán e
Inglés.
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