viernes, 13 de septiembre de 2019

"Una mujer de palabra" de Gema Bocardo


Gema Bocardo (España). Licenciada en Derecho, escritora, redactora y narradora oral. Ha participado en más de un centenar de recitales y cuentacuentos entre los que se incluyen «The Trireme of Ionian Poetry» (Albania) y «Ditet e Naimit» (Macedonia). Muchos de sus poemas y relatos han sido traducidos al italiano, macedonio y albanés, publicados en decenas de revistas y antologías literarias como Banco de Maridos DefectuososViejos AmigosPalabra Viva o Sed de Mal, y recibido más de 16 reconocimientos literarios nacionales e internacionales en certámenes como Ars Creatio, El Dinosaurio, Marzorelatos, Aste Nagusia, Biblioteca de Godella, Aldaia Cuenta, Pasión por Leer, Picapedreros, Aseapo, Tamariu, La Nucía, Concurso Literario «Por la Igualdad» del Ayuntamiento de Burgos o Bullas en Verso. También ha publicado más de 70 relatos con seudónimo.

El ojo fue el primero en desprenderse. Se veía venir… colgaba desde hacía días, precario, del nervio. Un parche tapó la cuenca vacía. Remedio sencillo a la par que funcional. Además le confería una imagen de filibustero que me excitaba. «No hay mal que por bien no venga», pensé, estoica. Le siguió una oreja. El disgusto fue menor, a fin de cuentas nunca había sido buen oyente. Sin embargo, el meñique entre las sábanas me preocupó. No era el que más me satisfacía, pero ¿y si se le caía el dedo corazón? Más dramático aún: ¡la lengua! La situación requería medidas drásticas. Probé con pegamento y fue peor el remedio que la enfermedad. Quedó bien sellado pero, sin riego sanguíneo, pronto adquirió un tono violáceo poco saludable. No quedaba otra que aguardar. Presa de la ansiedad, recé para que no se le desgajara el pene. Por fortuna, fue la otra oreja. Dios aprieta, pero no ahoga. Tiré de hilo y aguja. Nunca me he caracterizado por ser buena costurera, pero cuando el hambre aprieta… Revista con patrones, paciencia infinita, et voilà, punto de cruz en negro, a juego con el parche. Lamí el lóbulo y gimió. Íbamos por buen camino. Le pedí que intentase que se le cayera el dedo gordo del pie. Dos días después, me entregó el pulgar. Siempre le ha gustado llevarme la contraria. Pespunte y lametón. No solo gimió, también jugueteó y el placer me brindó un orgasmo. ¡Eureka! Había cumplido mi promesa. Jamás permitiría que algo tan nimio como un apocalipsis zombi se interpusiera entre nosotros.









martes, 3 de septiembre de 2019

"La carta" Por Liberato Tavárez



Liberato Tavárez, fotógrafo y técnico en medios audiovisuales, nació en Santo Domingo, Rep. Dominicana en junio de 1977. Entusiasta incansable del Survivor Horror y fanático de las historias de Stephen King, H.P. Lovecraft y Edgar A. Poe. En marzo del 2018 inicia la publicación de los sus relatos en Vórtice: Crónicas de Horror.


Se puede decir que Luis volvió al escondrijo por pura casualidad, luego de explorar la ciudad por varios días en busca de comida. Estaba confundido, convaleciente y muy hambriento. Mariela, su esposa, era la última persona que había visto viva desde hacía una semana. Los demás seres humanos que encontraban en sus incursiones estaban infectados, transformados en muertos vivientes que perseguían la carne de los vivos para devorarla e intentar saciar su hambre eterna. Él y Mariela lograron escapar varias veces de esas criaturas infectas que azotaban la ciudad. Un ejército de muertos vivientes, difícil de repeler, que se hacía más fuerte con cada víctima caída en sus manos virulentas.
A Luis no le tomó tiempo notar que la estancia estaba abandonada. Hasta su aroma de mujer, que impregnaba el lugar, se perdió con el paso de las horas tras su ausencia. Ella se había marchado aunque sus cosas personales seguían allí, al igual que el equipo de exploración y la poca comida que recolectaron juntos para sobrevivir.
Sobre la mesilla llena de velas derretidas, Mariela le dejó una carta con su letra apretujada, descansando bajo una lata de salchichas que impedía que la brisa traviesa la tirara al piso. Luis, atraído por una rata que veía también sobre la mesa, se acercó a la hoja de papel que le explicaba:

Hola, Amor. Si estás leyendo esto es porque seguro estás bien. ¿Cómo estoy yo? Bueno, estoy lo suficientemente lejos como para que trates de salvar lo insalvable. Sí, amor, me marché y esta es la nota de despedida. Algo grave pasó. Estoy infectada, envenenada de esa roña que a cada minuto se expande como un cáncer por mi cuerpo, arrebatándome la humanidad. No quise decirte nada para que no te asustaras y cometieras una de tus imprudencias. Ambos sabemos lo fácil que pierdes la cabeza cuando algo me hace daño. Por eso mi insistencia en que fueras a la parte más distante de la ciudad a buscar alimentos. Necesitaba tiempo para meditar y enfrentarme a este monstruo portador de putrefacción que no tiene piedad y me corroe desde las entrañas. ¿Cómo me contaminaron? Fue el maldito infecto que encontramos ayer en el supermercado. Me mordió contagiándome el virus antes de que lo derribaras con el bate. Juro que tenía ganas de contártelo, pero por lo que ya dije, decidí soportar el dolor de la infección lo mejor que pude y salvarte del sufrimiento de verme transformarme, para luego hacerte daño y endosarte junto conmigo a las huestes de los muertos vivientes. Discúlpame por contártelo de este modo, pero tienes que entender que esto te supera, que nos supera igual que nos ha superado a todos. Reconócelo, el mundo se fue a la mierda y sólo era cuestión de tiempo que algo malo le pasara a uno de los dos. Espero que hayas encontrado más comida que te ayude a sobrevivir, que encuentres otros sobrevivientes y que juntos salgan de esta ciudad, de este país infectado de muerte. Sigue valiente, Luis. Sé fuerte como siempre y sobrevive a este apocalipsis. Sigue adelante y lucha con todos los medios que tengas contra estos terrores. No dejes que nada te detenga. Abandona la ciudad, busca la forma de burlar la cuarentena.
Te amo, Luis. Eres al único hombre que he amado. Junto a ti tuve la mejor vida que pude haber vivido. Nunca te olvidaré.

Siempre tuya, Mariela.




Luis se acercó más a la mesilla sin hacer el menor caso a la carta, atraído por el movimiento de la rata sobre la fría cera derretida de las velas. El roedor le pareció hermoso, gordo y suculento. Sería un rico aperitivo para aliviar un poco su hambre que nunca se calmaba. Saltó sobre el animal, que escapó de entre sus torpes dedos marchitos, y lo perdió en la oscuridad de un agujero en el suelo. Luis quedó vacilante con la mirada perdida en la nada, ignorando la misiva que había dejado su esposa y las pocas latas de comida sobre la mesa, pues no eran el alimento que necesitaba para tranquilizar el nuevo tipo de hambre que padecía.