Gema Bocardo (España). Licenciada en
Derecho, escritora, redactora y narradora oral. Ha participado en más de un
centenar de recitales y cuentacuentos entre los que se incluyen «The Trireme of
Ionian Poetry» (Albania) y «Ditet e Naimit» (Macedonia). Muchos de sus poemas y relatos han
sido traducidos al italiano, macedonio y albanés, publicados en decenas de
revistas y antologías literarias como Banco de Maridos Defectuosos, Viejos Amigos, Palabra
Viva o Sed de Mal,
y recibido más de 16 reconocimientos literarios nacionales e internacionales en
certámenes como Ars Creatio, El Dinosaurio, Marzorelatos, Aste Nagusia,
Biblioteca de Godella, Aldaia Cuenta, Pasión por Leer, Picapedreros,
Aseapo, Tamariu, La Nucía, Concurso Literario «Por la Igualdad» del
Ayuntamiento de Burgos o Bullas en Verso. También ha publicado más de 70
relatos con seudónimo.
El
ojo fue el primero en desprenderse. Se veía venir… colgaba desde hacía días,
precario, del nervio. Un parche tapó la cuenca vacía. Remedio sencillo a la par
que funcional. Además le confería una imagen de filibustero que me excitaba. «No
hay mal que por bien no venga», pensé, estoica. Le siguió una oreja. El
disgusto fue menor, a fin de cuentas nunca había sido buen oyente. Sin embargo,
el meñique entre las sábanas me preocupó. No era el que más me satisfacía, pero
¿y si se le caía el dedo corazón? Más dramático aún: ¡la lengua! La situación
requería medidas drásticas. Probé con pegamento y fue peor el remedio que la enfermedad.
Quedó bien sellado pero, sin riego sanguíneo, pronto adquirió un tono violáceo
poco saludable. No quedaba otra que aguardar. Presa de la ansiedad, recé para
que no se le desgajara el pene. Por fortuna, fue la otra oreja. Dios aprieta,
pero no ahoga. Tiré de hilo y aguja. Nunca me he caracterizado por ser buena costurera,
pero cuando el hambre aprieta… Revista con patrones, paciencia infinita, et voilà, punto de cruz en negro, a juego
con el parche. Lamí el lóbulo y gimió. Íbamos por buen camino. Le pedí que intentase que se le cayera el dedo gordo del
pie. Dos días después, me entregó el pulgar. Siempre le ha gustado llevarme la
contraria. Pespunte y lametón. No solo gimió, también jugueteó y el placer me brindó
un orgasmo. ¡Eureka! Había cumplido mi promesa. Jamás permitiría que algo tan nimio como un apocalipsis zombi se
interpusiera entre nosotros.