Shirley Bello
nació en la provincia argentina de Entre Ríos hace veintiocho años. Es obstetra
y estudia veterinaria. Comenzó a escribir cuentos a los siete años, pero no fue
sino hasta hace poco que comenzó a dedicar más tiempo al arte de escribir. Lee
de todo, pero confiesa que tiene predilección por el terror psicológico, el
misterio y el crimen. A la hora de dar vida a sus personajes prefiere los vampiros,
los psicópatas, los médicos, los huérfanos y las brujas. “Atemporal” formará parte
del número especial de Cruz Diablo “Cartas de amor, de locura y de muerte”
Poblado de Puolescat, Francia., 9 de Junio, 1729.
Señor, Byron M. Clarck.
Londres, Inglaterra.
Querido Byron:
Lamento tener que hacerte llegar estas noticias por
este medio. Comencé a trazar estas líneas en el primer barco que arribó en
cuanto tuve un suspiro. Una joven dama había sacado un puñado de hojas
amarradas para apuntar sus novelas fantásticas y, tras observarla fijamente
(como bien sabes se me suele dar) ella saco una de las hojas recién arrancadas
del apuntador y me la extendió junto a una pluma sin siquiera mirarme a los
ojos. De inmediato complació mi necesidad un fuego que comenzó a arder en mis
adentros, recorriendo mi pecho hasta desbordar en lágrimas (como también puedes
imaginar que suele sucederme cuando ejecuto estas prácticas tan poco decentes y
tan útiles). Me regocijé en la satisfacción de haberlo conseguido, entonces me
marché a la bodega para encontrarme a solas y poder escribir. Me ubiqué en
medio de un centenar de cajas mientras las ratas comenzaban a pasar entres mis
pies. Sin embargo, aquel no era mi mayor pesar, ni siquiera el sonido que
provenía de mis entrañas hambrientas, sino el dolor de haberme separado de ti. Había
escrito apenas unas pocas frases, cuando bajó de repelón un grupo de guardias
reales armados que de inmediato, al capturarme, me golpearon y me quitaron el
escrito. Todo lo que podía ver eran las rendijas de la cutre morada y un tenue
rayo de sol deseoso filtrándose por ellas. Me zumbaban los oídos y sus voces se
difuminaban en mi cabeza, sus murmullos no eran palabras de bondad, podía sentirlo.
Uno de ellos me apuntó con un crucifijo cual criatura demoniaca, y gritaba a mi
oído ¡Blasfema! ¡muerte a la bruja!, mientras me golpeaba con la misma insignia
cristiana. Me habían capturado y ya no tenía escapatoria. Así que me sumí en
mis adentros. Intenté con todas mis fuerzas concentrarme y practicar el
“despliegue” que reforzamos juntos cuando nos escapamos por primera vez de la
finca en aquellos tiempos: intenté también otros artificios de fuerza, pero no,
no funcionó. Tampoco podía emitir palabra, ni manipular sus mentes, tampoco
jugar con sus miedos y mi cuerpo se quedó sin fuerzas como así sin
concentración mis sentidos. Esta vez ya no funcionaría. Ya todo se habría
acabado para mí, a menos en este tiempo. Intente tocar el suelo, perdida y
desorientada. El cuerpo magullado ya casi no respondía. La carta estaba al lado
de mi mano izquierda. De pronto, levantaron mi
castigado cascaron y sentí unas duras manos que como garras se clavaron en la
piel que visto, desgarrándola. Luego perdí el conocimiento (sin dolor, como
todas las veces). Cuando desperté estaba en un calabozo. La cabeza aun me
zumbaba. Me encontraba sucia, desgreñada y muy débil. Había perdido la noción
del tiempo. De todas maneras, el tiempo no existe en nuestro mundo; ese es el
gran beneficio clandestino de ser atemporal. Haciendo referencia al escrito,
por supuesto que de las líneas que estaba escribiendo, ya ni rastros
quedaban.
Quizás
solo fue la imagen de tus ojos idénticos a los míos, ensamblados en mis pupilas,
lo que me dio la fuerza para llegar a este día. Quizás pasen varias lunas antes
de que leas estas líneas o escuches mis palabras, pero debía intentarlo.
Necesitaba que sepas que estos, mis últimos deseos y suspiros en esta piel, son
por ti; una vez más, un nuevo “último” suspiro. Perezco una vez más dejando tu
recuerdo en mi último aliento. Te quiero, te querré siempre y siempre te he
querido, desde el mismo momento idéntico y paralelo de nuestra concepción, como
así en todas las vidas pasadas, siempre ha sido igual: Byron y Evalissa. Evalissa
y Bayron. No pueden existir estos términos de otra manera.
Intente
sabotear al guardia, pero aquello fue imposible, es como si mi maná se hubiera
agotado. Fue entonces cuando, presa de la desesperación, acudí a la más humana
de las súplicas, esta vez sin sobornos, ni brebajes ni miradas fuertes, ni
magia ni sabotaje, y pedí un último deseo: un papel en blanco y una pluma para
poder hacerte llegar mis sentimientos.
Arde
mi alma en la desesperación de no saber dónde y cómo te encuentras en estos
momentos. Espero que tú, sí hayas podido arribar el canal de la mancha. Pronto mi ejecución será noticia y así el
mundo entero sabrá que mi pena de muerte ha sido cumplida. Solo espero que pienses
tanto en mí como yo lo hago al recordarte, y espero que tengas por seguro que
la próxima piel donde habite buscará la tuya para poder concretar nuestra unión
por siempre, más allá de cualquier tipo de tiempos y lugares, de mundos y de
todas las eternidades que nos arriben.
Nadie nunca más podrá separarnos y así, juntos, podremos lograr colocar
el mundo de cabezas y a nuestros pies. ¡Oh Byron!, siempre fuiste el más
sensible y el más débil, se me arruga el corazón de solo pensar que llegaras a
Londres, irás a esperarme en el arribo de un barco del que jamás bajaré. Me
llevo conmigoese último beso y aquella
última mirada en el puerto, hasta que esta piel sea quemada y consumida por el
abrumador fuego de la plaza central mañana, en la primera hora.
No
llores por mí, volveré. Quizás no con esa cabellera roja idéntica a la tuya, ni
con el fulgor azul cielo en los ojos, pero volveré.
Pronto
tu esencia y la mía, así como nuestros cuerpos desnudos, estarán unidos, y
serán uno con el cielo y el infierno. ¡Corre!
¡corre! Escóndete, cambia tu aspecto, y si es necesario también la piel. Después
de todo tu eres el fuerte. Permanece en paz.
Encontrare
la manera de encontrarte, siempre te encuentro. Después de todo este no es más
que un pequeño mundo de nuestro paso atemporal.
Evalissa. M Clarck