lunes, 28 de octubre de 2019

"Anuncian la sexta extinción de las especies" por Anahí Bidegain


Anahí Bidegain
(1980. Buenos Aires, Argentina). Nacida en el sol de Acuario, nómada y amante de la selva y de los ríos. Documentalista, etnógrafa, cronista, poeta. Reside en México desde el 2015.


Anuncian la sexta extinción de las especies. Nosotros entre ellas. Nosotros con ellas.
Estos días han sido frescos y lluviosos. Una garúa limpió las hojas de los árboles junto a la casa, llenas del polvo y del tráfico.
Me mantuve en casa, al abrigo de las inclemencias del tiempo. Y vos y yo mirándonos por pantallas, viajamos a otros mundos, imaginarios. Vimos un instante de los momentos de los conocidos y los que seguimos. Te vi en un momento de tu mañana, con tus gatos, la ventana esa donde vemos el helipuerto del rascacielos aquél, la maceta de lavanda. Y yo, te envié una frase que hallé navegando en red, que decía más o menos, que si buscas amor vayas a tus padres y si quieres dar amor, vayas a tu pareja, porque no hay más gozo que el dar amor. Y no contestaste. La distancia, a veces, prolonga los silencios y los significados.
A 2500 km de distancia, dar un paso aquí o allí es como dar un salto.
Preparé el café que traen del sur, porque aquí sólo pescan y llevan hortalizas a otros lugares. Viajando, amor, como vos y yo de tanto en tanto. Ya ni reconozco de dónde hemos salido, y qué somos. Así este aguacate, este plátano del desayuno, este café tostado arábigo. Ya no se sabe en qué momento se madura, y qué cambia en el camino.
De donde vengo, el café era una bebida que tomabas en ocasiones especiales. Salir afuera a tomar un café, como una excusa para sentarte dos tragos con alguien en una mesita donde caben las manos, los saquitos de azúcar, el vaso de agua y la masa fina seca. Y luego a seguir camino. A tomar el subte, a meterse en esas cápsulas de hollín y astringencia que te acalora, te desconcierta, con sus puertas abiertas, con sus puertas cerradas. En automático. Los bondis, o el camión, como le dices, llevándote colgado a alguna parte. Y siempre, siempre, el tiempo se regula por la duración del trayecto.  Y en vehículos de combustión. ¿Has notado que ya se habla de minutos y no distancia? ¿Cuántos minutos nos separan ahora, desde mi casa a tu casa en la gran ciudad?
Las noticias no son alentadoras. Aún hay guerras por el crudo del petróleo, y las aguas dulces presadas, o llevando los residuos del campo. Allí donde vengo, la ciudad colonial no edificó encima del lago. Más bien la hicieron a espaldas del Río. En las riberas se concentraban los desechos, las casillas de madera, los pescadores, el limo de las crecidas, los poetas. Recuerdo que íbamos a la ribera, a ver pasar las garzas y adivinar qué traían las olas a lo lejos. Del otro lado del río, un entrevero de verdes, distintos verdes, amor, como dijiste ver distintos blancos en Islandia. Entonces, el río no era un ojo de agua, como luego se convirtió, presado. Trasladaron las casitas, los pescadores se fueron, los desechos pasaron a entubarse en concreto y la ribera convertida en vía rápida de acceso a la ciudad. Ya no hubo isla del Medio dónde llegar al verano, como un privilegio de pocos, con canoa o bote para ir a este lugar que parecía prístino. Quedó inundado, como toda la costa del Paraná. Luego sucederían otros desastres de deslaves e inundaciones. Pero estábamos lejos, y parecía como un murmullo de otros y lejanos, mientras andábamos en nuestras rutinas con horarios, fechas límites y demás preocupaciones laborales.


Aquí, no hay río cerca. El mar del Pacífico parece una tormenta horizontal. Aquí, aprendí a distinguir los distintos colores de la piedra, de los cerros, de las montañas. Todo concentrado en pequeño aunque todo alrededor pareciera extenso. Lo tupido no es como la selva que conocí. Aquí no es el sudor que atrae a las avispas, mariposas o cualquier insecto a chuparte. Aquí, el polvo se te mete en cada pliegue, y el olor a pino en la sien. Y como allí, he visto bajar montañas y cerros para hacer vías rápidas, condominios y campos de cultivo. Vides, hibernaderos, líneas extensas de un mismo verde. Los ejotes, los tomates, el espárrago ¿se comunican como los animales por sonidos y olores? ¿Se trasmiten información como los árboles a distancia? Y ¿qué dirán amor?, ¿qué tipo de lenguaje pueden hacer en tanta monotonía? ¿Qué dirán de nuestra especie? Comemos sol, dice un cronista del Hambre. Comemos sol, y lluvia, y rocío, y sudor.
Casi siempre las noticias son parciales. Lo suficiente como para dar vuelta la página, o distraerse con algún video, o una llamada o una mensajería. Más cada vez mensajes, menos llamadas. Llegará el día que la voz del otro nos estremecerá o nos dará un encanto fenomenal. Había olvidado cómo entonabas las palabras, tu acento y tu respiración entrecortada. Tu voz suave. Allí el tráfico. Aquí el ruido del viento y las olas. Casi siempre las historias son parciales. No sé del resto de tus días, ni sabes del resto de las mías. Deberíamos probar de nuevo a llamarnos por teléfono. Como una cita, como una hora en que te preparas para recibir una visita. Y sin embargo, lo único que al menos queda, son tus fotos en estos días, tus gatos que no sé cómo ronronean, los ríos y los árboles y las flores que no olí, ni rocé, ni abracé.
Y a seguirla. Preparar aquel informe, idear qué decir, cuánto y cómo aquel paper, y escribir sobre otros, que quedan en recuerdos, en notas de cuadernos, en audios varios. Qué decir de estos dos años que pasaron entre ellos y por mí. Sin embargo, lo que quedará es una rúbrica, un registro que comienza diciendo que en los días aquellos de lluvias intensas, llegué, a esta ciudad, y aprendí a caminar sus cerros, aprendí a desayunar huevos con winnies y a beber tazas enormes de café americano. Y de cómo la tos que asusta, aparecía en cada conversación como un pánico, o como una interrupción del aire que se gesticula para formar una vocal o consonante. La ronca voz, saliendo entre las humaradas del cigarrillo, aquellas tardes en que había Santanas y todo se cubría de un polvo gris.
Entonces, vos Amor, no habías estado en mi diario. Estabas yéndote de un amor para encontrar nuevos. Uno nuevo que te traería desarraigo, dijiste, y cautela futura, aclaraste luego. Y yo traía un vacío inmenso. Eran días de tres duelos, tierra nueva y olores nuevos. No te miento si te digo que los cerros, las flores de esa primavera, los santanas y los silencios entre aquellos que iba conociendo, fueron trayendo tibieza a los días. Recuerdo haber tocado por primera vez la resina de los pinos, las manzanitas y la salvia, que desde entonces es parte de todo cuanto vivo.
Así como cuando llegué a la gran ciudad me compré una guía de metros y buses, y de calles. Aquí, amor, estoy aprendiendo de la flora y fauna local. La guía de plantas, flores, árboles, matorral costero y las diferentes tipos de cactáceas. Salir a caminarlas, como cuando caminamos en la ciudad para ver los museos, la mano del hombre en tanta piedra, los bulevares, las fontanas.
Es tarde, parece. Dices que ya vas a dormir, mensajeas. Quisiera estar ahí, un ovillo de ser a tu lado. Escucharte hablar, sentir tu piel, tu respiración, tu olor, las venas de tus manos y el latido lejano que te mantiene viva. Como entonces, cuando luego de idas y venidas, me invitaste a pasar a tu casa, a tu mesa, a tus copas y a tu cama. Recuerdos, como la hamaca bajo el níspero y el mango de las tardes, en que los pájaros era el único bullicio de la siesta, con las moscas y todas las alas atraídas por la floración. Has notado amor, que florecer es tremendo, se extienden las hojas, los pistilos, y son llamadas hacia otros seres, que vienen, chupan, posan, agarran, se llevan un poco esto, un poco aquello y que si no fuera así amor, no podríamos ser fruto, semilla, caer. Anuncian las noticias que las abejas son el animal más importante de todas las especies. Hace frío, mañana hay planes y tareas. Mi gato se acomoda entre mis piernas buscando calor, dándome calor. Lloro un poco a veces, muriendo, presintiéndolo.

Mayo, 7, de 2019.

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